Monday, July 12, 2010

Sotana

Por estos días el país se encuentra discutiendo el tema del matrimonio y la adopción gay (del mismo sexo, le dicen también). En las tribunas de los diarios y en los programas de radio y TV se confrontan argumentaciones, se razonan espíritus de época, pero también hay espacio para la coyuntura política: se ha dicho que el tema busca distraer otros como el de la minería, o que el impulso del gobierno a favor de la ley tiene que ver con cooptar a las renuentes “castas” progre urbanas porteñas.
Lo cierto es que una vez más la cosa se pone bipolar. Allí están, por un lado, las mentes anquilosadas en imperecederas tradiciones. Al lado de ellas, los eternos congresistas provinciales que en sus opiniones aúnan escarnio reaccionario burlesco con pretendida normalidad. Y representando a todos, desde las cumbres celestiales, los monseñores montados a la drag queen (en general, los más cruzados entre estos visten de manera majestuosa, con ropajes de colores bien ampulosos, como Ricardo Fort; o bien optan por esos tan elegantes trajes mao negros, dignos de los apóstoles de la oscuridad, ya poniéndome cinematográfico).
En el otro bando suelen decir presente los progresistas oficialistas o no, y los zurdos oficiosos (ej.: los silenciosos curitas tercermundistas). Se incluye en este grupo a la inmensa mayoría de la población (no me pidan estadísticas), aquella que con timidez y duda aprueba la cuestión “bienpensante”.
Me pongo también maniqueo, y elijo. Las circunstancias me llevan a avalar la opinión del primer grupo. O sea, según mi humilde entender la ley no debe ser aprobada. Esta postura tiene que ver con la lógica institucional del país, con la presencia ostensible y expresa del credo católico en la Constitución Nacional (Art. 2.: “El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano.”) y en el corpus legal sobre temas como el matrimonio y el establecimiento del inicio de la vida. En cuento a estos últimos temas podría poner ejemplos del código civil, pero aburriría. Tenedme fe, no os miento: sobran los ejemplos.
Bajo este parámetro, todas las argumentaciones a favor de la ley me suenan a querer convencer a los católicos practicantes de lo retrógrado de su postura. ¿Se les está pidiendo que cambien sus creencias? Por favor: ya se mimetizaron lo suficiente (Caritas, Farinelo, Tedeum, San Cayetano), por lo que me parecería más edificante invitarlos a que muestren aún con mayor hondura sus pareceres, sus dogmas y creencias, que sigan siendo (ahí viene una bajada de línea) cómplices y hacedores del poder, de la injusticia y de la limosna y la caridad continuista.
A no confundir, una cosa es que los católicos practicantes se aggiornen a los tiempos que corren, otra muy distinta es que traicionen sus fundamentaciones dogmáticas. Ni debería pedírsele esto último a ninguna religión. Como tampoco ninguna religión debería imponer su credo fuera del ámbito de su grey. Se puede entender el proyecto de nación de los constitucionalistas del 53, pero se pasó de largo una consideración más moderna y democrática en el 94. Seguro, las presiones por la prolongación del estatus quo católico no debe ser lábil.
Mientras tanto, seguimos conviviendo inmersos en una curiosa realidad social y espiritual: una mayoría que se dice católica, pero en que en realidad profesa una religión que no existe, esa del: “creo en Dios, pero no voy ni creo en la iglesia”, que a esta altura suena a lo de tener un “amigo judío”.
Lo que se dice católicos apostólicos romanos practicantes, hay muy pocos (tampoco tengo estadísticas sobre esto al alcance de la mano, pero vuelvo a pedir que me tengan fe). Una pregunta se impone, ¿por qué todos debemos seguirlos? A esto me opongo.
Insisto, mejor que tratar de convencer a los católicos, sería poner las cosas sobre la mesa: una cosa es el estado y la sociedad, y otra son los feligreses de una iglesia (sea católica, protestante, judía, musulmana o más híbrida y con onda, como la de Claudio María Domínguez, el que ganó en Odol) incluidos en esa sociedad.
Por suerte, hay muchos mecanismos para cambiar las cosas. Un ejemplo: la presión que convirtió en mixtos a los colegios privados católicos. ¿Cómo se los convenció? Por dónde más suele doler: si seguían impartiendo educación discriminando sexos (colegios de varones, colegios de mujeres), perdían la subvención estatal (¿por qué la tienen?, ¿no sería mejor concentrar todo este dinero en la educación pública?). Tal vez otro mecanismo de adecuación a los tiempos que corren sea la ley que se está tratando ahora. Pero insertar una (otra, y van) ley en el contexto de una sólida base institucional que va en otro sentido me suena a necia contradicción.
El día en que los parámetros religiosos no intervengan en la vida de todos los argentinos, habremos dado un paso honesto y respetuoso hacia la libertad. No es tan utópico, muchos países lo han hecho.

3 comments:

La Fiera said...

Creo que hay que ir hacia la abolición de un estado que regula todo. No nos damos cuenta pero terminamos dependiendo de tantas leyes que finalmente lo mejor es ignorarlas.

A mi se me hace que es un capricho gay esto del matrimonio, como una rebeldía adolescente, pero si les hace feliz salir del registro civil con una libreta, que sigan adelante con su cruzada.

Yo me encuentro en el extremo opuesto de esa situación, no quiero leyes que regulen mi vida, ni me den entidad, ni me digan como hacer las cosas, ni me cataloguen como solterocasadodivorciadoviudo. Desgraciadamente el anarquismo se quedo sin dirigentes hace muchas decadas.

Respecto a la religión, tengo que coincidir con Astor y con Mao, es el opio de los pueblos, pero el pueblo la consume y le da entidad, y finalmente las leyes no son otra cosa que una regulación de los valores compartidos. Por esto no resulta raro que las leyes tengan que bucear en la doctrina social de la Santa Madre Iglesia. Lo que oscurece un poco su luz de sabiduria es tanto cura pedofilo suelto por ahi.

Nachete said...

El problema es que las leyes civiles han adoptado el término religioso de matrimonio. Si se ca,bia el término se acabó la polémica.

Nachete said...

Es decir, en la religión Católica un matrimonio es matrimonio cuando se consuma.

En las leyes civiles es una unión de dos personas físicas que comportan una unidad legal.

En el segundo caso se debería permitir todas las opciones, hermanos, hijos... amigos... mientras se séa mayor de edad; pero habría que quitar la palabra matrimonio que conlleva la consumación, es decir unión sexual completa de estas dos personas.