Thursday, August 09, 2012

Elegía a mi padre


Mientras observabas con ilusión el cuentapasos
achinando los ojos, como si te costara leer,
repasábamos la caminata nuestra de cada día, cada noche.
Yo caminaba con vos:
mil pasos
dos mil pasos
tres mil pasos hasta el borde y de vuelta a empezar
con las fronteritas que el alma
inmensa y medieval
te sugería.
Te recuerdo desde siempre con metas pequeñas, infinitecimales y constantes como el agua,
metas que superabas una tras otra durante cuarenta años, casi setenta para vos que conviviste
con tu alma
inmensa y medieval.
Ese viernes desayunamos juntos mientras Madre iba y venía como siempre
en su simultaneidad de cosas y tareas.
El café solo, habitual y encendido
y la discusión por la política, los deportes y la comida que como siempre, te negabas a ingerir
hasta que llegara la tarde.
Esa mañana fuiste y volviste caminando del mercado
después de meses de no poder hacerlo
de respirar a hurtadillas.
Porque era un lindo día- nos dijiste
de sol, de mucho sol, de suficiente sol para bañarse en sol-
fue un feliz último día- pienso yo en mi soliloquio.
Y así fue. Un día de buen prólogo para dejar atrás los pulmones
que tan poco te rendían.
Te extraño como no podría describir ni en un millón de palabras
ni con todo el papel del mundo
pero me alegro de que hayas tenido este día. Y todos los días anteriores.
Hasta los malos.
A último momento
nos dijiste que no llegabas
y me hiciste quedar
para poder mantenerte la dignidad
de que nadie te toque
y así te fuiste
sin que nadie, salvo yo, te tocara.
Recostaste la cabeza en mi pecho
ya querías descansar, te lo leí en los ojos
en esos ojos de los que heredé un poco casi nada, como te gustaba decir.
Siempre hablaste por los ojos
desde niño, con esos ojos que se apagaban como sanción
y brillaban como caricia.
Recostaste la cabeza en mi pecho y te quedaste dormido
y por fin descansaron
tus pulmones
y por fin
se tranquilizó tu pecho.
El resto, ya fue de médicos y urgencias.
Yo te envolví en mis brazos después de esos trámites que no valen la pena.
Que nunca valen la pena.
Se fue el calor del cuerpo pero no la textura de las manos, ni las formas.
Conocí desde siempre la curvatura de esos dedos
que atribuías a los ejercicios para el piano
que vendiste para poder pagar la operación de una tía
a la que también
de alguna u otra forma
se la llevó el cáncer.
Te puse la camisa disfrutando de cada botón
y aprendí que bien dicho está peso muerto
cuando te cargué, te envolví.
Estabas flaco pero seguías siendo inmenso.
Fue mi despedida.
Y creo que nunca estuve más consciente en toda mi vida
de estar ahí, vistiéndote, despidiéndote.
Y me acordé de los tangos, y de la Ópera, y de los burros, de las cartas,
de aquella primera cerveza que me diste a los trece años
un día de verano en Luján
-no imagino qué diablos hacíamos en Luján-
y recordé Italia y Pagliaci
las Cuarenta y Galicia
Banfield y el radicalismo Yrigoyenista
los libros
los ojos
los ojos
los ojos.
Jamás conviviré en paz con tu muerte
pero aprendo a estar en paz con tu recuerdo.
Y aspiro a que algún día en algunos años
al caminar por la calle y recordarte
me reviente a flor de labios una sonrisa.
Te voy a extrañar por siempre, ya sabés,
pero pienso que eso no es malo.
Porque lo único malo
es el olvido.

Tuesday, August 07, 2012

El papá de mi amigo


En Buenos Aires tengo a mi amigo, y tenía al papá de mi amigo.

Nunca supe si Leandro me llena tanto por él mismo o por sus viejos.

A su padre creo que nunca le llamé por su nombre, le tenía tanto respeto que le decía el papa de Gilgalad o como mucho y no sin ruborizarme un poco por lo argentino de la expresión, robada , copiada , compartida:  el viejo de Gilgalad.

Me llevaba a Boedo, me presentaba a sus amigos, y me hacía sentir bien en un lugar que yo no era más que un visitante impertinente. Todos me acogían porque él lo quería.
La vida es un cumulo de detalles, recordamos los buenos y los malos, las medianías se olvidan en el fondo de nuestra memoria. Y él me dio momentos buenos. Nunca olvidaré un día, escuchando en su casa, ese piso imponente de mansión de las que ya no quedan. Pues como decía, nunca olvidaré escuchando aquella canción de Sabina; y cada frase que cantaba Sabina, el padre de Gilgalad la comentaba, emocionándose y emocionándonos a todos los que estábamos presentes… , y claro ese señor admirable , respetable, sabio y ponderado,  consiguió que ese día dejara der ser el papá para ser un amigo más. Gracias por el honor, de verdad gracias por darme el honor.

Y no puedo decir más porque los que le conocisteis mejor, sabéis todo lo buena persona que fue, mejor aún que yo.

Y siento nunca haberle podido decir lo que te quería y admiraba tu hijo. Siempre estas presente en todo momento, porque Leandro piensa que es muy afortunado por tener a la persona mas virtuosa como padre. Pero bueno me imagino que ya lo sabrás… y como diría Sabina, me disculpa por el tuteo.