En el Olimpo de los Dioses de la guitarra rock se encuentran Jimmy Hendrix, Duane Allman y Frank Zappa. Sólo queda un Dios en la tierra, ciego, anoréxico, encorvado, viejo y sentado; ese viejo de cara simpática y aspecto delicado es Johnny Winter.
Alvin Lee, Jimmy Page, Jeff Beck, Mayall, Clapton deben rendir pleitesia al último Dios vivo. Merece un gran homenaje antes de que nos deje. Espero que lo hagan algún día. Según me voy haciendo mayor, me hago mas mitómano y tengo que reconocer que mi principal motivación para ir a ver a Johnny Winter es estar cerca de un dios. Le esperaba torpe, aburrido y con una cobertura de otros guitarristas para no tener que hacer un esfuerzo innecesario.
El local estaba espectacular, se mezclaban los viejos rocketas con los más auténticos sureños con camisetas de Molly Hachett. Las camisetas dicen mucho, y ahí estaban estampadas bandas como Allman Brothers, Cream, Black Crowes, Rolling y otras más. Aquello daba esperanzas de que se fuera a encontrar un público colaborativo.
Media hora después de lo anunciado un tipejo con inconfundible acento tejano nos pregunta si estamos preparados para recibir a Johnny, empiezo a sentir la emoción… que se alarga pues en la prímela canción no está el albino sifilítico.
Primera canción, me sirve para ver que no está mal la banda, el segundo guitarrista parece correcto; buen ambiente, alguna rubia de Austin, esto promete. Cuando termina, el segundo guitarrista desaparece. Como si para el fuera un pecado tocar junto con un Dios. Y el mismo texano que nos animaba al comienzo del concierto, está llevando hacia el escenario como lazarillo del ciego, a un Winter en las últimas.
Se sienta, inconfundible sombrero, sonrisa sureña y tatuaje eterno. El bajista marca el ritmo y veo un interminable dedo corazón surfear por el mástil de forma prodigiosa. Es el Johnny de siempre. Juro que en ese momento se me sube toda la sangre en la cabeza y me da ganas de llorar de emoción.
Lo demás es una experiencia increíble. No para un segundo en 60 minutos; el segundo guitarrista aparece un rato en una canción y sólo sirve para saber la diferencia de lo humano y lo divino. El bajista se pierde por tres veces (y era un virtuoso) con los cambios de escala de Winter. Una vez se le acerca a y le escucho claramente que le dice que si ha cambiado a “F”, y después de un instante de confusión le retoma; pero es increíble ver la cara de admiración del propio bajista cuando aquello sucede. Al final de la canción se le acerca y le da una palmadita de enhorabuena.
Sólo echo en falta su slide, todavía no ha tocado la guitarra con él, e imagino que con la edad es muy complicado seguir teniendo la técnica del apagado de cuerdas. Siempre que veo a Joe Walsh tocar el slide me pregunto que si no tendrá complejo de que no le llegue a la suela del zapato a sus mayores como fueron Duane y el mismo Winter.
Se van del escenario, yo ya había gritado varias veces (en vano imposible escucharme), Johnny play the slide” y si no me entendía con el alternativo “play the bottleneck” Cuando salen para unos bises, el culmén llega. Toca el maravillo highway 61 con slide y dos canciones más sin abandonar el tubo. Los que estamos allí no podemos creer lo que estábamos viendo y escuchando.
Johnny Winter en aquel septiembre del 2007 nos había ofrecido una experiencia única que nunca olvidaré y por lo que estaré eternamente agradecido. Ahora ya te puedes ir al trono que te tienen reservado tus amigos Hendrix, Zappa y Allman.
Alvin Lee, Jimmy Page, Jeff Beck, Mayall, Clapton deben rendir pleitesia al último Dios vivo. Merece un gran homenaje antes de que nos deje. Espero que lo hagan algún día. Según me voy haciendo mayor, me hago mas mitómano y tengo que reconocer que mi principal motivación para ir a ver a Johnny Winter es estar cerca de un dios. Le esperaba torpe, aburrido y con una cobertura de otros guitarristas para no tener que hacer un esfuerzo innecesario.
El local estaba espectacular, se mezclaban los viejos rocketas con los más auténticos sureños con camisetas de Molly Hachett. Las camisetas dicen mucho, y ahí estaban estampadas bandas como Allman Brothers, Cream, Black Crowes, Rolling y otras más. Aquello daba esperanzas de que se fuera a encontrar un público colaborativo.
Media hora después de lo anunciado un tipejo con inconfundible acento tejano nos pregunta si estamos preparados para recibir a Johnny, empiezo a sentir la emoción… que se alarga pues en la prímela canción no está el albino sifilítico.
Primera canción, me sirve para ver que no está mal la banda, el segundo guitarrista parece correcto; buen ambiente, alguna rubia de Austin, esto promete. Cuando termina, el segundo guitarrista desaparece. Como si para el fuera un pecado tocar junto con un Dios. Y el mismo texano que nos animaba al comienzo del concierto, está llevando hacia el escenario como lazarillo del ciego, a un Winter en las últimas.
Se sienta, inconfundible sombrero, sonrisa sureña y tatuaje eterno. El bajista marca el ritmo y veo un interminable dedo corazón surfear por el mástil de forma prodigiosa. Es el Johnny de siempre. Juro que en ese momento se me sube toda la sangre en la cabeza y me da ganas de llorar de emoción.
Lo demás es una experiencia increíble. No para un segundo en 60 minutos; el segundo guitarrista aparece un rato en una canción y sólo sirve para saber la diferencia de lo humano y lo divino. El bajista se pierde por tres veces (y era un virtuoso) con los cambios de escala de Winter. Una vez se le acerca a y le escucho claramente que le dice que si ha cambiado a “F”, y después de un instante de confusión le retoma; pero es increíble ver la cara de admiración del propio bajista cuando aquello sucede. Al final de la canción se le acerca y le da una palmadita de enhorabuena.
Sólo echo en falta su slide, todavía no ha tocado la guitarra con él, e imagino que con la edad es muy complicado seguir teniendo la técnica del apagado de cuerdas. Siempre que veo a Joe Walsh tocar el slide me pregunto que si no tendrá complejo de que no le llegue a la suela del zapato a sus mayores como fueron Duane y el mismo Winter.
Se van del escenario, yo ya había gritado varias veces (en vano imposible escucharme), Johnny play the slide” y si no me entendía con el alternativo “play the bottleneck” Cuando salen para unos bises, el culmén llega. Toca el maravillo highway 61 con slide y dos canciones más sin abandonar el tubo. Los que estamos allí no podemos creer lo que estábamos viendo y escuchando.
Johnny Winter en aquel septiembre del 2007 nos había ofrecido una experiencia única que nunca olvidaré y por lo que estaré eternamente agradecido. Ahora ya te puedes ir al trono que te tienen reservado tus amigos Hendrix, Zappa y Allman.
3 comments:
Impresionante crónica. A la altura de su santidad el albino, a quien reverencio con igual devoción que el autor de estas emotivas líneas.
Me hubiese gustado estar ahí, pero casi se diría que estuve, aunque acá en Bs As sea verano, de día, y en sobriedad. Casi pude oir ese slide final, es broche de platino necesario y glorioso.Además, gran descripción de ambiente, la escena, el clima épico de una guitarra que eso mismo recrea. No como esas reseñas boludas que escriben los periodistas pendejitos de hoy, llenándonos de data intrascendente (cantidades; de watts de sonido, de personas, de metros cuadrados) Fuiste a lo esencial y siento haber estado ahí.
Felicitaciones.
Excelente raconto, la Rolling Stone no la hubiera hecho mejor ni más emotivamente.
Como dijo Sancho, directo a lo que importa. Igual que Johnny Winter.
Debería haber un puñado de elegidos que fueran eternos y trascendieran los siglos.
Un puñado de artistas que vivan para siempre, y vayan adoctrinando las generanciones de analfabetos.
Deberia haber Johnny Winter por milenios.
Post a Comment