Monday, February 22, 2010

Hostelero maldito, una grasera en seguida

para que no se pierda ni una sola gota
de la grasa de esta estimable ave
ensartada en la espada
con el cogote roto y colgando
inflamado de graznidos de protesta.

Nos vamos a desayunar a Saint Gervais,
en esta posada no se puede pedir tranquilidad
con tanto ruido a vajilla estrellada
y semejante catarata de interrupciones.

Vamos al bastión
todos con nuestras estampitas en el pecho
las cruces de bolsillo
y las ostias circundantes,
para poder debatir con la tranquilidad de conciencia
que siempre promete el estómago lleno.

Si alguien aparece
lo invitaremos a brindar por el Rey, a jurar por el ganso
y a desayunar con nosotros
héroes o locos
dos clases de imbéciles que se parecen bastante.

Canalla de hostelero
que nos cambia el vino
y que cree que nos vamos a dejar engañar.

También brindaremos por él y en deshonor de todos aquellos
que exigen que se escriba con entraña y compromiso.

Caminamos los muertos
que hablamos de comida y de bebida
sin elevarse a condición divina, filósofa, profunda, deseable,
la que hace ganar puntos en los concursos.

Caminamos los muertos que nos ponemos lascivos
cuando se trata de grasa de pato
o de vino o de whisky.
Nosotros que tenemos todos los números
caminamos hacia Saint Gervais con el honor bien lustrado
sin respirar ni una palabra de amor.

No hay compromiso, ni entrañas, ni despedidas dulces.
No hay cartas de amor ni testamentos.
No hay ruegos ni lágrimas.
Tan sólo los restos del desayuno, la orquesta de carcajadas,
la panza llena.

De bandera, atada a un palo, flamea una servilleta.





Los Tres Mosqueteros
Alejandro Dumas
XLVI. El bastión Saint-Gervais

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