Saturday, May 18, 2013

No la salvé del mar ni la caída,

no pude protegerla de esa ronda
diabólica en que ella se vengaba de los hombres.
Y, aunque me acuerdo de algún
acto de amor, o gesto de coraje
que sí pude,
nunca entendí su furia
tan distinta al lamento ritual
del mundo hembra.
Ya casi nadie salva a nadie
ni está a salvo,
ni nos calma
la náusea del que ha visto
el reparto impiadoso de un dios malo
castigador como sed arenosa
que nunca sacia el cuerpo,
porque no alcanza el agua;
apenas si bracear algún deseo
pasando la rompiente,
buscando el horizonte
que persiste en moverse.

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