Sunday, June 02, 2013

Todo huele a tornado


que no habla nuestro idioma.

Huele todo a mercurio y a metales,

huele al borde en que queman

las pesadas urgencias,

nuestra voracidad,

nuestras necesidades.

Todo huele a la suerte de personas

que viven enviciadas entre sí,

encajetadas del amor por sus deudas,

sus cuentos, su orfandad,
 
su minucia de ombligo.

Todo

huele a guerra,

a salto ciego.

Y todo tiene dueño.

Pero a veces hay algo que se escurre

por las amables grietas

que abre el cuchillo amigo.

Y esas veces las cosas,

las mejores,

se quedan olvidadas,

sin que nadie reclame pertenencia,

en “objetos perdidos”.

Son acorde que vuelve
 
cuerda a bordo

de una infancia borrosa.

Son algo de alguien nadie

como esos pueblos verdes

de cuarenta habitantes.

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