La presidenta tenía un carácter firme –“podrido” decían algunos– . Orillaba los sesenta años y sin embargo, todavía era sensual. Sus labios reforzados de botox, sus lindos ojos subrayados con rimmel, sus polleras un poquito cortas, entre otros detalles, eran motivo de calentura para más de un ministro. Qué decir del hervor uterino de ciertas funcionarias extranjeras, como aquella canciller alemana, cuadrada cual billetera y adicta a la pastelería. La bávara no podía dejar de mirar a los ojos a esa morocha madura, tormentosa e insinuante. Al conocerla, por primera vez distrajo su instinto implacable, su destreza protocolar, su olfato guerrero para política exterior.
No era cualquier Presidenta esta enfática latina, sino la primera mandataria mujer elegida democráticamente en un país de vida política rumbosa.
Un poco tirana la señora, hay que decirlo. Mucho más irritable que su marido, quien la había colocado como candidata segura al triunfo. Dicho sea de paso, ella y su esposo sólo se relacionaban en cuestiones de Estado. Habían dejado de tener contacto físico al promediar, ambos, los cuarenta años de edad.
A la Presidenta, que no quería privarse de nada, le habían empezado a gustar los asuntos fuera de Estado; las personas. En concreto, los hombres desconocidos. Cuanto menos conocidos, mejor. Había adquirido, tras los primeros dos años de gobiernos, un vicio. Necesitaba proveerse de encuentros sexualmente “duros”. Esta licencia era una suerte de compensación imprescindible. El poder no la saciaba. Estaba a punto de enloquecer de insatisfacción, como Mick Jagger. El poder ya no le servía.
Para apaciguar dicha fiebre, la Presidenta se prodigaba amantes temporales con los cuales se citaba bajo estricto secreto. Personal de inteligencia (amenaza de muerte de contrainteligencia mediante) se ocupaba de las “reuniones reservadas de seguridad nacional”. Los lugares donde se perpetraba cada deleite –una vez por semana– eran elegidos en forma azarosa por una memoria digital que incluía 200 posibles destinos amatorios y se definía por sistema “random”. Ni ella ni el masculino NN sabían dónde se produciría la íntima fiestita de los sentidos, que solía durar apenas unas cuatro horas. Horas intensas. Horas con olor a peligro. Horas rabiosas y felices.
No era cualquier Presidenta esta enfática latina, sino la primera mandataria mujer elegida democráticamente en un país de vida política rumbosa.
Un poco tirana la señora, hay que decirlo. Mucho más irritable que su marido, quien la había colocado como candidata segura al triunfo. Dicho sea de paso, ella y su esposo sólo se relacionaban en cuestiones de Estado. Habían dejado de tener contacto físico al promediar, ambos, los cuarenta años de edad.
A la Presidenta, que no quería privarse de nada, le habían empezado a gustar los asuntos fuera de Estado; las personas. En concreto, los hombres desconocidos. Cuanto menos conocidos, mejor. Había adquirido, tras los primeros dos años de gobiernos, un vicio. Necesitaba proveerse de encuentros sexualmente “duros”. Esta licencia era una suerte de compensación imprescindible. El poder no la saciaba. Estaba a punto de enloquecer de insatisfacción, como Mick Jagger. El poder ya no le servía.
Para apaciguar dicha fiebre, la Presidenta se prodigaba amantes temporales con los cuales se citaba bajo estricto secreto. Personal de inteligencia (amenaza de muerte de contrainteligencia mediante) se ocupaba de las “reuniones reservadas de seguridad nacional”. Los lugares donde se perpetraba cada deleite –una vez por semana– eran elegidos en forma azarosa por una memoria digital que incluía 200 posibles destinos amatorios y se definía por sistema “random”. Ni ella ni el masculino NN sabían dónde se produciría la íntima fiestita de los sentidos, que solía durar apenas unas cuatro horas. Horas intensas. Horas con olor a peligro. Horas rabiosas y felices.
5 comments:
Sancho! Nos van a perseguir y a mandar a matar!
Pero Gilga; vos arrancaste con la ilegalidad manifiesta en la nueva tapa. Eso me inspiró; ¿somos o no somos conspiradores a contrapelo de la ley?
como dijo Vicente Leónidas Saadi, en el célebre debate por el Canal de Beagle... "es cierto."
Paren todo, me avisan que estamos bajo la mira de los resabios de las SS. No se bancan la difamación gratuita a la insigne canciller. Se pudrió todo. Yo me borro.
Casildo Herrera
PD: muy bueno sancho, hay olor a intriga palaciega de la picante.
Me comentan que mi vecino Garzón quiere secuestrar la web de los pescadores.
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