Me sumo al blog esperando estar a la altura. Y me sumo al tema escabio. La paradoja en este caso es escribir sobre situaciones en las que, líquido etílico de por medio, uno debe apelar al recuerdo cuando la falta de este es recurrente.
En este orden de ideas, pienso que tal cual hacen la percepción y el sentido común aprendido socialmente para encontrar lógicas instantáneas (cine, ver escenas secuenciales del tipo: hombre sale del portal de una casa y llega al portal de otra, en el medio nos imaginamos, damos por hecho, el viaje que no nos muestran), uno tiende a “acomodar” las cosas ahí donde la memoria se mandó a mudar. Entonces apelamos al Deber ser. Instauramos el recuerdo, sus circunstancias, según la idea que tenemos de nosotros mismos. Es que tal vez hablen más de nosotros esos parches que les ponemos a la memoria que los hechos que realmente ocurrieron. Tal vez eso sea lo que ocurra en las historias desmemoriadas, como la que pasaré a relatar.
Principios de los noventa. Ocasión: el bautismo de la sobrina de mi amigo Lucas. En un salón de Almagro, cuando caía la tarde. Por algunos detalles que contaré más adelante, me animaría a decir que si de estación del año se trata, podría ser otoño o primavera. Prefiero otoño, así que pido licencia.
¿Dónde entro yo? Cual jardinero Cruz, entro de suplente. Por ahí un desengaño amoroso. Pero por lo menos no era mío, sino de mi amigo Lucas, quien ya no tenía novia para lucirse (estaba buena) ni para sentirse pleno (la quería y mucho), así que miró alrededor; tenía un amigo prometedor, tirando a serio según la ocasión, con quien se podía hablar de muchas cosas y, principalmente, cursaba primer año de abogacía. Así quedamos: Lucas, toda su familia, la familia del esposo de su hermana, la bautizada, que amalgamaba biológicamente a ambas familias, y yo.
Apenas me senté en la mesa tuve esa sensación tan fea de “¿qué hago acá?”. Debe haber sido una de las primeras veces que me pasaba, pero esa escasa experiencia no me había impedido elucubrar un antídoto que sigo utilizando: dejarme llevar, que es muy distinto a tratar de mimetizarme, cosa que no me sale. Llevar a cabo esta táctica me ha llevado a tener como resultado de mínima el transcurrir el momento, y de máxima vivir gratas experiencias de manera natural.
Hace poco me pasó. Era el cumpleaños de una amiga de mi anterior novia. Obvio, no conocía a nadie. Y me dejé llevar por los pensamientos, por la aislación y por el toscano que me acompañó en la vereda fuera de la casa, lejos del grupo. Más de un “que raro tu chico” o “qué callado que es” no me llevé.
Vuelvo al bautismo. La cosa empezó mal. Me sientan justo frente a una prima de Lucas. Respondo la pregunta: no estaba buena. Y yo era un partido bien de clase media. Insisto, semblante inofensivo, flaquito, cara de nene, estudiante. Tenía todo a mi favor para avanzar, pero ni con tres whiskies encima, como se dice, le daba a la joven prima. Es más, pasaba de largo en la última recorrida de boliche a los veinte años, a eso de las 6 de la mañana, y eso es mucho decir. Pero, como descubrí en la conversación que forjó su madre, sentada cerca nuestro, la prima era buena y tímida. En algo me conmovía. Era lástima quizás, por la situación que le hacía vivir su progenitora. Así que me mantuve amable. Esa madre, mujer de permanente rubia llevar, me hacía preguntas y cuando yo respondía la miraba a la hija (y acá tal vez mi mente llena los baches de la memoria, porque supongo que la cosa no era tan así, pero así la recuerdo). Creo, estoy casi seguro, que la prima estaba tan incómoda como yo.
El dilema era ser caballero con la chica, pero manteniéndome alejado de la situación. Mi amigo, gauchazo, se sentó bastante lejos de mí y se olvidó de mi existencia. De lejos lo veía congraciar (¿habrá realmente sido así?) con la familia política de su hermana, la madre de la bautizada.
Bueno, yo estaba solito con la prima, la tía y alguna abuela, que también me pusieron al lado y que ahora debe estar retozando en algún Campo Santo. Y como decía, comencé a fluir, a dejarme llevar. El único aliado que tenía era el vino que un mozo llenaba insistentemente en mi vaso. Distenderme fue algo así como hacer rafting sobre un río púrpura. Todavía me faltaban algo así como 15 años para darme cuenta que lo mío no es el vino, y menos el malbec, al que no paran de darle manija, viejo. Del vino me cae tan mal su acidez como la necesidad de tanto traicionero volumen para que te sitúe en un escenario acorde a Bogart (“el mundo está dos vasos de whisky atrasado”), del cual siempre me hace pasar de largo, cosa que no me sucede con el de Escocia, el de Rusia o el de Suecia.
Como siempre, llegó un momento en que me sentí tan sobrio como borracho. Ante la duda es borracho; como ante la duda es travesti. Máximas que no suelen fallar. Pero cuando estás en el ruedo... te sentís sobrio.
Algo borracho estaría, porque de la prima no me quedan más recuerdos. Y algo sobrio estaba, ya que en el momento de la despedida, mientras saludaba al núcleo familiar que también faltaba partir, yo guardaba, bien escondida, una botella de tinto dentro del forro de la campera de gamuza. Era un hurto (sin violencia, algo aprendí en la facu) que le hacíamos a la fiesta en complicidad con mi amigo, para ir desde allí mismo a otra fiesta. Confirmo el estado de ebriedad, del que acabo de dudar, con el hecho desencadenante de estas líneas: terminando la despedida, una situación bien extremis si las hay, de la campera resbaló la mentada botella. Estalló en suelo cuando ya no sonaba música en el salón. La ví caer en cámara lenta, como carrito de bebé por escalera. Y hablando de bebé, debo aclarar que ningún vidrio se le incrustó a la bautizada, ni en un ojo ni en ninguna otra parte de su cuerpito. Es que también estaba muy cerca.
Todos me miraban. Recuerdo que me dije, y actúe en consecuencia, “nada puedo hacer, que pase el tiempo, en algún momento estaré tranquilo frente a una playa olvidado de esto”. Y pasó.
Amigo al fin, Lucas me bancó y partimos rumbo al Abasto, hacia un lugar que se llamaba Babilonia. Éramos los más elegantes. Y no tuve que tomar mucho más para ponerme a tono con el lugar.
Como tantas veces, no sé como llegué a la casa de mis viejos, con quienes todavía vivía y viviría por varios años más. Lo que sí sé es que no pasó mucho para que a la prima de Lucas la dejaran embarazada. Yo tardé un poco más en abandonar Abogacía.
14 comments:
Chino:
La verdad que en lo personal y tratando de ser "ojetivo", cosa siempre dificil, tu relato me parece fantástico.
Yo conociéndo la anécdota y todo, no pude contener una carcajada acá en la oficina.
La única corrección que pude anotar es en la siguiente frase "Llevar a cabo esta táctica me ha llevado a tener como resultado" donde llevar a cabo y me ha llevado están demasiado cerca y por ahí quedaría mejor simplemente "Esta táctica me ha llevado".
La corrección es tan pelotuda en el medio del relato que me da un poco de verguenza comentarla. Por ahí Sancho o Valentín encuentran más cosas.
Cambiando de tema... el día del bautismo no hubo un choque también y justo después de los acontecimientos los encontramos Gerardo y yo caminando por Flores yendo a hacer la denuncia? O eso fue otro día?
Qué bueno! Los bautismos siempre tienen ese toque fatídico. Me imaginé la botella resbalando por la gamuza y recordé tantos episodios similares donde uno se dice: "Y bueno, esto ya pasará y lo recordaré amigablemente".
En cuanto al vino como bebida, me estoy acercando a la idea de que es un veneno; fruta podrida. No sé por qué, pero todo indica que hay que volver a los ancestrales destilados, empezando por la cerveza y siguiendo por el noble escocés. Al vino, yo diría: sólo de cartón, dulce y con soda. O sólo de 30 mangos la tallebo para arriba. Sé que esto despertará polémicas airadas. Pero si no calentamo el ambiente ¿para que la vida misma?
Yo tengo que admitir que el vino tinto me tira abajo y me da sueño.
Y aumento la polémica: me gusta más con hielo y soda que solo.
Y redoblo: ABAJO LA NEO CULTURA VITIVINÍCOLA DE ORGULLO ARGENTINO TAN NEFASTA COMO LA SOJERA.
Jugosa anecdota Astor, un debut a toda orquesta.
Yo agregaría que ese tipo de acontecimientos sociales son contrarios a la moral pescadora. No puede salir nada bueno de un bautismo, un casamiento, un funeral. Indefectiblemente hay que surfearleos con alguna bebida que supere los 5º de graduación.
Sobre el vino, yo adhiero a la teoría de los camaradas. El Uvita con hielo y soda es una bebida superior.
Donde no me prendo mucho es en la competencia etilica, cada bebida tiene su momento, su hora del día, su dignidad, su fortaleza, su debilidad, su temperatura adecuada. No se trata de ver cual es mejor, si no cuando, donde y con quien merece beberse cada una.
Yo dejaría de lado los funerales. Tienen potencial para ceremonia pescadora.
No así los bautizos, las comuniones y Dios me perdone, los matrimonios.
Pero un funeral es algo que siempre podría volverse bueno, en tanto el muerto sea una persona razonable y su voluntad pueda ser cumplida.
En mi familia los funerales siempre fueron una ocasión ideal para el escabio. Cuando se murió mi abuela, mi tío Ignacio abrió en su homenaje una botella de cerámica de Ye Monks que había tenido guardada durante 20 años. Todavía vivía en el edificio que hicieron los ingleses sobre la avenida Caseros para los empleados del ferrocarril.
Claro! A eso me refiero. En el de mi abuelo, algunos sujetos conocidos del barrio vendían trajes que se habían caído de los camiones.
Nada de gracias, vamos con los comentarios que esto no es filibustería.
Tración: gracias por las palabras, de parte de mi timidez. Le tenía miedo a la respuesta por la primera persona, que suele sonar pedante. Utilizándola uno tiende a lo egocéntrico (desde lo looser o desde lo banana), cuando me parece que es un buen vehículo para la "reflexión escrita en voz alta" así como para atravesar prejuicios propios y ajenos desde la valentía que supone el protagonismo aunque la primera persona sea en ficción.
Con respecto a la repetición señalada por el amigo galad, es casi un halago, ya que le hice sólo una relectura con los cambios pertinentes. No agregué lo del choque por dos razones. De eso ya no recordaba ni para escribir. Apenas recuerdo que el otro auto era un bmw 320 modelo 81 color champagne. Divino. Y la otra razón es que le tenía miedo a la excomunión por denso y largo.
Con respecto a los encuentros sociales, desde acá mi defensa si los tomamos como especiales y no como convencionales. Recuerdo unos compañeros del secundario para los cuales era careta ponerse el traje para la fiesta de fin de año. Vamos, era re careta, pero no era un día cualquiera, y eso tal vez lo justificaba. El tema es cuando a un día especial, muerte, bautismo o velorio, se fundamentan en las convenciones y no se toman esas convenciones desde lo práctico que resultan: como que el tomuer esté dentro del cajón y no sentado en su sillón preferido (aunque no estaría mal, depende); y si está hecho pelota luego de un paso por la ruta 14, que esté el cajón cerrado.
Con respecto al escabio y los momentos y oportunidades, agregaría el factor metabolismo propio en función al maridaje "morforio" (volante tapón).
Sorry que escriba tanto, es que por estos tiempos no ando mucho con compu, y levanto todo de golpe.
Bueno, parece que los comments se han convertido en mini-ensayos; interesante inciativa a la que adhiero a continuación:
De acuerdo con la Fiera en cuanto a que cada bebida tiene su momento y bi-cerveza. Osea: yo en este momento estoy para el whisky. O la birra. El bajón con la cerveza es tener que estar abriendo botellas todo el tiempo. Por eso, el scotch, mejor.
Entre bautizos, casorios y entierros, sin duda, los últimos son los más elegantes para alma y vestuario.
El casorio ajeno es para morfar y beber. El de uno mismo, es metáfora y minimuestra de la larga agonía que recién empieza.
El vino: Ojo: tampoco nos vayamos al carajo: el otro día tomé un rico tinto solo, pero su soledad valía como setenta mangos. Era para degustar nomás, como un chocolate; y el que me diga que el alcohol es "para degustar nomás" no entiende nada del alma, pues sabemos que el alcohol es para mamarse. Quiero decir con esto que está muy bien un vinazo caro como un buen camembert. Pero para refrescarse en verano e ir amigándose con la tarde y el sauce: cartón con soda y hielo, que es rico, empeda de a poco y puede tomarse livianamente a mansalva.
Qué más? Excelente pluma la de Astor, digo en general, con posteo y comentario.
Así que uno de tus abuelos vivía en la avda Caseros, Fiera? tenés que ampliar, igual que con eso de Eire.
Lo de los trajes del abuelo de Gilga parece Kusturica.
En fin muchachos, mañana Jueves, en Finochietto, desarrollaremos estos y otros temas, chorizo mediante.
Traigan algo rico para picar, que vienen Moyano y Miguens a tomar el copetín.
Homero,
Para mi relato genial y estilo único (me abstengo de decir algún comentario de edicción por mi falta de interés en ello, y porque Gilgalad me ha excluido de dicha misiónb ;-) supongo que como corolario del primer motivo)
Una entrada en este foro de borrachos iconoclastas de grandes letras, de un altisimo nivel.
Me impacta tu estilo con el relato; es tan fresco como agil y por ello de gran dificultad de realización.
Sobre lo vinos señores, pará un momento... como bien decís cada momento tiene su bebida alcoholica (creo que una vez escribí sobre eso) y el vino está en un puesto de honor.
Por ejemplo, primera cita con una minita que te mola y cenita en lugar adecuado. Que mejor que un vino tinto para ir abriendo complicidades.
Con la carne no hay duda que un buen tinto es imprescindible.
Otro tema es hacerse el guay (canchero) con el vino, y además entrar en la ridicula competencia de que vino es mejor o peor.
POr cierto, recordarme que la próxima vez solo traiga vino ( y sólo alvariño) para el viejo de Gilgalad.
Fuck, he tenido que volver a este blog de mierda para comentar ciertas cosas:
la historia es brillante, pero esperaba que te hubieras tirado a la prima¡¡¡¡
Dejar de joder con el vino¡¡¡¡
Nachete... podrías narrar poéticamente la pelea de borrachos con biamonte de qué vino era mejor, y cómo terminó todo a las puteadas con el vino de tu abuelo.
Esa mínima evocación que hace Gilga ya suena tan tentadora. Definitivamente, el pescador Caffarena, entre otras cosas, ha resultado lo que un DT en las letras; te motiva, te pone en el partido, saca lo mejor de uno. El antecedente de "Ünete a la legión" todavía me arranca carcajadas. Así que, Astor, si lo dice Gilga, tirate a la pileta que debe estar llena.
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