Tuesday, July 31, 2007

Only with your eyes

Speak to me only with your eyes. Is to you i give this tune”.

(Jimmy Page & Robert Plant)


Dedicaría tu tiempo extraviado

el breve

y el que tampoco se extingue en la meta,

buscando junto al río

donde acecha como un felino absurdo

el eco de este murmullo

la palabra indicada

Monday, July 30, 2007

Talle de Pantera

El señor de los milagros es también domador de vaquitas
suma y resta peces con tal soltura como si se los sacara del bolsillo
duerme soles y pinta ranas, y la gente que lo ve se siente irremediablemente atraida
por tanto desenvolvimiento
tanta pedantería elegante.

El señor de los milagros no piensa que él es peor que ese montón.
Jamás cruzó por la cebra y de hecho pisa muy poco la calle.
Anda en su Pantera Negra, tan sobria y desproporcionada,
haciéndola sufrir y rugir.
Rompe con el silencio y los sonidos del sueño
en su Pantera Negra, tan ajustada, tan al talle de pantera.

El señor de los milagros siempre usará una sonrisa lustrada
y jamás se mostrará con un diente mal planchado o un ojal sin dormir.
Su calzado es pura compostura.
Sus medias no se rebajan.
Duerme en una cama cuadriculada, un cuadro sí, un cuadro no, un cuadro sí y un cuadro no.
Si es que duerme.

El señor de los milagros no interpreta los ambientes ni las multitudes. Está seguro que su fórmula remanida tiene que ser útil y se aparece en Zaire con dos perros pastores.
No comprende cuando nadie lo saluda, tan predispuesto a repartir estrecheces.
Demasiado tallerismo no es de su agrado, pero tampoco se siente a gusto en los burdeles.
Quiere comprar pero no ser visto y pierde jirones de almita en el intento.
Deja una moneda todos los días en el frasco de propinas de la Muerte
en la esperanza de que no le recuerde su existencia.

El señor de los milagros no gusta de respuestas de ningún tipo.
No le interesan por más que las pida. Y si alguien le da muchas será inmediatamente despedido:
"Lo importante es el envase, no el contenido."
Sale de noche en su Pantera Negra y llega a la Disco justo a tiempo, en el preciso momento en el cual el reloj interno de su VIP determina el ingreso. Enciende preciso un cigarrillo, si es que ese día fuma o destapa un agua mineral con un auténtico plop Cartier, quedándole tiempo para besar un hombro descubierto o acariciar un nudillo.

El señor de los milagros también es domador de vaquitas.
Jamás me quedarían bien sus botas.

En Memoria de un Artista


Ha muerto hoy Ingmar Bergman. Un artista que utilizó el medio cinematográfico para expresar sus miedos, fobias y realidades. Cuando se dice que la realidad supera la ficción en el caso de Bergman no es así, siendo capaz de mostrar situaciones angustiosas, complejas y límites de una realidad que nos persigue a diario.

Además ha servido de ejemplo y maestro de muchos directores de cine posteriores, como todos los del Dogma, o Woody Allen.

http://www.maestrosdelcine.galeon.com/biobergman.html

Les invito a visualizar las siguientes películas de él, si no han visto todavía:

Un verano con Mónica
El séptimo sello
Fresas Salvajes
El manantial de la doncella
Como un espejo
Los comulgantes
La hora del lobo
La vergüenza
Gritos y susurros
Secretos de un matrimonio
Sonata de Otoño
Fany y Alexander

Amasijo Habitual






La durmió de un cachote, gargajeó de colmiyo,
se arregló la melena y, pitándose un faso,
salió de la atorranta pieza del conventiyo
y silbando bajito rumbió pal escolazo.

Me presento


Estimadores pescadores. Quiero agradecerles su invitación a compartir lineas, fotos, videos, chorradas, dichos y hechos con ustedes.

Quiero ser breve, me preseto a quien no conozco ¡paxsaa Sancho, y por ello termino de escribir después del siguiente punto .

Friday, July 27, 2007

Malaya dirlo sabiendo....

Porque camino andaré cuando me llegue el momento

quien sabe si a Diós veré o al diablo viejo riyendo

donde se le ata la fe a un criollo que pisa el suelo

porque camino andaré, malaya dirlo sabiendo!

LA RANA

La sal de su propio sudor tocó los labios agitados y ganó su lengua, para derretirse entre sus deseos insatisfechos. En una habitación oscura de la ciudad vieja de Montevideo, la Rana había dejado de cabalgar sobre el vientre blando del asistente del juez Mayorga, después de escuchar el aullido de bendecida agonía del sujeto que tenía entre las piernas. Había dejado de cabalgar, la Rana, como se deja de revolver una cacerola de estofado cuando no tiene una llama que la caliente.

Lo dejó tirado en la cama, bajó las escaleras galopando, sintió el frío que le frotaba la cara, y recién ahí, con la ropa desacomodada y el corpiño sin abrochar, pudo volver a respirar y ser la Rana.

No era una mina con ambiciones desmedidas, en eso casi no parecía una mina. Era más bien una hermana del viento, de esas que sólo necesitan café a la mañana y una sopa por las noches. Era una desconocida que había salido de Tacuarembó o Paysandú con la necesidad de encontrar algo más que calles iguales, almacenes familiares, y una avenida central sin pretensiones donde desperdiciar las tardecitas y los fines de semana junto a los vecinos. La Rana intuía que la vida tenía algo más que eso para darle, aunque no supiera por donde empezar a buscar ese anhelado destino.
Se decidió por una ciudad que quedaba a 270 pesos de colectivo desde su casa. Fue a la terminal, pago con monedas el billete de ida, y cargó su bolsito en el portaequipajes, ayudada por el chofer. Nadie la despidió, nadie la esperaba. Tan anónima como una golondrina en un firmamento lluvioso. Tan la Rana.

En dos o tres ocasiones creyó haber encontrado su destino, aunque los sujetos no pasaron de ser meras voluntades quebradizas. Pero cómo disfrutó esas noches! Era tan distinto el olor de esos hombres al del asistente del juez Mayorga. Tenía otro gusto la piel de aquellos osos. Pudo congelar el tiempo durante ese puñado de noches, en las que creyó haber encontrado, finalmente, lo que buscaba de potranca. Si ninguno le duró, fue porque ella no quiso querer. No le parecía lo adecuado. No sabía de donde sacar lo necesario para jugarlo todo y apostar a que alguno sería tan distinto como ella.

Recién llegada a Montevideo, sólo se deslumbro por el infinito río, que algunos llaman mar, porque no tiene horizonte. Iba todas las mañanas a la rambla de Pocitos, y dejaba los ojos en la orilla, mientras sentía en los pies la arena todavía húmeda. Después de eso atendía el puesto de panchos que el dueño de la pensión, el asistente del juez Mayorga, tenía en el Parque Rodó. A la noche, pagaba favores montando vergas en retirada. Sospechaba que sus trucos no eran gran cosa, pero aún así se lo agradecían con propinas el juez Mayorga, su asistente, y los amigos. Se ve que algún rebusque tendría la Rana, aunque le servía nada más que para ir sobrellevando su existencia en una ciudad que se le aparecía en sueños carcomida por chimangos.
Con el cigarrillo colgando de los labios, le agradecía el juez Mayorga, un émulo tardío de Torquemada al servicio del poder de turno. Le prometía que le iba a conseguir algún empleo mejor, porque, le decía cuando estaban acostados en el cuartito de la pensión del asistente, ella tenía mucho para dar y estaba siendo desaprovechada. Las cosas que hubiese hecho con ella, le decía el juez Mayorga, si la conocía antes de casarse con la Pelusa del Bianco. La habría llevado a conocer el mundo: Egipto, Borneo, Nueva York. Pero la Rana llevaba gastadas muchas noches en el sueño de que esa promesa fuera a hacerse realidad, mientras seguía contando monedas en el puesto de panchos del Parque.

Algo impreciso pero sutil fue cambiando en ella cuando le hablaron los del Partido Colorado. Cómo se enteraron que la Rana existía es muy difícil de precisar. Algunos afirman, con total elocuencia y solemnidad, que ella fue quien los buscó, pero eso es algo muy improbable. Sería lógico en el resto de las minas, pero no en la Rana. Otros dicen que una noche de carnaval, cerca de la calle Durazno, se cruzó con un viejo conocido de su pueblo, que con los años se había convertido en asesor de un diputado o senador. Dicen estos, aunque no pueden precisar nombres propios, o acaso los ocultan adrede, que el tal asesor había estado enamorado de la Rana en sus tiempos de milonga. La larga noche de carnaval habría terminado en el cuartito de la pensión, y entre polvo y polvo, los dos se fueron acordando de aquellos días de calles de tierra y soles de viento. Luego, con la confianza que las sábanas otorgan a los amantes, la Rana le habría contado, inocente, como era su vida en la ciudad. Ahí fue donde se comenzó a tejer el jaleo que terminó con todas las condenas.

No les debe haber sido fácil poner a la Rana de su lado. Es cierto que ella no tenía nada que perder, porque no tenía nada. Pero no menos cierto es que no era una chica lista para el tajo. No le interesaba nada parecido a la venganza o al odio. Prefería mirar para adelante y adivinar que en el otro lado de esa orilla la podía esperar la añorada Buenos Aires, o, más aún, aquella Europa mitológica. No se preocupaba soñando que iba a hacer en esos lugares, sólo le interesaba llegar a conocerlos, vivirlos. Soñaba calles y plazas, faroles y bancos, alamedas. Soñaba estatuas que sacaba de la memoria de algunos libros de fotos hojeados en la biblioteca de su pueblo. Ese secreto y diminuto deseo deben haber usado los del partido Colorado para convencerla, para dejar aceitados los engranajes de la victoria, una noche de abril del sesenta y tres.

La Rana entró a la pensión como cualquier atardecer. Desensilló, mientras ponía la pava en el fuego, y comenzó un dialogo impreciso y anodino con sus compañeras de pensión. Algunas, las menos, habían llegado a esa casa por sus propios medios, como la Rana; las otras, habían sido entregadas en custodia al asistente del juez Mayorga o al propio juez Mayorga por dependientes que tenían en ciudades del litoral y en Río Grande do Sul. De las doce o quince que formaban el elenco prostibulario, sólo la Rana parecía no estar tan a disgusto entre esas paredes aguamarinas. Le gustaba vivir ahí porque no estaba lejos del río que algunos llamaban mar. Eso era suficiente para ella. El resto de las inquilinas siempre buscaba la forma de escaparse, pero sólo muy pocas lo lograban, y nunca más volvía a saberse nada de ellas.

Con el mate listo, escuchó que esa noche le tocaba en suerte Mayorga. Había llamado hacía una hora para avisar que iba a caer con la muchachada directo de Maroñas. Los mismos ocho de siempre, que no dejaban de fumar habanos de dominicana y tomar whisky escocés. Hablaban de política o de fútbol, mientras le tanteaban el culo a las negras, y se reían con carcajadas roncas. En esos días, las puertas de la pensión se cerraban para el resto del barrio, y sólo entraban el juez Mayorga, su asistente, y los amigos. Escuchó y no dijo nada. Asintió, como hacía siempre, y dijo que se iba a dar una ducha antes de que llegaran. Cuando subió al cuarto, se desvistió con la parsimonia habitual de la Rana, y desnuda, abrió la ventana para que el aire fresco le golpeara los pechos. Dejó colgado un portaligas rojo en la persiana descascarada que daba a la calle del puerto. Una señal imperceptible para cualquiera que no fuera quien la estaba esperando desde hacía diez días agazapado en una terraza vecina.

Durante la avanzada noche, con los sentidos flojos por la bebida y el encierro, los golpes en la puerta sonaron a murga despreocupada. Pero se repetían con intensidad. Las luces de las sirenas apenas se filtraban difusas por los postigos cerrados. Por extraño que parezca, sólo se oían golpes claros entre voces aisladas.

El primero que cayó fue el asistente. Había ido a atender la puerta, convencido que sería algún cliente necesitado de afecto. Atendió como siempre, en calzones y con un revolver, para evitar inconvenientes, aunque los inconvenientes ya no eran evitables. Los oficiales tenían rodeada la manzana, la televisión tomaba cada una de las imágenes y las transmitía en directo. Los periodistas duplicaban a los policías. De a uno fueron saliendo todos, a medio vestir, desaliñados, alguno con la botella todavía en la mano. El juez Mayorga intentó pedirle la placa al comisario, para ordenar su posterior arresto, pero sólo provocó sonrisas en el resto de los oficiales. Esa noche de otoño le estaban cobrando muchas detenciones tramadas en despachos oficiales, en anocheceres eternos de papeles con nombres dibujados en letras rojas y letras negras.

Es difícil percibir lo que habrá sentido la Rana cuando el ferry tocó la sirena, hizo tronar sus máquinas y abandonó el puerto de Montevideo. Las aguas pardas del río infinito se hicieron tierra por fin en la otra orilla. En Buenos Aires se perdió para siempre su rastro. Habrá visto durante su desembarco, los primeros edificios incrédula, habrá caminado por el bajo rumbo a Barracas o San Telmo, habrá imaginado la suerte del juez Mayorga y su asistente, de sus compañeras maltrechas, y por fin, sintiéndose libre por unas horas, habrá imaginado, en un banco del Parque Lezama, que su destino redentor le estaba besando los labios.

A caballo regalado no se le mira el cuchillo,

ya que
en casa de herrero, dentadura de mármol.
Por otra parte, más vale nunca que tarde,
pero sé conciente de esto:
a quien te madrugó, Dios lo ayudó.
De hecho, no por mucho cabecear
se conquista siempre un ano.
En fin,
a donde fueres
haz los deberes:
sé torazo
en rodeo ajeno.
Y ante todo, recuerda:
A un padre que da consejos
es mejor tenerlo lejos.

Luis Almirante Brown

Conversación grabada en el colectivo 64, Viernes 27 de Julio de 2007, 10,20 AM. Trayecto: Alto Palermo - Plaza Italia.


El Ñato Chorizo:
- Ayer fuimos a "lo de Roberto".

El Lápida (interrumpiendo):
- ¡Acá contandomé!

El Ñato Chorizo:
- No se podía entrar.

El Ñato Chorizo (respuesta a un suceso anterior):
- ¿Ah si? ¡Qué alcahuete!

El Lápida:
- ¿Qué Roberto? ¿El del ojete tuerto?

El Ñato Chorizo:
- ¡Lo de Roberto! ¡Donde vos cantabas a las cinco de la matina!

El Lápida:
- Ah... pero eso ya es un for export total. Eso no va más. Lleno de gringos y putos paquetes.

El Ñato Chorizo:
- El cincuenta por ciento... ¿Pero había buenas minas eh! Muy buenas.

El Ñato Chorizo:
- Todas gringas.

El Lápida:
- Y sí... Lógico.

El Ñato Chorizo:
- Que lugar va ahora? La pregunta es...

El Lápida (interrumpiendo):
- ¡Ahora va lo de Gutierrez! ¡Revuelto "granajo"!

El Ñato Chorizo:
- ...si hay algún reducto tanguero para homo porteñenses?

El Lápida:
- La verdá la verdá... me mataste... si te digo te miento... y si querés te sigo tirando respuestas de tachero... hasta el hastío... pero la verdá flaco... ¿vos sabés qué no sé?

El Ñato Chorizo:
- Ta bom.

El Ñato Chorizo (haciendo una pausa entre las dos frases):
- ¡Pero de levante está muy bien!

El Lápida:
- ¡Claro! Aparte las gringas son de rosqueta fácil... y eso es lindo.

El Lápida:
- En el delirium tremens del alcohol pincharse una de esas valkirias deliciosamente excedidas de peso, llenas de pecas rozagantes

El Ñato Chorizo:
- Sí pero yo ni siquiera en ese estado... Soy un caracol. Lo mío es el trabajo fino de chamuyo. En el medio de los boliches me siento sin mis herramientas básicas de supervivencia. Soy como una especie de león enjaulado y presionado vilmente por un domador bigotudo de circo con látigo y silla en la mano.

El Lápida:
- ¿Pero por qué? Si con tres whiskys salís arando. Un argentino con tres whiskys no tiene límites.

El Ñato Chorizo:
- Y bueno... viste... es la triste realidad.

El Lápida:
- No, no puede ser. Si seguís mi receta no te puede fallar.

El Lápida (haciendo una pausa):
- ¡A menos que falles en la dosificación!

El Ñato Chorizo:
- ¿Vos decís darle a fondo?

El Lápida:
- El abordaje al ganado anglosajón se puede realizar mediante dos métodos infalibles:
a) el método del whisky (de tres a siete medidas)
b) el método de la ginebra (de cuatro a seis)

FIN DEL VIAJE

(colaboración Sancho - Gilgalad)




Thursday, July 26, 2007

Amor Gitano

Busco,

en los contornos de la tormenta de granito,
en las notas zigzagueantes de la noche que se hizo día a pesar suyo,
en los confines de la botella donde Hernán vaciaba los intestinos,
en las curvas de una potranca que te sonríe en el Paddock y después no quiere largar
en tu coche desarmado que suplica llanta de ocasión,
en el colorido copetín de una mesa de domingo al mediodía, nublado y frío,
en la baldosa floja que mea su perdición en tu zapato blanco,
en una esquina que se perdió en el barrio San Cristóbal y la encontraron moribunda en las aguas negras de la costanera Sur,
en el olor de la carnicería del paraguayo de Barracas que corta la tira el doble de ancha y le deja la grasa,
en las cuerdas sin estrenar de mi guitarra blusera,
en el perro citadino que huele la carne pero se conforma con alimento balanceado,
en aquellas tetas saliendo implacables de la blusa,
en el bondi que se transformó en submarino en las calles de Liverpool (¿lo vieron salir a respirar en Paradise Street?)
en un aula de techos inalcanzables, paredes verde agua, y mi aturdida sombra que se duerme en el frío del pupitre,
en la pelota que se escurre bajo la suela del marcador de punta que no durmió la noche anterior (la fiesta fue en lo de una vecina de Turdera)
en el quejido de las brasas rojas cuando se apoya la tira doble del paraguayo de Barracas,
en el whisky de 12 años,
en el del mes pasado,
en la rubia que al final era morocha y se fue sin saludar.

Busco,
y a veces encuentro
algún fragmento
por el que vale la pena
seguir buscando.

Wednesday, July 25, 2007

Deshollinador




Lleno de hollín en los ojos
de ciego.
Ciego y negro
como un tambor,
como un ruido de sordina
o un caño de escape
o una combustión pobre
o como esas mujeres que en la cama quedan negras.

Por ahí es negro.
Por ahí baja por la chimenea
Por ahí silba para afilar
y queda negro.

Por ahí nace, por el útero,
y nace negro
y lo deshollinan.

La Guerra de las Galias










Había en esta legión dos centuriones valerosísimos, que pronto iban a ascender a los primeros órdenes, T. Pulón y L. Voreno. Andaban éstos en continua competencia para ver quién era preferido, y todos los años se disputaban los grados con la mayor emulación. Pues bien, cuando mayor era la furia del combate al pie de las fortificaciones, dijo Pulón: “¿A qué esperas, Voreno? ¿ O cuándo piensas demostrar tu valor? Esta jornada decidirá nuestras competencias”. Dicho esto, sale de las fortificaciones y arremete contra los enemigos donde la parecieron más apiñados. Entonces Voreno tampoco se queda al abrigo del vallado, sino que, temiendo la censura de todos, le sigue inmediatamente. Al llegar a una distancia conveniente, dispara Pulón su pica contra los enemigos y atraviesa a uno de la multitud, que avanzaba corriendo: herido y muerto éste, los enemigos lo protegen con escudos y todos dirigen contra Pulón sus disparos, cerrándoles el paso. Atraviésanle el escudo y se clava un venablo en el bálteo. Este accidente le desvía la vaina y, mientras con la derecha se esfuerza en sacar la espada, cércanle los enemigos. corre a ayudarle su competidor Voreno, socorriéndole en el peligro. Al punto se vuelve contra éste toda la multitud, dando a Pulón por muerto de la estocada. Voreno maneja con ímpetu la espada y, matando a uno, hace retroceder un poco a los otros; al seguirlos con excesivo ardor, se mete en un hoyo y cae. Entonces Pulón, viéndole rodeado de enemigos, corre en su ayuda, y ambos, después de matar a muchos, se retiran al campamento incólumes y cubiertos de gloria. La Fortuna guió a uno y otro en la emulación y en la contienda de tal modo que mutuamente, a pesar de sus competencias, se salvaron la vida, sin que pudiera juzgarse cuál aventajaba en valor al otro.


Julio César

Y a las catorce treinta

la masacre en pantalla
Metralla de obviedad,
fuego a discreción sobre el silencio.
“Super tranqui, canchero,
moderno, me encantó,
total, divino”
entre los peluqueros,
videntes
y putistas
las damas apresuran exterminio:
linchan las oraciones,
desgracian todo encanto posible en la palabra,
con filosas uñas esculpidas
convierten los hechos en colgajos.
Después lo cubren todo
con cremas anti-age.
Si los jirones de algo insinuaban crecer
las señoras lo aplastan.
Al menor indicio de frescura,
lo asilan el freezer,
lo embolsan con destreza;
ya lo ajusticiarán
en ese microondas re-práctico.
A la voz que casi se escapaba
–un pensamiento que no llegó a destino–
a punto de agitar humanidad,
la liquidan. Le pasan lustramuebles,
parafina, desierto, pantymedia.
Apenas dejan ruido, esquirlas,
cotorreo tenaz hacia la nada de yogur,
de yoga, de pan negro,
de acupuntura, reiki, sexo tántrico,
velas artesanales.
Soledad devastadora infinita.
Marido viendo el fútbol en ojotas
Pese a los ritos que ellas,
con empeño entusiasta, se prodigan:
se untan, raspan, cosen, condimentan, bruñen
amasan, maceran,
como matambre parrillero
a lo largo y ancho de sus cuerpos,
sus órganos
su amor
su deseo, su tiempo.
Se horadan, se mejoran con piedras, jugos, soluciones, telas,
barros, extractos, hilos,
alambres, frutas, aceites esenciales, polvos mieles,
cristales, barnices, esponja exfoliadora,
raíces, agujas, hueso, cartulina.
Vamos a la pausa.
Desbocada, la cámara patina,
chapotea en un flan, sigue de largo,
apura frenesí,
y su última toma es un plano completo:
el bolsillo trasero de un pantalón azul.
Música japonesa.
Títulos. Por si quedaban dudas, la libertad es feroz.