Tuesday, August 12, 2008

La Puñalada


Esta es una historia de primera mano que me viene por mi padre. El protagonista, Benigno López, fue su amigo de toda la vida y recuerdo a fines de los setenta y principios de los ochenta las tardes de sábado en que se juntaban varios personajes a jugar al truco en el Centro Lucense de Buenos Aires, que estaba en Entre Ríos y Belgrano. Cuando alguno de los seis de la mesa iba al baño yo tomaba su lugar por una o dos manos hasta que el jugador en cuestión volvía. Entre las manos, los pocillos de café y las copas de brandy, se escuchaban anécdotas como la que narro a continuación.

Allá por Junio de 1953 existía en la esquina de Belgrano y Loria, un bar llamado "La Puñalada", cuya característica principal era que estaba abierto las veinticuatro horas ya que carecía de puertas.

Mi padre, que tuvo una educación obligadamente permisiva dado que mi abuelo Julio se ausentaba largas temporadas por su trabajo como viajante, siempre contaba que "La Puñalada" era el único lugar con expresa prohibición de acudir y por tanto, al primer lugar donde fue cuando cumplió los quince años, y estrenó pantalones largos.

Tampoco era tan tremenda la cosa. El local variaba de clientela según el turno: el amanecer y la primera hora de la mañana era de los laburantes criollos, gallegos y tanos, que solían tomarse un café con leche y un vaso de caña Legui como para arrancar la jornada que en la mayoría de los casos estaba relacionada a oficios físicos: había varios metalúrgicos, el verdulero con su carro, igual el lechero o el hielero, afiladores, el cartero y el escardador de colchones. El segundo turno era el más variopinto: gente de paso, mucho maestro en pleno cambio de turno, el cura de Santa Amelia que almorzaba todos los días dos huevos fritos y un licuado de banana tanto en invierno como en verano, y madres apuradas con hijos en edad escolar llevados a la rastra. A la tardecita venía lo más colorful y la razón de la expresa prohibición de mi abuelo: la tertulia se componía de burreros, rrochos, hombres de armas llevar de los cuales la mitad debía una o varias vidas, cafiolos, el pasador de quiniela -que asomaba la cabeza en todos los turnos pero se instalaba en el último- y aunque ya estaban amainando en ese Buenos Aires de la segunda mitad del siglo, algún que otro compadrito trasnochado que se había salvado del Tiempo.

La Puñalada estaba regenteado por Benigno López, que había peleado en la Guerra Civil para los nacionales, no por franquista sino porque la patrulla de leva que pasó por su pueblo había salido de El Ferrol. Su tarea en el combate consistía en llevar una ametralladora pesada con la cual derribaba las paredes de las casas para que el pelotón pudiera entrar.

Cuando Benigno llegó a Buenos Aires, apenas terminada la guerra, se metió en un bar de Retiro y le señaló al tipo de atrás del mostrador la campana de sandwiches:

-Perfecto. -dijo el tipo levantando la campana y empuñando la pinza -¿Cual quiere?
-Todos. -dijo Benigno volviendo a señalar la campana.

Se sentó en la barra, se comió uno por uno los catorce sandwiches, y después de pagar se puso a llorar sin consuelo. Un poco de eso que provoca el hambre; o lo que provoca saciarla.

Años después de estos acontecimientos, como mencioné anteriormente Benigno ya regenteaba La Puñalada. Una nochecita de ese Junio del 53, con un frío de invierno de esos que hace años ya no existen, tuvo un encono con uno de esos compadritos rezagados del Tiempo, que se había acodado en la barra y consumía caña, vaso tras vaso. Cuando llegó la hora de pagar, el compadrito, medio por compadre y medio por ebrio dijo:

-¡Pero Gallego... ¿vos te pensás que te voy a pagar?! ¡yo no te pago nada!
-Qué tu me pagas. -dijo Benigno tranquilo.
-¡No te pago nada! -decía el malevo riéndose y buscando complicidad en la audiencia.
-Ah... ¿no me pagas? -dijo el gallego. Y los que lo conocían se dieron cuenta que estaba un poco mosqueado.
-¡No te pago nada! -otra vez a los gritos el compadrito. A lo que Benigno de un manotazo le sacó el sombrero y acomodándolo como si se tratara de un salchichón, se lo pasó por la máquina de cortar fiambre.

La escena pareció congelarse y segundos después el compadrito, avivado de que estaba en inferioridad de condiciones, se encaminó hacia donde debió haber estado la puerta que nunca existió, gritando:

-¡Ya vas a ver gallego! ¡Ya vas a ver!

Pasaron una semana o tres y el invierno no amainaba y como no había tenido novedades del compadre, en la cabeza de Benigno la historia empezó a olvidarse. Hasta que una noche de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Benigno salió del bar caminando por Loria hacia Venezuela. Le habían reemplazado el turno y se iba hasta Venezuela y Maza a tomarse el tranvía 7 que lo dejaba en la casa, cuando vió una sombra que salía desde atrás de un árbol y se agazapaba, unos metros adelante de él.

-Ahora me las voy a cobrar todas, gallego -se oyó decir a la sombra en un susurro -¡Ahora te quiero ver! -dijo el matón mientras hacía relumbrar el cuchillo.

-¿Así que te las querés cobrar todas? -se oyó decir al gallego. -¡Empieza a cobrar entonces! -dijo Benigno y dos ¡PUM! ¡PUM! y un quejido sonaron en la madrugada de Boedo.

Benigno vió la sombra revolcándose y se dió cuenta que por lo menos alguno de los plomos había entrado. Era todo lo que necesitaba saber. Siguió caminando parsimonioso hasta la esquina y dobló por Venezuela. Su mujer lo esperaba.

4 comments:

Nachete said...

Impresionante historia, con un estilo muy bueno, y aún así muy diferente al tuyo habitual. Tiene frases antológicas de esas que te guardas para soltarlas en los mejores lugares.

La historia es genial, terriblemente cinematográfica y buenisima.

Gran relato. Ya tengo a este Benigno dibujado en mi cerebro como heróe.

Homero Beltrán said...

Una anécdota de este tipo siempre es atractiva en una reunión de amigos, en una publicidad de brahama o en un programa de radio de esos de ahora, en los que los locutores pseudoloosers nos cuentan la situación metafísica que ayer vivieron en el supermecado (devuélvanle la plata a seinfield). Pero no siempre escrita resulta estimulante. A veces todo lo contrario. Y ahí reside, estimo, algo del valor de lo que yo llamo "lo literario":
-primero y principal, que el lector se atrape en lo que está leyendo (últimamente también me pasó con un libro de fabián casas, Los lemmings y otros) -que el texto parezca que nos atrapa por la historia, cuando en realidad esa historia es un trampolín que nos lleva a tratar de escudriñar ahí donde está eso que llamamos condición humana.
-El talento para el ralenti, el dar y sacar datos de manera honesta sin engañar, de estructurarlos y mostrarlos cuasi artesanal. Qué difícil.

También hay cuestiones de gustos y demás.
Congratulations. De una historia que podría haber sido plana, sensiblera y autoindulgente (a lo fontanarrosa, dolina o algún soriano), sacaste algo -mucho- más. Lo que escribiste mira a la anécdota de costado sabiendo que tal vez hoy venda o tenga menos rédito que aquella, pero que no transa con la fórmula de la satisfacción ajena.

El guardian de la maldita ota said...

GrandeGilga, Bemigno un TITAN. Ademas te paso el secreto apra cocinar un buen pulpo. No se le puede pedir mas.

Sancho said...

Preciosa historia: lo tiene todo. Comparto además, especialmente, lo que dijo Astor Homero Beltrán; le sacaste al jugo al cómo, frente a un qué al cual había que acariciar con cuidado. El sombrero pasado por la cortadora de fiambre, además, es una imagen furiosamente surrealista; un huracàn de originalidad:Es-pec-ta-cu-lar.
Mis respetos.