Los otros días, surfeando en el cable me topé, una vez más, con El día de la marmota (o, más elegante, Hechizo del tiempo). Aquella película en la que trabajaba Bill Murray y la eternamente joven (Laboratorios Roche o Lamcome mediante) Andie McDowell. No soy adepto a las comedias románticas, es más podría decir que les tengo fobia, pero ante esta cinta mis prejuicios se transforman en ingenio por verla sin que me vean. Por suerte era de madrugada, así que, de reojo, sin despertar a nadie, volví a ver varias partes de esta peli mientras iba y volvía de una de esas peleas de box que se pierden entre las entonaciones lustrosas de los locutores deportivos.
Al otro día me pregunté por la razón de mi apego por esta clásica película del viejo Bill (Perdidos en Tokio, Flores Rotas y, ejem, los Cazafantasmas, entre otras). Supuse que el chiste, el magnetismo, quedaba encerrado en la anécdota del perfeccionamiento de la primera cita (por si no la vieron, al protagonista le gusta una mina, pero no puede romper el hielo; y se topa con que un día en el que estuvieron muchas horas juntos se le repite como una maldición-o lo contrario-, con lo que una vez la sorprende recitándole versos que a ella le gustaban, y esas cosas, hasta que se la levanta de la manera más “natural”). Pero algo me seguía sin cerrar… Sería esto: el atractivo de Hechizo en el tiempo no pasaba por pulir la primera cita, como creía, sino en que siempre era la primera cita. Y esas primeras citas (cuando salen bien) se eternizan en la memoria mostrándonos gran parte de lo poco que falta desde entonces hasta que todo comience a decaer producto del acostumbramiento, la rutina. Y en esa memoria de lo primero, hasta los ridículos (un beso regado al aire, un comentario desubicado) pasan a convertirse en el preludio idílico del paraíso. Claro, porque luego de la primera cita, los primeros encuentros, todo es remo. Y me banco el remo, pero es remo. Una ley casi orgánica, que me hace acordar a otra: hasta los 25 años de tu edad biológica todo es para mejor, tenés más resistencia, crecés hasta lo más alto que vas a ser, ya podés ser padre y hasta filmar una película como El ciudadano (me enteré el otro día que Orson la hizo a los 25), pero luego de esa edad la medicina (la ciencia, bah) dice que ya no crecés y que de a poco, muy pero muy lentamente, te vas comenzando a parecer a un cadáver. Más rutilante es cuando te comprás un auto: sabés que a partir de ese momento en que comienza a ser tuyo (¡gracias mercado!), aunque seas un pistero, el auto va a ser peor, va a tener que bancarse los embates del tiempo y esas cosas que calculan los contadores cuando hacen amortizaciones. Y entonces le daba una vuelta más a la cosa. Pensaba si no era fácil y tramposamente romántica esta salida “biologicista” de decir que después del deslumbramiento siempre es cuesta abajo. Y me dije que pese a que nuestro cuerpo empeore luego de los 25, siempre está la capacidad de pensar, de razonar, de sentir y hasta crear y, aunque nos pese, acostumbrarnos, tengamos 25 u 85.
Algunos se cruzaran con esta barrera, la de los 25, y dos años después, a los 27 decidieran que no tenían más cosas para dar. Pero cierto será que tenemos el privilegio de superar la barrera del esplendor físico, para hacer bellas cosas hasta varias décadas después. Un privilegio que deberíamos apreciar (y aprovechar) más, creo.
3 comments:
Es una obra maestra amigo Homero, es buenisima , es genial y divertidad.
El genial diretor Harold Ramis realizó, en opinión de muchos criticos modernos, la mejor comedia de los últimos 25 años
Claaaaro, estimado. Y hace unos 2 años se hizo una peli con igual idea de la repetición (creo que actuaba cameron diaz), que por suerte aún no ví. Eso sí, otra que me pareció que está a la altura es Después de hora, de Scorsese, aunque no muy conocida.
Despues de hora, que pedazo de pelicula por asi decirlo. Creo, lejos, la que mas me sorprendio del amigo Marty
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