Tuesday, September 30, 2008

Rat Packaging


Esteban y Juan salen de la empresa. Entre otras prendas, uno viste camisa, el otro chomba. Ambos con pantalón beige y un control de edificio inteligente en una presilla de esos pantalones. Juan tiene el celular sujetado al cinturón. El otro, lo lleva haciendo bulto en el bolsillo de la chomba.


Esteban: -Ja, ja. (Irónicamente).
Juan: -Sí, sí. No te miento. ¿Cuántas te creés que tiene?
Esteban (la leve sonrisa se transforma en un rostro serio que le da paso a sus palabras): 16, te digo, y te lo dice el mismo auto: “16 valve”, diesciseis válvulas.
...
Por la vereda de enfrente pasan tres compañeras de trabajo, también con sendos controles de edificio inteligente, que a lo lejos se ven chiquitos. O chiquititos, mejor dicho.
Esteban: -Qué buena que está Vanesa, fijate ese lompa, que bueno, como le queda...
Juan: -... Hubiésemos salido antes, así comíamos con ellas. Sos un vueltero.
Esteban: -Igual yo la estoy invitando a media tarde a la máquinita, le encanta el alfajor blanco con almendras y guindas de Milka, como a mí.
Juan piensa: “parece puto cuando hace esos comentarios”.

Entran al restaurante de casi todos los mediodías. Se sientan ocupando una de las pocas mesas que están vacías. Adentro hay un solo mozo para muchos comensales, en horario pico; va y viene tomando pedidos y llevando cosas a las mesas.
Juan, pensativo. Pero ya sin bronca hacia su compañero comensal.
Esteban: -Venía Sebastián, antes de salir me dijo por messenger que en cinco llega.
Juan: -Ha, sí, mejor. Lo dice con la poca satisfacción que le queda a esa hora, cuando promedia la jornada laboral.

Se acerca el mozo a las apuradas, con una canasta repleta de pan en la mano, que deposita al instante en la mesa. Viste camisa blanca, con el último botón desabrochado. Pantalón y zapatos negros. Alguna mancha de aceite, si se mira bien.
Juan lo mira y levanta las cejas. -Hola.
Mozo: -Hola.
Esteban, mirando para otro lado, casi distraído: -¿Qué tal, que hay de rico hoy?
El mozo, orientando su mirada a la pizarra cercana, dice lo que se lee: -Pescado frito con puré.
-Dale uno, con una Coca. Dice Juan.
El mozo anota rápido. E inmediatamente mira fijo a Esteban, quien se presta a hacer su pedido.
En eso, vistiendo pantalón gris pinzado y camisa rosa, llega Sebastián: -Hola. Saluda a todos, incluido el mozo.
….

Esteban: -Yo tengo uno de cien, denme a mí.
-Yo también, así que después cambio y te doy. Dice Juan.
-Pero acordate, no me hagas pedirte. Responde Esteban.
-Catorce, justo, y dejo estas monedas de propina. Sebastián.
Salen del restaurante. Caminan.


Mirando a Juan, dice Sebastián: -Eso que me dijiste recién no tiene nada que ver. Si le digo eso me rompen las bolas, se me viene todo en contra. Los de ahí no tienen paz.
Esteban, que está en el medio, acota: -Otra vez con eso, son peor que la comida de recién. Déjense de joder.



Uno de ellos prende un cigarrillo. Siguen conversando, apresurando las palabras a medida que lo que queda del tabaco del cilindro de papel va llegando a su fin. Están junto a la puerta de blindex, parados, en ronda de tres. Otro de ellos, no el que fumaba, se hamaca en el aire, oscilando su cuerpo hacia ambos costados. Se termina el cigarrillo. El que lo fumaba lo tira en la vereda, lo pisa, y luego lo patea hacia la calle.

Entran por segunda vez en el día al edificio inteligente.

-El problema es cuando tenés hijos. Ahí cambia todo. -me dijo.

Claro, lo que cambia es la cabeza. Claro, en otros países y en otras épocas los largaban a la mierda y se críaban con la ayuda de Dios. Pero acá la culpa judeo-cristiana, o musulmana, o indostana o meronita, te dice que si abandonás a tus hijos sos un animal.

Es algo impensable. La impronta segura de ser un mal tipo. De ser un irresponsable.

Peor.

De un redomado hijo de puta sin perdón y sin redención.

No sé cual es la solución. A ver... si te vas a la mierda seguramente, para bien o para mal, influyas en su vida. Lo que en general la gente omite es que lo mismo ocurre si te quedás y lo educás. Y nadie puede garantizar cual de las dos influencias, si la de la ausencia o la de la presencia, dará mejores resultados. Porque nadie sabe cuales deberían ser los resultados. O a lo mejor eso de los resultados es algo tan íntimo y personal, que esa es la raíz de todos los problemas.

Digo ésto como hijo y viendo a mis padres, a los padres de mis amigos, y a mis amigos padres que todo lo que hacen influye sobre sus hijos para bien y para mal.

Digo que educan a sus hijos con una firme certeza de lo bueno y de lo malo. Y en el esfuerzo permanente de impresionarlos demostrándoles que saben lo que está bien y lo que está mal. Que son grandes jueces de los acontecimientos. Y que además ese es el orden del Mundo.

Un carajo. Como a todos se me partió el corazón cuando me di cuenta que mi papá era un ser común y corriente. Ningún dios ni nada. No tuve posibilidad. Te matan con eso de que los padres te educan, porque principalmente te educan en adormecerte diciéndote que cosas son malas y cuales buenas. Básicamente te anestesian decidiendo por uno cual es el orden correcto de las cosas de este mundo.

Por eso (sólo en parte) es que ser padre es una tarea condenada al fracaso. Nadie puede asegurar que seamos mejores que nuestros hijos o sepamos más. Nadie puede asegurar que toda esta franela es porque, en términos de psicoanálisis, nuestro Ello cómo máximo hijo de puta egoísta encuentra en nuestros hijos la realización de la acción de Dios, de crear a imagen y semejanza y moldear, manipular, controlar y volver maneable a "eso" que nos debe todo porque proviene de nuestra costilla, o de nuestro semen, que es lo mismo. No sé... por ahí educamos a nuestros hijos porque no toleramos la idea de que no sean nuestros en absoluto sino de nadie. Y para justificar nuestra necesidad de vampirizar la vida de un semejante cumplimos con los mandatos sociales de brindarle protección, alimento, vestimenta y educación (y bastante amor asfixiante).

El otro día me dijeron que si uno no sabe manejar, no puede opinar sobre manejo. Por ahí esto es igual. Por ahí si uno no tiene hijos, no puede opinar del tema. Por lo menos de algo puedo opinar: visto desde afuera (desde quien no tiene hijos) me parece que se debería cambiar el marketing o el packaging o lo que fuera porque la publicidad no es muy atractiva. Cuando tenés hijos pasa qué:

a) Generás un vínculo de por vida con dos seres humanos. Uno vaya y pase... se trata de éste ser humano todo el post y en el fondo es lo que estamos discutiendo. Pero ¿el otro? ¿la madre? ¿de dónde salió esta obligación de tener un contacto eterno?
b) Durante el embarazo te transformás en un sirviente mal pago y casi sin retribuciones de ningún tipo. Después del embarazo te transformás literalmente en un esclavo, cuyos deseos vienen muy por atrás de los del hijo (que los impone de una forma tiránica mediante el llanto eterno y las enfermedades) y de la madre (que los impone de una manera igual de tiránica que el retoño mediante la astucia y la malicia disfrazadas de depresión e invalidez).
c) Cedés tiempos y placeres para brindar la protección que la sociedad demanda. Tanto cedés que el trabajo, que siempre lo viste como el principal problema de emancipación personal, pasa a transformarse en el único lugar de alivio en el cual uno se encuentra medianamente a salvo. El trabajo se transforma en el lugar de recreo. La verdad que visto de lejos parece medio un espanto.
d) Comienza indefectiblemente un deterioro emocional que se transforma en deterioro físico. Subvaluado por la pareja y por el retoño, uno deja de cuidarse, deja de hacer deportes, ya no le importa si se ve lindo o feo al espejo, no tiene tiempo de escuchar música, ni de leer libros, ni de cocinar, ni de ver películas o fútbol o boxeo o reunirse con amigos, en suma, deja de pensar que esas actividades son la diferencia entre ser una persona y una cosa vencida por la vida.

Obvio que como cualquier generalización, ésta también es probablemente injusta y seguramente hay una cataratas de razones a favor de la reproducción de la especie. O mejor dicho... de lo que viene después de la reproducción de la especie. Con el tiempo se crea un vínculo de amor y eso hace que uno sea complaciente con todo lo que deja de lado y lo explica diciendo que "en la vida hay etapas". El problema es que yo a esa etapa le veo demasiadas desventajas con respecto a la etapa actual. Y los diálogos íntimos que tengo con amigos... no hacen más que afirmar esta cuestión.

Monday, September 29, 2008

Paul Newman (Shaker Heights, Ohio, 26 de enero de 1925 - Westport, Connecticut, 26 de septiembre de 2008)[

Dragline: Why you got to go and say fifty eggs for? Why not thirty-five or thirty-nine?
Luke: I thought it was a nice round number.

Friday, September 26, 2008

Cuando alguna noche, por esas cuestiones de divorcios


dormíamos mi viejo y yo en un mismo cuarto,
él apagaba la luz para marcar el fin de la jornada.
O mejor dicho, de mi jornada,
porque él fumaba un rato;

su brasa iba y venía
constando la vigilia,
el pensamiento ardiendo,
la ansiedad vital,
sus planes.
Yo no dormía;
seguía devocionalmente
el curso de ese cometa tabacal
genial, en ochos, ceros, elipses furiosas,
desprendimientos infernales en miniatura
sobre un invisible cenicero.
Todo mi viejo latía ahí.
Hasta su barba, en la penumbra,
parecía a punto de incendiarse.
Era bueno saber que alguien velaba,
planeaba. Proyectaba.
No era tanta la deriva, entonces;
el jefe dibujaba con luz en el vacío
y a algún lado llegaríamos.
Yo trataba de leer el futuro
en el periplo de esa brasa.
Ese movimiento sacro y arcano
de brazo, de mano, de índice y mayor,
señalaba algo indescifrable,
pero seguramente genial,
mientras viniera de mi padre;
tales coordenadas; precisas,
implacables, certeras,
no podían fallar,
en ningún mar, en ningún mundo.
Cuando ahora fumo
mi propio cigarro en la cama
y veo esa brasa ir y venir en la oscuridad
suelto el humo sobre ella
y me pregunto
qué liturgia me está llevando a dónde.

Wednesday, September 17, 2008

La radio




No voy a entrar en la estupidez de decir que, como no se ve, a uno le incita la imaginación lo que sale del aparato. Hoy la radio me sigue acompañando, pero es como un comentario molesto, del tipo consejo de un experimentado, que a uno a veces escucha el final, y eso nos da el pie a prestarle atención por un rato. Así vivimos. Pues aquí van mis escuchas, por si le interesa a alguien:
FM. No sé porque pero hace años que no escucho la roch and pop. Como a los Ramones, que me gustan, pero ya no puedo poner un CD de ellos. De vez en cuando me sorprenden en… alguna radio, o en la cortina de algún programa de TV que la va de vertiginoso. Vuelvo a la R&P. Alguna vez, hará una década, fui fana de Boby Flores (ahora anda haciéndose el cool en Kabul-a mi entender la que mejor programación musical tiene desde la óptica rock/pop-, la última del dial). Compartía este gusto con un amigo, que llegó a traer a las vacaciones (él llegó una semana más tarde) un programa grabado en casete. Lo de la R&P today, entonces, apenas lo puedo considerar. Así que tómese en esa situación: temprano a la mañana está la Vernaci, que la verdad nunca escuché, pero el programador no se da cuenta que la negra es para, por lo menos "tirando la noche". Se quiso hacer el original, el programador, y le salió bien, porque debe cumplir con las pautas. La negra a la tarde entrada, es otra cosa. Realmente se va al pasto, pero a veces abusa del costumbrismo, lo que le quita encanto. Demasiado “chorga”. Pero viene bien un bálsamo de relajo a esa hora.

Vuelvo a la mañana, la segunda en este caso: Pergola. Ufa, qué fácil pegarle, que es un comerciante y no es rebelde. Qué novedad. Pero tiene un dejo de la buena porteñidad. A veces, cada seis meses, es bueno darse una vuelta por su programa para saber lo que piensa el pretencioso cadete o la piba que atiende el drugstore. De La Puente, juega al viejo rocker pero siempre queda a medio camino. Gatman, pasó del dato prolijo y sobrio a, con los años, tirar alguna gragea de pensamiento; pero con eso no alcanza.
De la tarde, todavía me causa pena Di Natale tratando de bajar línea vanguardia hasta ahí, medido pensando en el escucha medio de R&P. Y rescato a De la Sala, pibe honesto y de cosas decir.
Tirando a la noche no sé que hay (Creo que Gillespie). Pero se extraña La pelota no dobla; se debatía y había espíritu crítico, más allá de algunos de sus integrantes. ¿Por qué en el cine hay espacios de divergencia y en el fútbol no? Comparo aquí a Basile con algunas de las películas de Suar (con parangón en situación de power corporativo). De estas últimas se puede debatir, del Coco (“que queré que le explique si sabe jugar”), sólo desde los blogs o desde la pelea de bandos (V. Hugo).
La Metro. Qué casito. Peña sigue reinventándose (qué barato soy, sí, dije reinventándose), se muestra siempre contestatario y abierto. Le tira de vez en cuando al establisment y hasta ahí. Pero descubrí que suele colar alguna idea o encuadre del tipo facho o políticamente correcto (no acorde a lo que él quiere transmitir), que suele quedar perdido por su honestidad brutal a prueba de todo (casi, digo yo). De su equipo, el bicho: un pibe 21 o 22 años piola, que se la banca estoico, y parece saber del valor del arte más allá de lo cool. Scot: un gran cínico. Pero este personaje, el cínico, parece la medida de equilibrio racional en la programación de esta radio, Metro. En otros pogramas este papel lo juegan, con desigual resultado: De Caro, Shultz y Fábregas. Ya llegaremos a ellos.
Perros de la calle. Andy. Gran entretenedor. Es mandado hacer para unir parejas distanciadas, llamar a algún freak o ese tipo de cosas que solo se resiste cuando se supera la barrera de la vergüenza y el morbo ajeno. Pero con eso no basta. O, mejor dicho, sólo con eso bastaría. Pero el tipo insiste con bajar línea: la va de “estoy en el sistema pero tengo sentido social” o “me solidarizo con la causa de los desaparecidos”, y queda forzado. Qué decir cuando intenta hacer periodismo… De su staff, debo destacar a De Caro, un gran tipo, que a veces sobreactúa sus bajezas para que nos encariñemos más con él. Seduce además por su sabiduría, pero claro, pronto lo interrumpen. Un verdadero espíritu noble, poniendo el freno de mano para no taponar al jefe. Y está bien que así sea, pero debería él encargarse de difundir de otras maneras (y lugares) más consagratorias su pensamiento. Cayetano, tal vez con el tiempo, como Gatman, logre tirar algunos atisbos de profundidad o de pensamiento crítico en algo que tan poco tiene de ello como el fútbol (habla de deportes, pero en realidad habla y es el especialista de fútbol). Un hallazgo, Harry, pero seguramente lo mantengan a raya. O tal vez no dé para más (ha de ser un muy buen psicólogo en el futuro, seguro).
Basta de todo: Martin, seguramente uno de los mejores exponentes a la hora de reflexionar sobre fútbol (otro, más rico pero algunas veces insoportable, su ex compañero Vartskty). Es un muy buen interlocutor de otros, pero a veces coarta a estos haciendo una apreciación genérica de sus pareceres. Lo acompañan Shultz, detrás de bambalinas en la vieja versión del programa, que hoy con micrófono en labio, suele creerse el personaje de aséptico, y que genera bronca en mí cuando se relaciona con oyentes o entrevistados (suele llamarlos por el apellido y sin tutear, con lo que el mensaje oral queda como despectivo), mientras que la juega de racional-frío en sus apreciaciones, que de tan tendenciosas, obvio, carecen de naturalidad. También está cabito. Muchos chispazos de lucidez, empañados por la idea “fifa”.
Vamos a la noche. Aquí hay un pase entre programas un tanto forzado. Resulta mucho más feliz el pase entre los dos programas anteriores (Perros y Basta). “Forzado” dije, tal vez esta palabra describa la actitud de un tipo inteligente como Wainraich. Su naturalidad, estima él y eso estimo yo, no debe ser tan fecunda como sus intenciones. Entonces allá vamos: que es judío, que tiene gustos vergonzables, que es fana de Sainfield (en esto comulgamos). Pero qué pasa. Se le descubre el chiste rápido. Resulta insípido con el tiempo, no antes. De hecho una vez me llegaron entradas gratis para ver Cómicos Stand Up, donde actúa, y fue lejos el más gracioso. Claro, duraba 20 minutos. Para más tiempo, tal vez me quedaba con otro de los parados, en el sentido de acá no de España (o Ehspaña). Con ese otro tal vez se podría hablar en serio, hasta algo más de la postura lograda. “Che, te diste cuenta que eso no tuvo respuesta” le diría yo a ese otro, y ese otro se mortificaría en serio, no se reiría ni ironizaría sobre el hecho. Pink, honestidad brutal de la chica media (aunque es alta, jajajajaja) de clase media. Y con eso, que no es poco, hoy basta. Fabregas, un tipo que parece noble (sí, ya utilicé esta palabra) y que por eso como que le quiere atender el chiste a W.
Pero también existe un mundo en AM. Pero por cuestiones de sintonía (sonora) muchas cosas se me suelen pasar. Una cosa, radio mejor dicho, que por esa razón no se me pasa es la 10. Considerables chanchullos para lograrlo se pergeñaron en las madrugadas para birlarle el alcance a la antigua municipal. Eso, sumado a la calidad técnica y al fino tino de los programadores (en el peor sentido del asunto) la convirtieron en la radio líder.
Temprano Longo, nos brinda una buena reseña de cómo se piensa la cosa en los coutries. Lo sigue el negro oro, inimputable. Los que lo siguen es porque le siguen el ritmo (increíble Pintos, comentarista deportivo-lobista-barra brava). Opos, el baby -alguna vez un personaje detentado por los buscadores de freaks-, se va al pasto y gusta de ello. No es el más elegante a la hora de tratar a sus interlocutores, algo en lo que coincide sustancialmente con Shultz. Nunca lo escuché, a Babi, más de 10 minutos, tengo la salvaguarda cool, entonces, de mi lado.
Luego, también en la Diez, viene Lani, que me gustaba más en Continental. Lani es un verdadero gentleman. No hago un descubrimiento si digo que el tipo le puede preguntar la cosa más zafada a alguien, que le contestará sesudamente, mientras que este alguien ante la misma requisitoria hecha de otra manera se ofendería. Enorme logro desde lo formal, pero también será un enorme logro desde los resultados de contenido, pero claro, hay que afinar el oído, eso nos requiere Lani. Eso sí, a veces se lo nota un poco, como decirlo, morbo, y eso es algo que se desprende de sus psidrama-radio, que de la manera más lúdica (me hace acordar a cuando bien de chico componía personajes un tanto estrafalarios en mis juegos infantiles, así como en mis sueños acutales) me suelen entretener durante las tardes. Un párrafo aparte merece.
Y aquí estoy, un párrafo aparte (como en un chiste de stand up) la espiritual oda al sol de Lani a las 15. Y entonces me corro (no en España, aquí) a la 590, la vieja y querida Continental. Tipo hasta la una o dos (nada que ver con el programa de Laje) está el compinche de Lani, Mactas. Otro respetuoso y elegante del habla (tal vez más elegante que Lani), lástima que por su insustancia haya sido cooptado por los intereses que le ayudan a llevar la guita al hogar. ¿Es necesario ser tan tendencioso con las pautas que le manejan de alguna manera el que del discurso? Seguramente para él sí. Una lástima.
A la mañana en Continental tenemos a Magdalena, quien como una justiciera incrédula hará creer a todos que su indignación es propia de ellos, todos. Sus muecas radiales se sienten con sonido pero se siente. No sigo, ya que es tan fácil darle, que me va a generar errores de apreciación.
Le sigue Víctor Hugo. Un verdadero hombre de radio, y eso tal vez hable mal de la radio. Demasiado impostado el tipo, che. Tiene algo que me encanta, sus repreguntas ante un entrevistado suelen cuestionar los fundamentos del discurso racional recibido hace un instante, y eso no es poco. Incomoda un poco su concepción de cultura, como lago vetusto y bueno, impostado y lúgubre. Para eso, prefiero yo, arte a cultura. Y si meto arte, me hago cargo de todo. Si tuviera que parangonarlo, diría que es como un tipo que va al cabarulo e intenta justificar la genital necesidad primaria con algo artificioso del tipo qué linda música, tal o cual (de nombre extranjero, alemán o ruso mejor), mientras te….
Voy a la noche y me detengo en la Diego again. Formento. Qué grasa. Sí, seguro, pero un señor. Sabe de qué se trata. El otro día lo escuchaba. En su programa tiene una parte en la que hay un concurso de preguntas y respuestas. En general las preguntas son muy fáciles (con tino y no creo que con el desprecio del que suele leer blogs, su produ debe limitarse a pensar que suelen llamar camioneros, amas de casa, señoras mayores, hombres del conurbano, empleados municipales), y versan sobre el espectáculo, y preferencialmente sobre lo relacionado a lo popular, canal nueve (ver rel con radio 10), los ochenta, los noventa y, eventualmente, los setenta. pero cuando digo descalificar quiero decir que le tuvo que indicar, al final de las preguntas, que no había ganado. El tema es que esta persona, la que llamaba, se había equivocado en preguntas prácticamente obvias, muy fáciles. Y el tipo, Formento, lo trató como al que ganó, muy bien. Con la mayor calidez y respeto. Me bañaba al terminar el día, y eso es lo menos que esperaba, cordialidad ante la derrota, aunque sea o por lo menos en la radio. Deberían aprender Baby y Shultz…
Voy a los perdidos (por mí). Rotando el dial he encontrado circunstancialmente, en AM, a Diego Bonadeo y a Antonio Carrrizo. Dos tipos que piensan y que gustan que se sepa que piensa, pero no se los aguanta y por eso, estimo yo, se pierden (o los pierdo yo) en el dial. Una deuda propia: de debo escuchar, en FM, a Varsky, a quien nunca puedo enganchar.
Dolina (antes en Continental y ahora en la Diez; bravo cuando dijo, o en realidad quiso decir, ya que no recuerdo exactamente sus palabras: “vos te pensás que los dueños de los de las otras radios son mejores que los de esta”). Estando yo en secundaria, hace casi quince años, casi voy a uno de sus programas, pero me quedé con las ganas y ya no creo que lo haga. Escucharlo me sirve como un golpe de sueño y temo que esto no sea bueno. Como sea, atrapa la erudición de sus palabras (en algún momento debería especificar hasta que punto se desprenden de su sapiensa y hasta que punto son apuntes), pero más, a mi entender, lo que reflexiona sobre lo que dice.
Dejo para lo último un descubrimiento de hace algunos años en AM. Primero en Rivadavia y ahora en La Red. Me refiero a Eduardo Aliverti, y específicamente a su programa Marca de Radio (los sábados a la mañana). Casi caprichosamente el tipo tiene una mirada de la realidad, de la política actual nacional e internacional, que podría decirse anacrónica. Su mirada es “materialmente” marxista, zigzagueando entre posturas que suponen una comprensión extrema y una acción, si vas a hacer algo al respecto, centro-virada. Se puede o no estar de acuerdo (a veces uno piensa si capusoto no toma algo de aquí a la hora de componer las letras de bombita), pero mirar lo mismo desde otro lado (el lado que nos muestran los medios masivos y generales que incluyen y superan al ámbito de la radio por su propia naturaleza) resulta por lo menos edificante si uno se siente en muchos sentidos indefenso.
Me comí un montón de cosas, pero hoy no las conozco. Por eso sigo escuchando mientras de reojo miro el dial del aparato. ¿Me estaré perdiendo de algo?

Tuesday, September 16, 2008

A las dos a.m aprox.


paré un tacho en Palermo para volver a casa,
a Barracas.
Venía de cantar, ebrio como una cuba,
solo. Al cabo de unas cuadras el tachero me dice:
“Señor, voy a tener que dejarlo acá porque usté está borracho
y me va a vomitar el auto”
Mi desconcierto fue tan grande como mi inspiración,
precisamente porque yo estaba alcoholizado,
tal cual bien planteaba el conductor del vehículo,
así que le espeté:
“¡Usté es un maleducado! ¿Se da cuenta de la acusación que está haciendo?
¿con que derecho me imputa semejante cosa?
¡Este es un servicio de transporte público!
¿A qué sube uno aquí? ¿a que lo ofendan?
¡Es una vergüenza total, una falta de respeto!"
Y así seguí un rato,
encaramado en mi creatividad.
Con tan cristalina y fraguada lucidez expulsó ese discurso mi boca
que el buen hombre quedó estupefacto.
Y milagrosamente,
por primera vez en mi vida,
logré silenciar a un tachero.
Claro:
hay que reconocer
que no era un tachero flor y truco
era… cómo decirlo,
un tachero de papel.
Porque uno fetén, te baja del auto
sin pipa ni milonguita.
Un tachero de verdad
te saca de los pelos del culo
y si tenés suerte
te deja la billetera y el celular…
y con muuuucha muuuucha suerte,
no te patea los huevos.
Pero en fin,
la vida me puso este regalo en el camino;
esta linda sorpresa de trasnoche.
Y uno a veces se queja,
de malagradecido nomás,
de pesimista que es,
y ve todo negro…
No,
si Buenos Aires tiene preciosos privilegios
originalidades sinigual.
Ojo:
que fue raro, fue raro,
tampoco es para repetir
ni engolosinarse.
De todos modos, llegué a casa contento,
en el mismo taxi.
Tenía una contentura tal
que quise contarle todo a mi mujer
pero ella dormía, y al interrumpirle yo su sueño
me cagó pedos,
me dijo que estaba haciendo ruido, que iba a despertar a nuestro hijo
me hizo callar la boca.
Tampoco tenía por qué
ser una noche perfecta.

Hay otra realidad

hay otra forma de ser.
La del león, que coge y duerme,
y caza.
La de la leona que no se preocupa por el león,
sabe que los machos vienen garantizados.
O lobos viviendo todos juntos
y de vez en cuando, alimentando humanos.
Todos ellos saben que hay otra forma
que ser gregario no es necesariamente amor,
reproducción, violencia, naturaleza, sexo, sangre, histeria.
Eso de juntarse de a dos no es instinto.

Mi nodriza amamantó a un lobo, nunca le mostró las tetas
y la manada no está agradecida,
no hará nada por ella cuando la encuentre en la estepa,
se las va a cobrar todas, leche y carne
y sangre y huesos y alma.
Porque de a dos todo suena muy árido,
al tiempo insípido, siempre las mismas tetas
el mismo culo, la misma pija,
el mismo teatro y la misma obra
pero siempre el mismo agujero, aburre.
Quiero ser animal para siempre.

Violencia siempre hay
pero ninguna como ir al supermercado en pareja.

Monday, September 15, 2008

Otra ciudad

El descubrimiento de Pol ocurrió por accidente: es la manera en que suceden las cosas importantes, esas que tuercen el rumbo de una vida común hasta convertirla en buenaventura o tragedia.
Conozco a un hombre que encontró una valija repleta de dinero en el jardín cuando hacía un pozo para enterrar al perro de su hija. Y también conozco la historia de una mujer sumisa, buena ama de casa y devota creyente, quien luego de arrullar a su bebé para que se durmiera abandonó el hogar en silencio y no se supo nada más de ella hasta que unos meses más tarde su marido la encontró en un bar.
El hombre se había detenido en el estacionamiento de una taberna. Quería tomar una cerveza antes de seguir rumbo a la casa de su madre que vivía en una ciudad vecina. Y allí (entre el humo y las luces amarillas) descubrió que su mujer se dedicaba día y noche a la prostitución.
Es una historia desdichada.
Y así, salta la liebre cuando menos se lo piensa. Como le sucedió a Pol, quien nunca imaginó que su vida podía cambiar de la manera en que lo hizo.

Pol era un hombre más o menos serio y sus días transcurrían sin sobresaltos. Tenía un buen empleo como vendedor de seguros para una empresa importante. Su oficina era cómoda y la consideraba un segundo hogar. Hasta le parecía más atractiva que su departamento de un dormitorio, sala de estar, cocina mediana, baño con ducha, y una lámpara antigua formada por pequeños trozos de cristal.
Se podría decir que la vida de Pol era normal. Y con una vida normal, un hombre normal se siente más que satisfecho. Pero algunas cosas no marchaban del todo bien. Y eso lo preocupaba.
Si Pol tenía que viajar alrededor de cuarenta minutos para llegar al trabajo, se concentraba ligeramente en las llaves de su auto y poco tiempo después estaba detrás del volante con la mirada fija en el parabrisas. Se encontraba listo para abandonar la playa de estacionamiento con un cigarrillo en la boca y el humo haciendo espirales. Lo que jamás lograba recordar era cómo había llegado hasta ahí.
Cosas como esa le ocurrían a menudo; y aunque tratara de no prestarles atención quedaba paralizado. Sin embargo Pol se había resignado a que algunas cosas sucedieran de esa manera y dejaba que una leve incomodidad lo atravesara como un ladrón que se escapa corriendo por calles desiertas.

Una vez Pol mató a un gato.
Era de madrugada y lo escuchó maullar. Se levantó de la cama y todo ocurrió de repente.
Abrió los ojos y le pareció que no estaba en su departamento, que su almohada era prestada y que algún otro había transpirado las sábanas. Luego volvió a escuchar el maullido y comprendió que el sonido provenía del balcón a través de la ventana abierta. Entonces recordó ese espacio diminuto con la baranda de hierro oxidado. Pensó que para llegar hasta ahí debía levantarse, caminar por un pasillo angosto y girar a la derecha para desembocar en la sala de estar donde había una mesa rodeada por sillas y paredes de las que se desprendía el empapelado formando cilindros. Eso daba un aspecto prehistórico. No había ni un solo cuadro. Luego tenía que girar nuevamente en dirección al tránsito de la avenida y dar algunos pasos hasta el balcón.
Pol seguía acostado. Sólo había movido los ojos. Sobre una mesa laqueda al pie de la cama, el televisor apagado emitía un zumbido casi imperceptible. Una pila de ropa sucia se derrumbaba contra la pared y allí permanecería hasta el sábado, día que Pol había elegido para llevarla al lavadero: toda junta y de una vez. Latas de gaseosas, marrones y pegoteadas, estaban dispersas en la alfombra. Sobre la mesa de luz no quedaba espacio para contener más ceniceros, cajas abiertas de cigarrillos, ni encendedores.
La habitación olía a nicotina y suciedad.
Pasaron algunos minutos hasta que Pol entendió que estaba en su departamento. Y como otras veces lamentó que ese lugar no fuera limpio y ordenado como la oficina.
El gato volvió a maullar y a Pol se le ocurrió otra cosa: el veneno está en la cocina junto a la caja de herramientas, pensó. Minutos más tarde el viento húmedo hizo volar su bata mientras acomodaba una mezcla letal con alimento para felinos en el piso del balcón.
El espanto lo sorprendió nuevamente. No es fácil adaptarse a ese tipo de cosas. ¿En qué momento consideró utilizar el veneno? ¿De qué manera lo había disuelto? ¿Por qué pretendía matar a un gato? No se le ocurrió ninguna respuesta y apurado volvió a la cama.
Al día siguiente se levantó y caminó hacia el balcón con un cenicero en la mano. No se había quitado ni una lagaña.
El sol asomaba detrás de los edificios (sus rayos atravesaban un manto de hollín) cuando Pol descubrió el cuerpo inerte del animal que mostraba sus dientes afilados por última vez. Inmediatamente lo tomó de la cola y lo arrojó al vacío. Luego Inclinó la cabeza para ver en qué parte de la avenida se estrellaba. El gato fue a dar contra el capot de un auto destartalado que improvisó algunas maniobras bastante arriesgadas. Pero no se detuvo. Nadie se detiene en la ciudad.
Satisfecho miró a su alrededor. A pesar de las miles de personas que habitaban los edificios circundantes se sintió perfectamente solo. Ni siquiera lo conmovió una mujer en camisón que a varios metros de distancia lo observaba desde una ventana. Esta no era la primera vez que Pol interceptaba la mirada de esa desconocida. En otra ocasión imaginó que se trataba de un pobre monolito extraviado al que nadie presta atención. Él tampoco lo haría. Después de todo, pensó, vivimos en la misma ciudad pero nos separa un mundo. Antes de entrar al departamento volcó el cenicero y dejó que cayeran las colillas acumuladas durante semanas.
Pol conducía su vida de esa manera: sin freno. Y cuando le ocurrían cosas que no podía controlar permanecía inmóvil y dejaba que el ladrón lo atravesara y luego corriera cada vez más lejos por las calles desiertas.

Una tarde manejaba de regreso a casa. El mundo permanecía idéntico que ayer y anteayer. Y hubiese asegurado que mañana y pasado permanecería igual. El cielo anunciaba otra noche calurosa. Las rutas cargadas de autos y tripulantes conducían a los mismos caminos y las chimeneas soltaban humo sobre el límite de la ciudad junto al río donde la tierra es yerma.
Un cartel pequeño que indicaba el kilómetro 97 se desfiguró junto a la ventanilla de Pol que aceleró el coche y encendió un cigarrillo. En la oficina no fumaba: lo prohibía el reglamento interno de la compañía. Pero ahora estaba en su auto y era libre de hacer lo que quisiera. Disfrutaba conducir de regreso a su hogar. Era el momento indicado para evocar lo que le había ocurrido durante la jornada. Todo lo que en ese momento se iba diluyendo junto al tiempo y en el pasado.
Cuando recordaba las cosas de esa manera los detalles resplandecían con un protagonismo inusitado. A Pol le parecía que a pesar de las apariencias ningún día era igual al otro.
Desde la autopista se veía la ciudad como desde ninguna otra parte. Sus puentes de metal y las grúas trabajando, los edificios espejados que parecían desplomarse sobre el camino y, por sobre todo, un manto de cielo y nubes que se transformaba constantemente.
Pol echaba humo por la boca entreabierta y hasta por los agujeros de la nariz. El tabaco tenía buen sabor y decidió degustarlo con mayor lentitud. Espació los intervalos entre una y otra pitada y aflojó el puño de la mano que sostenía el volante. Una sensación de bienestar lo fue colmando y Pol movió el cuerpo para encontrar mayor confort. Prendió la radio (aunque hubiese preferido el silencio) y notó con asombrosa claridad el modo en que una acción se enlazaba con la siguiente: era como si formaran parte de una cadena que algún orfebre urdiera a su antojo.
Pol sintió que el cuerpo se le iba de las manos: temía olvidar lo que le había sucedido hacía un instante. Pero eso no ocurrió. Intuyó que el futuro estaba cerca y que iba a descender delante suyo como una barrera. Aceleró aún más y gritó como nunca antes lo había hecho. Fue un sonido seco que le golpeó las sienes y se expandió por todo el cuerpo. Estaba temblando.
El silenció había irrumpido en su vida como nunca antes. Sintió que ya no era él y que la ciudad no era la misma. Apuró el auto para llegar a su departamento cuanto antes. Pensó que había quedado sordo. La radio soltó una cadencia lejana y Pol reconoció el ritmo que había escuchado cuando encendió el estéreo. No estaba sordo pero los sonidos parecían distintos. Y no eran lo único que había cambiado para él.

Lo primero que hizo cuando despertó a la mañana siguiente fue revisar cada una de las impresiones que le venían a la memoria.
Recordaba que había estacionado el auto sobre la avenida; no creía que pudiese hacerlo en la cochera y llegar ileso hasta la entrada al edificio donde se le doblaron las rodillas y tuvo que trepar los escalones de mármol haciendo fuerza con los brazos. Afortunadamente la puerta de entrada había quedado abierta porque hacía años que nadie reparaba el resorte que hacía que se cerrara sola. Para traspasarla se había arrastrado como un insecto malherido y había avanzado por un pasillo que le pareció interminable.
Finalmente llegó al ascensor, se puso de pie como pudo, abrió las dos puertas tijera y volvió a cerrarlas. Luego se desplomó y esperó que la jaula de hierro lo llevara hasta el destino indicado.
Cuando la cabina se detuvo quiso incorporarse. Pero no lo consiguió. Tuvo que abrir las puertas con los pies y arrojarse a la oscuridad de un corredor angosto. A pesar de que las piernas le temblaban se puso de pie. Sacó un manojo de llaves del bolsillo de su pantalón y avanzó con el brazo extendido y un lado del cuerpo apoyado contra la pared.
Sintió que caminaba por un túnel sin tiempo ni espacio y que su departamento era ya inalcanzable.
Debe ser así cuando la vida se va del cuerpo, balbuceó Pol con los ojos cerrados y la voluntad abandonada a la suerte de lo que pudiera sucederle. Debe ser así, dijo nuevamente, y al instante sintió que la llave que tenía en la mano giraba adentro de una cerradura. Abrió los ojos y clavó la mirada en dirección a la puerta. Veía mejor que antes. Dio un segundo giro a la llave y escuchó el mecanismo de trabas y ruedas con dientes que estallaban como la caída de un puente levadizo. La puerta se abrió con la solemnidad de un ataúd y Pol entró al departamento. Soltó las llaves que se estrellaron contra la alfombra en silencio y se tambaleó hasta la cama donde cayó exhausto. Lo último que hizo fue agarrar la almohada y taparse la cara.
Reconoció muchos de los sonidos que le llegaban desde todas partes y que se mezclaban con otros que nunca había sentido. Todo junto formaba parte de un murmullo lejano, desconocido. Y Pol sospechó que algo grave estaba sucediendo.
Todo eso realmente le había ocurrido: lo recordaba a la perfección. Ahora movía la cabeza de un lado a otro. Examinó la habitación y detectó que percibía los sonidos que se desarrollaban en el lugar exacto al que dirigía la mirada.
El sonido de las patas crocantes de una cucaracha caminando adentro de una lata pegajosa lo dejaron atónito. Podía sentir el resorte de cada una de sus articulaciones.
Pol se paró y caminó hacia la chatarra sin quitarle los ojos de encima. Lo hizo todo con mucha cautela. La agarró y agitó con violencia. Adentro un cuerpo innoble se estrellaba contra las paredes de aluminio. Se agitaba buscando protección hasta que finalmente la cucaracha cayó al piso patas arriba, se agitó con fiereza hasta quedar al derecho y luego petrificada para confundirse con otra mancha de la alfombra.
Pol levantó los pies desnudos y volvió a la cama dando pequeños saltos. Cuando estuvo acostado cerró los ojos con fuerza y sintió que los sonidos habían cambiado. Le llegaban ahora más tenues y entremezclados como si se tratara de una llovizna.
Jamás le había ocurrido algo así y no imaginaba la manera en que esa nueva situación iba a modificar su vida. Trataba de imaginar cómo haría para que en la oficina nadie notara que le estaban ocurriendo cosas muy raras. ¿Cómo haría para manejar por la autopista? ¿Cómo habría de reaccionar ante los ataques de amnesia?
Pol mantenía los ojos cerrados e intentaba eludir los sonidos. Nunca había imaginado que el silencio iba a convertirse en un bien tan preciado, y continuaba buscando la manera de aplacar el barullo cuando lo envolvió una vibración. Quedó helado. Luego pensó que podría tratarse de un timbre. Se levantó y caminó agitado hacia la puerta de entrada. La cucaracha salió disparada delante suyo y abandonó el departamento. Pol la siguió con la mirada y se agachó para levantar las llaves. Luego reposó la mano sobre el picaporte. Alguien golpeó la puerta. Pol abrió y encontró a dos agentes de la policía.
¿Es usted pol?, le preguntó a Pol el agente más gordo.
Pol asintió con la cabeza sin quitar la mirada de encima de los visitantes.
¿Podemos pasar?, preguntó el otro mientras se sacaba la gorra y se internaba en el departamento. Era joven y tenía la expresión de un novato: había algo virginal en sus muecas.
El gordo avanzó detrás de su compañero y cerró la puerta a sus espaldas. Los policías permanecieron callados y miraron en todas direcciones. Tres corazones latían en la sala y Pol sabía que el suyo lo hacía con más fuerza. Seguro que estos individuos tenían algo que ver con lo que le estaba sucediendo.
Recibimos una denuncia en su contra, dijo el gordo que ahora examinaba la habitación de Pol.
Lo vieron arrojar un gato por el balcón, arriesgó el novato que estaba enfrente de Pol. De ser así amigo, usted ha incurrido en una contravención medianamente grave.
La cabeza de Pol retumbaba como una carpa de circo repleta de animales desbocados. Precisaba ordenar algunas ideas, o, al menos, armar una frase coherente y hablar. Se le ocurrió que lo mejor sería invitar a los policías a que tomaran asiento en la sala de estar. Y eso fue lo que hizo.
Los agentes parecieron no escucharlo. Continuaban inspeccionando el lugar con mucha atención como si de esa manera se les fuera a revelar un gran enigma.
Los tres quedaron en silencio. Pol sintió una marea de sonidos que avanzaba espesa y lenta. Pidió que le dispensaran algunos minutos a solas. El novato miró a su compañero que asintió con un gesto casi imperceptible; un cambio de intención en la mirada.
Pol atravesó la sala de estar rumbo al balcón. Lo hizo con cautela; sin embargo tintinearon los cristales de la vieja lámpara colgada del techo. Y salió. Corría algo de viento. Apoyó la cintura en la baranda y buscó algún punto donde reposar la mirada. Todos los sonidos se le revelaban furiosos e inabarcables. Pensó que ya no podría sobrevivir en un lugar como ese. Luego buscó a la mujer que solía observarlo a la distancia pero sólo encontró el silencio de un hueco abandonado.
Giró en dirección a los policías. Observó con detalle sus muecas y les preguntó si habían encontrado a un ladrón atravesando calles desiertas.
No muy lejos del departamento las chimeneas continuaban largando humo.

Friday, September 12, 2008

algunos tipos...










algunos tipos cada tanto buscan excusas para ser ejecutores de la irreverencia, aunque sea por un rato...

Thursday, September 11, 2008

Antítesis del reencuentro

Cuando uno cree
que con la retirada está a salvo,
un make up y dos cristales de Swarovski por ojos
y vas dos a cero abajo.

Wednesday, September 10, 2008

Hipótesis de la separación

Cuando uno cree
que tocó el cielo con las manos,
dos palabras justas
y todo al pasto.

Tuesday, September 09, 2008

Tres pistoleros

jugando a la ronda
en el cementerio.

El bueno obviamente simpático,
el malo obviamente taimado,
el feo obviamente tramposo.

Los ojos fijos,
los dedos rápidos,
las armas listas.

Tres pistoleros
jugando a la ronda
en el cementerio.

El oro de Sad Hill
bajo una tumba desconocida
a la derecha de Arch Stanton.

Tuco no tiene balas
Blondie no tiene fósforos
Angel Eyes no tiene escrúpulos.

Tres pistoleros
jugando a la ronda
en el cementerio.

Los segundos se alentan
el polvo se detiene
las manos se mueven.

Blondie dispara primero
y quien dispara primero dispara mejor,
Angel Eyes se revuelca.

Tres pistoleros
jugando a la ronda
en el cementerio.

Tuco no tiene balas
Blondie lo cuelga de un árbol
pero le deja la mitad del oro.

Desde la cima de la colina
silba el winchester de Blondie
cortando la soga de Tuco.

Tres pistoleros
jugando a la ronda
en el cementerio.

Wednesday, September 03, 2008

Perro, caballo o botella?

Siempre se discute si el mejor amigo del hombre es el perro, el caballo o el whisky. Es una discusión esteril, porque para participar habría que haber tenido perro, caballo y whisky. Incluso con perro, caballo y whisky puede pasar que uno no opine como consecuencia de ser un carenciado. Yo tuve caballo muchas veces, tuve perro una sola vez y tengo whisky desde hace un buen tiempo. Pero todo lo tuve en épocas diferentes y en ese caso empieza a tallar la intensidad de lo que se siente con respecto a cada uno de los seres, que disminuye o aumenta según la región del Tiempo en que se quedó a vivir.

Además a mi yegua Kety sin dudas la amé muchísimo, pero también amé a El Loco Pomelo, a quien ví una sola vez en mi vida y que pagó 21.40 cada par de boletos una tarde en Palermo, cuando parecía que me volvía caminando a casa y terminé en taxi. Igual no se como encajar un perro en todo este párrafo de burros. Ya está claro que no tengo una palabra autorizada.

Para dirimir el dilema entre perro y caballo tengo una palabra de experiencia: Carlitos el peón, que anda con yegua y con perro. Pero sin whisky. A priori no podría decir cual es su mejor amigo porque para mi él, Mirinda y el perro Corbata son como La Santísima Trinidad, Uno y Trino todo junto. De cualquier manera paga la pena preguntarle su opinión.

Sin dudas sujetos a priori autorizados son los highlanders. En todos los cuadros aparecen con perro, caballo, kilt y si bien no siempre el whisky está a la vista, todos dedujimos que lo llevan adentro. No se si se puede confiar en un escocés. Muchos dicen que en temas de dinero, no. Pero en todo caso la gente que inventó el whisky no puede ser mala así que el próximo escocés que vea será sometido al correspondiente interrogatorio. El último fue un taxista. Lo tomé en Thames y Paraguay y me dejó en Austria y Arenales. Insistió mucho, a lo largo de su conversación, en asegurarme que la forma correcta de pronunciar Glenfiddich era Glenfidik. Debe ser una obsesión escocesa porque ni bien entro a Wikipedia dice:

The Glenfiddich Distillery is a Speyside single malt Scotch whisky distillery owned by William Grant & Sons in Dufftown, Scotland. Glenfiddich is pronounced with a hard ch as in the Scottish loch (IPA [x]) and means ‘Valley of the Deer’ in Gaelic, hence the presence of a deer symbol on Glenfiddich bottles.

Lo que sí puedo decir con cierto grado de certeza (por favor revaloricemos a las cacofonías) es que mis amigos y yo somos amigos del whisky, a veces de los caballos y muy pocas veces de los perros, a los cuales miramos con desconfianza, salvo que sean ellos mismos amigos del whisky.

Monday, September 01, 2008

A propósito del ombligo


Por estos días estuve leyendo blogs. Para ser más exacto, estuve reencontrándome con algunos blogs que leo siempre; o sea, poniéndome al día.
Así fue como me descubrí: soy un lector de autores dentro de los blogs. Me gusta este o aquel que escriben en tal o cual blog. Y estos autores, en general, escriben dentro del contexto de un blog con ánimo común, como podría ser Pescadores.
Alguna mente práctica me podría decir que lo que prefiero es la marca de autor. Sí, pero no necesariamente eso se identifica con lo que es blog personal, diría todo lo contrario. Debo reconocer que estos blogs –los de autor o personales- tienen más gancho: la autoindulgencia y el anecdotario cotidiano, cuestiones que tienen hoy tanto predicamento en la literatura como en la radio (en esta última ya cansan las autorrefernecias de los pequeños fracasos de los exitosos; quienes tal vez quieran expiar alguna culpa: ¿culpa de qué?: ¡vuelvan al psicoanálisis o, mejor dicho sigan, con el psicoanálisis!). Además, leerlos es como robarle el diario personal a alguien. Y eso está buenísimo, pero de tan fácil y divertido se nos pasa algo: que muchas veces, la mayoría, quedan en la anécdota. Vamos. Todos somos interesantes, y mientras más gris seamos, más interesante puede llegar a ser lo que nos pase interiormente, por lo menos desde el contraste. Algo que suele ser una suerte de elogio a lo freak.
Insisto, con estos blogs personales te cansás rápido. En general –hay excepciones-, no tienen sustancia, porque esas reflexiones robadas vulgarmente de los guiones de películas de Tarantino o de la Gran Sainfield, pronto comienzan a girar en falso. Y nos damos cuenta: cuánto (sorry la cacofonía) tiempo perdí leyendo esta boludés. Suenan repetidos y aburridos desde su originalidad: ej.: discusiones estériles en un negocio, parafraseando a la libra de queso de Trabolta en el Mc Donalds. Actúan como la venganza del anónimo de lo que nos pasó, en formato blog.
Mi voto entonces por desentrañar y descubrir autores dentro de los blogs; autores que no se miran el ombligo sintiéndose originales. Sino, que desde una intencionalidad honesta buscan dejarnos algo, aunque sea rabia, pero sobre todo una comunión de sentimientos, aunque para ello tengan que referir a lo cotidiano (no basarse en lo cotidiano, que es muy distinto).
Desde este lado del mostrador (esporádico participante de Pescadores), me parece estimulante la obligación de no desentonar dentro de este tipo intencionalidades, las nuestras: el box, los placeres, la literatura, la música, el alcohol, la buena mesa, la tradición campera, las costumbres en desuso, los ritos sinrazón, los perdedores que son ganadores en serio; siempre mediante esos vasos comunicantes que son el arte y la reflexión, de los cuales no está exento el humor ni la buena solemnidad de etiqueta, que le rasguña algo a la nostalgia.
A alguno le podrá gustar más o menos el tono o registro de Galga, Sancho, Guardián, Fiera, Nachete, Maro (sorry, me olvido de algunos, seguro), no todos somos interesantes aquí para todos, y menos para todos los circunstanciales internautas. Pero algunos deben tener hinchada (yo soy hincha de algunos de ellos), y todos (ya sé, repetí esta palabra varias veces) tienen una vara invisible y alta, que con generosidad nos eleva al resto.
Me parece que no es fundamental emanciparse en el blog. Interesa crear algo con compañeros de ruta (que en muchos casos no conoce personalmente).
Aquí o en otros formatos, tal vez algunos encuentren un camino de distinción o reconocimiento más masivo o consagratorio (algunos ya lo cuentan entre las plumas pescadoras). Lo seguro, aquí honestidad no ha de faltar. ¡Jamás por el camino fácil y tramposo, antes que eso el silencio!
Si algo nos podría criticar es la buena predisposición al compañero de ruta. Más de una vez no escribí algo de algún texto que me gustaba, y por eso me sentí culpable (no debería haberme sentido así). O, al contrario, también he escrito elogios protocolares. No me ofendo si desde los comentarios también me hacen subir la vara (“Che, qué solemne”, por ejemplo). Salutes.