Monday, November 05, 2012

Cuando la sardina habló


los pensamientos
(todos esos pequeños filigramas de su cerebro)
fluían como burbujas en un barril de cerveza a la deriva.
El sol brillaba sobre las escamas
vislumbrando en la sardina una aureola de pura santidad.
Haz el bien sin mirar a quien- decía la sardina mientras no le sacaba los ojos de encima a unas piernas que daban envidia.
Ojos que no ven, corazón que no siente- repetía la multitud en su letanía.
La sardina tomó el trozo de pan, lo partió y lo repartió diciendo -Este es mi cuerpo que será devorado por vosotros
La multitud se movió acompasada, expectante y murmuró.
La sardina tomó la copa, escupió dentro de ella y dijo: Esta es mi sangre, sangre de mi sangre, agua salada del bendito Mar que será derramada por vosotros y por todos para el perdón de los pescados- y de un trago se vació el caliz.
La multitud transformó el murmullo en grito y se movió inquieta.
Haced esto en memoria mía- gritó la sardina mientras aún masticaba.
En ese momento la multitud se arrojó contra ella, miles de manos le arrancaron las aletas, los ojos, la lengua y las agallas.
La sardina, ciega, ya no brilló.