Mejor que no haya nadie
mejor que caminés sola y negra
mejor que llorés estas lágrimas de vendimia
mejor que recorrás todas las librerías del Trianón, porque tanto te metiste en mi centro
que no me alcanzan los edificios de Buenos Aires para derrumbar,
ni las botellas de vino para beberte
ni los peces del mar para satisfacer el deseo de nadar
con vos.
De repente tengo un par de mis semanas en el freezer
y no entiendo ni un átomo de tu devoción por ese hierro que se para al lado del río.
Pero bueno, miro con una sonrisa y te digo un par de palabras bonitas al respecto
y es
en el preciso instante
en que me nombrás esas cuatro cosas que me parten
siempre al punto
siempre al medio
siempre al arco, con la asombrosa fuerza de lo frágil.
Y es entonces cuando te besaría los codos
o velaría con tu cabeza apoyada entre mis piernas tan solo por el placer de verte la cara
los párpados cerrados
sobre tus ojos oscurísimos de profeta.
Te prestaría la noche si fuera mía
porque tanto te amo
que no me alcanzan los dedos
para contarte
cuanto.
Tuesday, August 30, 2011
Fou
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Thursday, August 18, 2011
Por ejemplo
Por ejemplo, en todos los hospitales del mundo
hay enfermeras que llaman al silencio
con el índice cruzando la boca.
Como el Gran Hermano
la enfermera sabe que estás haciendo ruido con el envoltorio del caramelo
o hablando un poco alto
a veces sabe por qué chirría la cama vacía
a veces
sabe
que no está vacía
a veces
sabe
que se acomodan dos.
Por ejemplo, en todos los trenes del mundo
el guardia es malo y el conductor es bueno.
La locomotora tiene espejitos.
Ellos miran
y saben
que hay gente sin boleto.
Saben que el tren es una comarca
de golosinas
guías-T
y muñequitos sin pasaje habilitante.
Saben que el tren mismo está vivo
y sin boleto
respirando el tatrán-tatrán.
Por ejemplo, en todos los bares del mundo
hay tristezas acodadas en la barra.
Algunas son silenciosas,
recuerdan
a los muertos
otras se angustian por las cosas de los vivos
por el amor
y toda esa palabrería.
Otras están
ahí
y hablan con el barman
y hablan, y hablan
para olvidar que están
solas.
Por ejemplo, en todos los mares el mundo
hay peces.
Algunos comen y otros son comidos.
La mayoría
come hasta que es comido
o asesinado por un rayo
o una red.
No saben que van a ser comidos
no saben nada más tampoco.
Saben, eso sí
que el mar está vivo
vivo como ellos
como el tren
como las penas
o como las enfermeras.
Por ejemplo, en todos los agostos del mundo
nace un invierno
así de a poco
en el pecho.
Viene como la helada a la mañana
y ataca la garganta.
Angustia.
Estrangula.
Ahoga desde lejos, desde el sótano
o desde el miedo.
Por ejemplo, en cada dedo de la mano
tengo a alguien
cuento
que cuando oscurece en agosto
me dice
-hay que aceptar que no podés controlar todo
asi que fumate un porro y ponetelo mas tranquilo.
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Friday, August 12, 2011
Ahora digamos,
deteniéndose en lo que fuimos
a veces
un vaso de la cerveza aguada
otras veces, las más
un depósito en Tiro Suizo con una lamparita agónica.
Ese cuartucho tan tuyo
la puerta combada,
la cama y los espejos para vernos mientras nos montábamos como perros
como vos perra y yo perro
y el calor a cuadritos hacía juego con la sordidez de la cama
la miseria de mi afecto, tan poco dispuesto
tan limón de septiembre, arrugado, vacío, anestesiado.
Ahora digamos
que plantaste un árbol y partiste.
No importó
(a mi tampoco).
Éramos solos pero éramos
y partiste
Podés afirmar que yo acepté, que ya había partido, a mi modo
sin partir o partiendo
con los ojos que ven lejos porque ya no ven cerca.
Que no pueden ver cerca porque solo ven lejos.
Podés afirmar que estaba demasiado concentrado en las piedras
o en los nardos
o en las estampillas.
Podés afirmar que fingía mirarte
fingía hablarte
y solo tenía miradas para mi
palabras para mi.
Ahora digamos que te diste cuenta que no querías más alarmas
que te robaste mi vaso.
Jugaste en otra liga
el teléfono sonó y estuviste ocupada
metiste a esa rubia en mi cama un miércoles lluvioso
¡que hambrienta estaba!
La encontraste en Berlín
la arrancaste del baño con un pase y una promesa
la metiste en la cama
entre los dos
yo miraba el espejo pero entonces
¿había partido?
Ahora digamos que ya no importa
con el tiempo estas cosas quedan viejas
son como un rumor
como algo que te contaron, impreciso, turbio.
Me quedé con un juego de cartas.
Se lo olvidó la rubia, que fue tarotista, entre las sábanas.
Y vos jadeando
y el naipe de Le Mat con tu sudor pegándose a tu espalda
y vos jadeando.
a partir del espejo.
Me quedé con un juego de cartas de Tarot de Marsella
y ahora digamos
que quedó viejo
pasó de moda
con tanta herida
y tanta cerveza aguada.
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Tuesday, August 02, 2011
Los tenedores son inestables
Son torpes.
Se sacuden solitos y caen sobre la alfombra.
Se trepan y se vuelven a caer.
Entonces es mi mano torpe.
Los tenedores son inestables
Pasa que se caen
y ahora es otra mano quien intenta, una mano pequeña, a partir de sus uñas invierno berenjena.
Otra caída.
Otro intento
de otra mano, una tercera, y un tenedor que cae del plato de un universo de tenedores que caen.
En el lugar no hay solamente tenedores cayendo,
También hay constantes.
Por ejemplo, hay un jarrón chino que quizás contenía las cenizas de la abuela. Un jarrón inmovil como un viejo serio.
Sobrio.
Hay una biblioteca ordenada milagrosamente, me refiero a un orden verdaderamente milagroso;
uno de esos órdenes imposibles en mi casa, donde está todo desordenado,
o en la casa de las manos pequeñas con uñas color invierno berenjena.
Allí existe un orden propio, lógico, prolijo, y también desordenado o codificado o secreto para ojos extraños.
A veces me pregunto si en su casa los jarrones chinos no guardan a los muertos.
Me pregunto si en su casa hay jarrones chinos. O si hay chinos.
No creo.
Estoy más o menos seguro que hay frutas secas y botellas de vino
y vidrios, y pulloveres gruesos difíciles de lavar y mandarinas, botas
helados de frutilla y chocolate,
lápices, discos, lluvia, uvas,
dientes.
(amo sus dientes)
Me pregunto si tiene una ventana al cielo.
O si es que sus uñas cambian de color con la primavera
(creo que sí)
A veces, durante la noche me sentaba en la oscuridad a escuchar sus relatos de la casa, con madera y chispero. Y hogar, y frío, y caminar sobre la nieve lo cual al final de la vida puede resultar necesario.
O más que necesario.
Imprescindible.
De golpe, cae un tenedor y el ruido me regresa a la sala donde muchas manos luchan con los tenedores que caen. Donde las bibliotecas están cauterizadas por su orden y los jarrones chinos podrían contener cenizas de la abuela.
Los tenedores son inestables.
Torpes, pretenciosos, en sus platos blancos.
Caen sobre la alfombra, vuelven a caer
caen
una vez, diez veces o cien.
Me traen de vuelta a la sala.
Al olvido.
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