Sunday, April 26, 2009

Pladar


No me considero una persona de “paladar”, pero eso no significa que no tenga en cuenta la precarización en que se ha visto sometida nuestra ingesta diaria en las últimas décadas. Por lo pronto, trato de no comer pollo, no sea que algún día me pase esto.
El presente comentario viene a propósito de una relectura (en realidad, ojeada) que estuve haciéndole a un libro: 13.99 Euros, de Frederic Beideger. El buen beideger era, hasta la publicación de esta novela autobiográfica, si vale la consideración, un muy exitoso publicista francés. Desde entonces, y hasta hoy, es una figura extravagante y contradictoria de la alta cultura gala, una suerte de Fernando Peña atravesado por Jaime Bayly.
Esto decía en el mentado libro (tengan piedad con el traductor de Anagrama) sobre la comida occidental nuestra de cada día:


“Antes existían sesenta variedades de manzana: hoy sólo sobreviven tres (la golden, la verde y la roja). Antes los pollos tardaban tres meses en convertirse en adultos; actualmente, entre el huevo y el pollo que se vende en el hipermercado sólo transcurren 42 días vividos en unas condiciones atroces (25 animales por metro cuadrado, alimentados con antibióticos y ansiolíticos). Hasta la década de los setenta, podían distinguirse diez sabores distintos de camembert, normando; hoy día quedan, como máximo, tres (por culpa de la normativa sobre la leche “termopateurizada”). Nada de esto es obra tuya pero ése es el mundo al que perteneces. En una Coca Cola (10.000 millones de francos de presupuesto en publicidad en 1997) ya no se añade cocaína, pero sí ácido fosfórico y ácido cítrico para producir una ilusión refrescante y crear una dependencia artificial. Las vacas lecheras se alimentan de piensos ensilados que fermentan y les producen cirrosis; también las alimentan con antibióticos que crean unas cepas de bacterias resistentes, que, más tarde, continúan desarrollándose en la carne que se comercializa (por no hablar de las harinas cárnicas que provocan la encefalitis espongiforme bovina, no vale la pena abundar en este tema, sale en los periódicos). La leche de estas mismas vacas contiene un nivel de dioxinas cada vez más alto, debido a la contaminación de los pastos. Los peces de piscifactoría se alimentan, a su vez, con harinas de pescado (tan nocivas para los peces como las harinas cárnicas para el vacuno) y de antibióticos… En invierno, las fresas transgénicas ya no se congelan gracias a un gen extraído de un pez de los mares fríos”.