Friday, November 30, 2007

Adios Muchachos

Thursday, November 29, 2007

Mañana

Mañana, para mi padre,
es hoy, o nunca, o dentro de un mes,
según vayan moviendo sus voluntades
él y el Eterno.
Mañana es una distancia
que sólo puede ser alcanzada
por un “si dios quiere”
y el Viejo, a veces quiere,
a veces quiere querer y se le olvida,
otras veces sentencia
que con hoy ya fue suficiente.
Tal vez por eso, para mi padre,
mañana es una bala difusa
perdida en un tambor de tres octavos,
un peón cavilante en un tablero de ajedrez,
una goma gastada
zigzagueando en el tren delantero de un Ford Falcon del 68
que viaja a 200 kms por hora en una ruta del Oeste.
Tardé muchos años en entender que para él,
mañana es un segundo cualquiera
cuando todavía estas despierto
y el sol te perfora la frente.

Wednesday, November 28, 2007

AZULITO


Amigos, cofrades, pescadores; el relato que sigue es breve y tiene como protagonista a Azulito: un Honda Civic del año 1991 que compré ayer.

Yo tenía pensado viajar en avión pasado mañana desde Atlanta (Georgia) hasta el aeropuerto La Guardia de NY, pero cancelé los pasajes. La semana que viene mi fiel can El Rover y yo salimos a la ruta.

Quizá nos lleve más de un día llegar a destino, quizá tengamos que parar en uno de esos hoteles de ruta que vi tantas veces por televisión, quizá pasen cosas que me hagan escribir.

Que Dios y la buena música nos acompañen; a ustedes los llevo conmigo siempre.

¡Jazak be hematz!


El jardín estaba congelado. Las plantas rastreras cubiertas con un manto de blanco granizado. El pasto se había puesto canoso; y Azulito, entre sombras, parecía una patata de Kiev petrificada en el más crudo invierno.
Tuve que mojar los parabrisas para descongelar el hielo adherido. Luego me senté en la butaca del conductor, introduje la llave chueca en el lugar indicado y la giré. Azulito respondió al instante, sin chillar, más bien me pareció que su añejo ronroneo me abrazaba lentamente, me decía - juntos vamos a llegar a Nueva York, sólo te pido que pongas buena música. “Prometido” pensé.
Y al bajarme y ver que el hielo volvía a cubrir a Azulito le dirigí una mirada sencilla, como quien dice “buen compañero, auto valiente”.


Otoño en Marietta, Georgia, USA.

Tuesday, November 27, 2007

Viajando por Mexico: Monterrey-Guadalajara

Seré breve de momento, pinceladas de estas ciudades.

Monterrey la liberal, la Dallas mexicana es prospera industrial, amplias avenidas. Guadalajara es el mexico de las películas de Jorge Negrete, caótica, divertida y culta.

Me hace pensar. Monterrey aplica el ideal liberal que tanto aprecio, y me aburre. Guadalajara tiene un tufillo izquierdoso que me divierte.

Me quedo con dos nombres de momento (ay pintores, el arte mayor) en Monterrey un increible Julio Galán fallecido joven (cincuentón) el año pasado. No conocía su obra y me ha encantado. Un loco pintando el dolor psiquico. Otro archi conocido pero nunca había visto sus murales en vivo: Orozco. Increible técnica y expresión, simbolismo grande sin tener que entrar en los cauces del surrealismo.

Por último una reflexión, no sé porque pero las mujeres de Guadalajara me tienen en una constate excitación. No están mal, pero desde luego en muchas mejores garitas he hecho guardia. ¿Alguien sabe porque me puede estar sucediendo esto?

Mañana Zacatecas, ya les cuento.

Estos son dos Carlitos....

Sunday, November 25, 2007

EL ROMPEVIDRIOS

Se encontró con la luz
por primera vez
frotándole los párpados
entre los muslos de una hembra todopoderosa
tumbada en un hospital del conurbano.
Los años lo llevaron,
delicadamente,
a beber otros muslos,
y hacer noche en hospitales
de ciudades insondables;
lo despidieron a patadas
de un barrio obrero de San Miguel,
vomitándolo en una calle de Buenos Aires
donde escuchaba Baker y Gardel
buscando notas huidizas
en un mutilado piano de alquiler.
Nadó canciones por las noches,
las barrenó heroico
hacia playas fúnebres y festivas
de agua, sal y nubes fucsias.
Quiso tocar las teclas en un bar del Village,
cantar por siempre “Waltzing Matilda”
con un Jack haciendo equilibrio entre las rodillas.
Quiso,
pero acabó detrás del mostrador,
sirviendo tragos
mientras escuchaba otras voces
que bramaban su canción
como cuarenta lechones hambrientos
en un estrecho comedero.
Las cartas no eran buenas
y las compañías tampoco:
Mary, Peggy, Betty, Julie,
y una puta que se instaló seis meses en su cuarto de Manhattan
y le devoraba la heladera
sin intenciones de marcharse.
Era mejor estar solo y ser nada más que Johnnie,
un sudaca ilegal compartiendo la mesa
de los que siempre tienen vino y pan
para organizar un lindo quilombito.
Los años lo despreciaron
hasta que decidió conocer La Habana vieja,
el sagrado mar Caribe,
el ron entre las tetas de una hembra de bronce que lo liberaba
y empezaba a condenarlo.

Decidió llevarse La Sopapa
hacia la invisible línea que separa
Finisterre
del hambriento paraíso.

Friday, November 23, 2007

No siempre amigo Gilgalad el pasto es para las vacas

Thursday, November 22, 2007

Al décimosegundo día se levantó...



Este artículo lo escribió Roberto Fontanarrosa el 28 de abril de 2004, cuando Maradona se debatía entre la vida y la muerte en un hospital de Buenos Aires. Nunca se publicó. El dibujo de arriba (se me ha copiado dos veces y no sé como quitarlo, vaya con la tecnología!), también lo realizó en esa fecha. Repito, es larguito, pero se lee de un tirón. Disfrutar.

Muy pronto descubrió, que aquello que brillaba en la suela de sus botines de fútbol, era oro en polvo.La televisión informa que Maradona sobrevive horas difíciles en el cuarto piso de la Clínica Suiza-Argentina, de Buenos Aires. Pocas noches atrás caminaba el contorno del campo de Newels, saludando con las manos en alto a un público enfervorizado, luciendo la casaca rojinegra, con su figura hinchada, casi grotesca, obesa. Muchos años antes había mostrado, en ese mismo estadio, la versión más refinada de Maradona, con una delgadez que salvo en su adolescencia nunca tuvo ni volvería a tener, casi inapropiada para la práctica del fútbol.

En aquel fugaz paso por Rosario, su preparador físico personal era Cerrini, el mismo que quedaría envuelto en la sospecha cuando Diego fue sacado del mundial de Estados Unidos, atrapado en un control antidoping. “Me cortaron las piernas”, acusó Diego, dolido, acuñando una de las tantas frases que popularizó en su carrera. Nos la repitió, esa misma noche que quedó afuera de la competencia, cuando un grupo de periodistas del diario Clarín lo encontró inesperadamente en el aeropuerto de Dallas, aprestándose a volver a Boston, marginado. Impensable, en otro sitio que no sea Estados Unidos, encontrar a Diego Maradona tan solo acompañado de un par de asistentes, sin estar rodeado de una multitud de curiosos y aduladores, aún en un aeropuerto desierto a las cuatro de la mañana. La noticia de que el doping que había dado positivo era el de Diego nos había llegado, paradójicamente, desde Buenos Aires, pero con origen en España, país que había vivido un caso parecido con Carlderé en el Mundial 86. Desde Buenos Aires también nos decían que el clima que se vivía en la Argentina era el de un verdadero velatorio, de enorme desazón y abatimiento.

No es ese el clima callejero que vive hoy, al menos, Buenos Aires. Una Buenos Aires por fin fresca, activa, dinamizada por la presencia de miles de turistas. Pero todos los canales de televisión montan guardia frente a la clínica donde está Diego. Maradona, hoy, es el mayor monumento viviente de la Argentina, merecedor de habitar el Parnaso donde moran Carlos Gardel, Juan Manuel Fangio, Perón, Evita, el Che Guevara, Carlos Monzón y unos pocos más. Pero Gardel, que cada día canta mejor, plegó sus alas en Medellín; los cinco títulos mundiales del chueco Fangio ya fueron superados por Schumaher, y Carlos Monzón, por su parte, se mató en un accidente automovilístico a poco de salir de la cárcel.

“Me hubiese gustado verte / Carlitos Gardel, añoso / con todo el pelo canoso / pero tenerte, tenerte” dice el verso popular. Sin embargo, “el bronce que sonríe” cumplió con uno de los requisitos necesarios para que un ídolo popular pase a convertirse, decididamente, en leyenda: morir joven. Como Alberto Olmedo, capocómico de la escena argentina, que se cayó de un balcón altísimo, en circunstancias inexplicables, un verano, haciendo la temporada de Mar del Plata.

Sobre Diego, desde hace tiempo, sobrevuela el fatalismo de la profecía. Sus apariciones públicas, su dicción dificultosa e inconexa, su gordura hiriente, su rostro abotagado, y, fundamentalmente, su reconocida adicción, al parecer nunca superada, marcan un final anunciado. “Gardel - me apuntaba un amigo –nunca tuvo una ideología clara. Le cantaba a los ladrones y a los policías, a los ricos y a los pobres, podía exaltar tanto a los indigentes como a los poderosos. Pero cuando abría la boca para cantar, a uno se le terminaban todos los cuestionamientos que se pudieran hacerle”. Es lo que ocurre con Diego. Ha sido, de todas formas, más coherente que esa versión de Gardel, según mi amigo. Diego ha estado casi siempre enfrentado con el Poder. Con la arrogancia, la desfachatez, y el desparpajo con que se movía en la cancha. Podía hablar contra el presidente de Boca cuando él mismo vestía la casaca xeneize; contra Bush, contra el Papa mismo. Es, no obstante, una masa de energía cargada de susceptibilidad. Sensible como una herida oye, ve y percibe cualquier vibración que le concierna. Como a Terencio “ nada de lo humano le es ajeno” especialmente, si lo humano se refiere a Maradona. Puede demoler a un ignoto periodista de un pasquín intrascendente que osó criticarlo, de la misma forma que pudo enardecerse con la revista El Gráfico. Pero, italiano, calentón, afectuoso, emocional y sanguíneo, no descartemos verlo al poco tiempo en una foto abrazado con esos mismos enemigos a los que juró maldición eterna. A veces parecía que jugaba más por odio que por amor. Jugaba, según sus declaraciones, “para taparle la boca a muchos” o “ para demostrarles a esos otros” o “ para los que hablaron estupideces”. Pero sólo parecía. En definitiva, lo motorizaba un amor propio formidable, una pasión quemante, un orgullo inagotable, un respeto por los futbolistas y un cariño por los suyos, por el fútbol y por la pelota que lo tornaban impecable. Y siempre la pelota, la pelota “que no se mancha” como dijo en su despedida en La Bombonera, cuando la desvinculó de su caída personal, le quitó culpas, la dejó aparte, inmaculada, inocente y redonda.

El fútbol es uno de los pocos orgullos genuinos de los argentinos. Varios políticos han procurado hacernos creer que pertenecemos al Primer Mundo, cuando sabemos que no es así. Pero, paradójicamente, en el fútbol, siempre hemos pertenecido a una elite mundial, aún antes de conseguir títulos mundiales. Allí están Alfredo Di Stefano, Enrique Omar Sívori, Mario Kempes, Gabriel Batistuta para aseverarlo. Y está Diego, el 10. El 10, la nota más alta que no nos sacamos en otras materias. El 10 aceptado por el resto del mundo. Porque poco vale proclamar supremacías si los demás no la aceptan. “Acabo de firmar un importante contrato con Hollywood – anunció alguien- Ahora sólo falta que lo firmen ellos”. En este caso, firmaron todos. Certificaron que Diego, junto a Pelé, fueron los mejores. Y no es casual que uno haya salido de la Argentina y otro del Brasil. Y para un país filtrado por todo tipo de influencias extranjeras, tener un fuerte referente local no es un dato menor. Donde hay orgullo no hay copia. Y los chicos argentinos quieren ser Diego, no Cruyff, o Platiní, aunque admiren a ambos. Además, si alguien no conociera a Maradona, al verlo jugar sabría que es argentino. Porque Batistuta, por rubio, por sus ojos claros, por noble, por fuerte, por frontal, bien podría ser alemán o belga. Pero Diego no. Reunía, superlativamente, lo mejor de las condiciones reconocidas en el jugador rioplatense clásico; más habilidad que fuerza, más talento que enjundia, más técnica que empecinamiento. Ahora Diego, el seductor intuitivo de risa fácil y contagiosa, el triunfador de origen humilde que se pavoneaba con restallantes camisas de Versace, nos tiene a todos con el corazón en un puño, sostenida su vida por un corazón artificial. La tiene difícil, por cierto. Pero es Diego. No lo den por vencido ni aun vencido. Recuerden que humilló al pirata inglés dejando a varios de ellos despatarrados por el piso. Recuerden que demostró que la mano es más rápida que la vista. Y que salía entre cuatro con el balón pegado a su zurda mágica, y sacando la lengua, como burlándose. Recuerden eso.

William S. Burroughs

Wednesday, November 21, 2007

Fernand Point, gracias por haber vivido


Fernand Point (1897 - 1955) was a French restaurateur and is considered to be the father of modern French cuisine.

From his restaurant "La Pyramide" in Vienne, an out-of-the-way town south of Lyon, he gained three Michelin stars and trained a generation of French master chefs: Paul Bocuse, Alain Chapel, Louis Outhier, Georges Perrier and Jean and Pierre, the Brothers Troisgros.

The restaurant was founded shortly after World War I. From its kitchen came the modern lightly-thickened sauces, baby vegetables and other aspects of nouvelle cuisine. During the regime of Vichy France, Point served refugees fleeing the German invasion. When German officers began patronizing his establishment, he stopped serving dinner. When they demanded tables for lunch, he closed his restaurant altogether.

His book Ma Gastronomie contains refined techniques rather than traditional full recipes.

In 1933, when the Michelin Guide first began to rank French restaurants in Paris and the provinces with its system of one, two and three stars, La Pyramide fell into the top three stars category. He insisted that his cooks begin each day with a naked kitchen and start all over again. Paul Bocuse, Point's favorite apprentice, remembered the great man doing his daily marketing, selecting his fish, flesh and fowl to be delivered to the cooks waiting in the kitchen.

Diccionario de lunfardo

atendiendo la inquetud del pescador Nachete, a quien no conozco en persona, va un link que puede interesarle. Lo puse en un comentairo de Hermano Chorro, pero por las dudas, aqui va.
http://www.elportaldeltango.com.ar/dicciona.htm

Tuesday, November 20, 2007

A veces estoy cuerdo

Hoy buscando unos temas, que no vienen a cuento, recuperé un escrito manuscrito que pretendía ser parte de mi segunda novela "Lloran tus ojos azules". Por olvido nunca lo incorporé, ahora me parece un material interesante tanto por solitario como en compañía del resto de la novela:

(...)

A veces estoy cuerdo, y entonces es cuando pienso que algo he hecho mal. ¿Qué pasó con nosotros?, ¿Porqué me engañaste?, ¿Porqué nunca he querido perdonarte?


A veces estoy cuerdo, y es cuando pienso que fuiste un sueño, confundo la realidad con la mentira. Una es día , la otra es noche. La tristeza es felicidad, algunas veces mi pasada felicidad es muy triste. Y eso es porque a veces estoy cuerdo.


Miro por la ventana, la ventana de un tren que no me lleva a ningún lado. NO tiene paradas, ni fin de trayecto. Craquetea en mi el sentido de la culpabilidad. El arrepentiemiento de haber perdido la mujer más maravillosa.


Cuando estoy cuerdo, y cuando no lo estoy, agarro mi vieja "strato" y toco sin bafles, porque mi cabeza sabe escuchar aquella melodía.


Si me levanto sereno por la mañana, enloquezo por la tarde. Si la tarde se viste de razón, la noche es un velatorio que me retuerce las entrañas. Si logro dormir en la vigilia, temo despertar en inconsciente lloro, mojado por las lagrimas de la desesperación.


POr eso te escribo ahora que estoy cuerdo. Te pido perdón, sólo porque te amo, te quiero y te deseo por eso imploro que vuelvas conmigo.


Pienso, cuando estoy cuerdo, y me amargo. NO puedo dejar de hacerlo. Miro el frío techo amarillento roido por la desesperación de la locura. humedo por el ambiente gelido, destemplado. Techo eterno de sueños perdidos, incomprendidos aventureros que por buscar en sus cerebros terminan viendo la fria techumbre. Somos como todos los demás, podemos ser más que los demás, porque intentamos dar un paso más para estrellarnos con violencia contra la pared de la simplicidad.


Miro a la oronda enfermera que me cuida, desgraciada por la condición solo satisfecha con sus cinco donuts mañaneros; y comprendo que la vida es cuestión de prioridades.


Oronda prioridad es querer recuperar mi amor, aquel que me hace sufrir.

Hermano Chorro

Hermano chorro, yo también
se del escruche y de la lanza...
la vida es dura, amarga y cansa
sin tovén.

Yo también tengo un laburo
de ganzúa y palanqueta.
El amor es un balurdo
en puerta.

Con tal que no sea al pobre
robá, hermano, sin medida...
Yo se que tu vida de orre
es muy jodida.

Tomá caña, pitá fuerte,
jugá tu casimba al truco
y emborrachate, el mañana
es un grupo.

¡Tras cartón está la muerte!

Monday, November 19, 2007

Batacazo

Dejó las tripas estacionadas
en el garage de los recuerdos
donde siempre hay un Pontiac celeste
con las llaves puestas
y el tanque lleno.
Tomó prestado todo lo que tenía para tomar:
una botella,
unos labios carne y púrpura,
un escote italiano, un clítoris alemán,
hasta la historia de un músico nacido en Alaska
que toca seguido en el Gran Rex.
Tomó prestado todo y al día siguiente
no tenía resaca ni vómitos.
Le quedaba solamente cantar un quiero vale cuatro
con el siete de copas en la mano.
Confirmó en ese pestañeo todas sus sospechas:
la suerte, al final, siempre decide la jornada.

Packard



Era una mina bien, era un gran coche
era un Packard placero, era una alhaja
auto que siempre laboró de noche
llevando siempre la bandera baja.

Pero un día la droga la hizo suya
y en vez de cargar nafta, hechó morfina
y cerrando el escape por la bulla
se fajaba de bute en cada esquina

Ayer la vi pasar, iba dopada
y me sentí, yo curda, un santo Asís
al ver que de su pinta abacanada
pinta que fuera de auto de parada
solo queda cual resto de chocada
con los cuatro fierritos del chasís.

Rocky Marciano

Epitafios


Una vez mas el amigo Gilgalad me ha inspirado con la frase que ha colgado.
Y encuentro, que en materia de epitafios hay obras memorables, he aqui algunos de ellos.
Este, se atribuye a la tumba de Groucho,, hay voces que dicen que no es así, pero yo prefiero pensar que si, es un buen epitafio para el hombre.
"Disculpe que no me levante, señora"
Y este, sin discusión de autoria es el que le dedico A SU SUEGRA:
“RIP, RIP, ¡HURRA!”

Y aqui el del Marques de Sade:
"Si no viví más, fue por que no me dio tiempo"

Y para no olvidarnos de lo anónimos, como estos pescadores, aqui uno que se puede leer en una tumba de Salamanca:
"Con amor de todos tus hijos, menos Ricardo ..."

Friday, November 16, 2007

"El procesista". Benny Moré; un genio el chabón

Acá había un video, pero quise corregir el texto y se me borró.



Ya está Sancho. Ahora lo podés editar. Para subir un video de youtube hay que escribir sobre la pantalla que dice HTML y copiarle el código que en youtube está con el rótulo de "embed" a la derecha del reproductor.

Gilga

EN LA RUTA DE SEMILLA

Se despertó en un catre en movimiento, con los ojos húmedos y la Sopapa Maltesa atragantada. No recordaba haberse subido a un camión unas horas antes. Alcanzó a ver en el parabrisas del Scania la calcomanía brillante que decía “Avellaneda”, el banderín celeste y blanco, y las manos de Semilla con forma de volante. Vio todo pero no entendió nada. Hacía segundos estaba con la Sopapa en su cuarto de la isla, los dos doblados en un lodazal de sabanas húmedas y agitadas. Segundos donde se paseaba con su chica en una nube descapotable por la Quinta Avenida a doscientos kilómetros de furia y vértigo. Segundos donde sólo había Sopapa y cielo.

Pensó que quizás fue un error dejar el cómodo refugio que había encontrado con Tresdientes y los chanchos de Cuchillo Có. Al menos con él tenía algo en común: las ganas de fugarse de la incómoda realidad. Pero, como tantas veces sucede en la vida, no había forma de volver atrás.

Finalmente decidió pagar con palabras el boleto hacia alguna parte, que Semilla generosamente le había extendido.

- Adónde vas – preguntó Johnnie pasando del catre al asiento delantero.

- A Esquel – Dijo Semilla, sin mirarlo.

- ¿Y qué hay en Esquel?

- Nada.

- No es un mal lugar entonces.

- No, pero el invierno es largo y la nieve profunda. La terminas odiando. Cuando sos chico, en las películas, la nieve es mágica, inalcanzable. La nieve es el lugar cálido que da forma a las navidades únicas de los países del norte. Pero después de unos días de padecerla, se vuelve insoportable. No te deja caminar ni manejar, no te deja abrir la puerta de tu casa, perfora los zapatos y los gorros, congelándote la cabeza y las pelotas.

- En Nueva York nadie le prestaba atención a la nieve. Era un habitante más.

- En Esquel es el único habitante - sentenció Semilla.

El día que a Frankie le dio el mono

Inspiración Del Fotógrafo



Pescadores anónimos

Homenaje a los hombres de mar, anónimos la mayoría, que trabajan duro en largas jornadas y condiciones adversas para traernos el mejor pescado del mar a nuestros mercados.


http://dalay.ojodigital.net/displayimage.php?album=topn&cat=8&pos=24

Thursday, November 15, 2007

Ruptura

La veo
hoy
a la distancia
con la misma amargura
bronca
desdén
e impotencia
con la que se mira
a un juez de línea
que levanta su bandera
para cobrar
un off side
inexistente.

Wednesday, November 14, 2007

Introducing...


El Logo de Pescadores
made by g.grund arroba gmail punto com

Billie

Southern trees bear strange fruit,
blood on the leaves and blood at the root,
black bodies swinging in the southern breeze,
strange fruit hanging from the poplar trees.
Pastoral scene of the gallant south,
the bulging eyes and the twisted mouth,
scent of magnolias, sweet and fresh,
then the sudden smell of burning flesh.
Here is fruit for the crows to pluck,
for the rain to gather, for the wind to suck,
for the sun to rot, for the trees to drop,
here is a strange and bitter crop.

UN CUARTO OSCURO A MITAD DE CUADRA POR HOUSTON ST

Desde el inicio, la Maltesa se manejó bastante bien en esa isla donde apenas balbuceaba el idioma. Tenía la pasta del inmigrante decidido que llega a la conquista y no se permite un segundo puesto. Intuía todo lo que ese mundo tenía para darle, y no se conformaría con menos que eso.

Empezó dominando el barrio sin más argumentos que una sonrisa cubana imposible de evitar. Un primer trabajo en una panadería, otro en una tienda de licores. Se olvidó en unos meses que había sido bailarina en un Hotel de segunda de La Habana, con esa facilidad que tienen las mujeres para olvidar pronto los recuerdos que no pagan dividendos. Se había convertido en un cheque al portador, en la ciudad donde una potranca ganadora cotiza su peso en oro.

La Sopapa primero lo intuyó, luego se convenció: estaba ahí para llevarse todo.

El Rompevidrios le enseñaba a afinar en las noches que le quedaban libres de bares y de naipes. Pero la Sopapa en pocos días no erraba una nota, y eso siempre es peligroso para alguien poco amigo del éxito. En el cuarto de Houston Street donde amontonaban las caricias, también se escuchaban los aullidos quejosos de una hembra que pedía pista. Y Johnnie no la había llevado tan lejos para tenerla atada a una cama.

Cuando la princesita maltesa quiso conquistar las azoteas de la gran ciudad, él ya había decidido dejarla ir. No le venía mal tampoco recuperar el silencio que hace agradables las mañanas, aunque el vacío de la huida y la traición se ensañara con él por las noches. La gratitud y la vergüenza nunca son eternas.

El precio del rescate estaba saldado, y la Sopapa no pensaba consumir sus días al lado suyo una vez que se sintió segura fuera del cautiverio. Por su parte, el Rompevidrios no creía tener derechos adquiridos que comprometan la fidelidad de nadie. El era el primero en cerrar la puerta del lado de afuera cuando sospechaba que le podían poner un candado por dentro.

Se conformó con entender que nunca es tarde para aceptar una derrota, y ponerse a cantar ebrio todos los amaneceres aquella vieja canción.

You look like an angel
Walk like an angel
Talk like an angel
But I got wise
You're the devil in disguise

Se conformó con eso, pero la isla le empezó a quedar grande, y decidió que ya había estado bien de primer mundo. Era hora de regresar a la siempre virgen y prostituida Buenos Aires.

y ahora nos lee un fragmento de On the Road

Tuesday, November 13, 2007

Un haiku de Jack Kerouac





Amarillas flores de madrugada,
pensando en los borrachos de México.

Dos almas libres



Romper con ataduras implica dejar jirones de carne
porque las ataduras son más fuertes que el bife de chorizo,
Y duele. Claro que duele.

Duele como los alfileres de Geniol.
Duele en un borbotón de sangre a la cabeza dormida
sobre el hombro izquierdo de algún alma
acostada sobre el antebrazo del propio cuerpo vencido
sobre la mesa,
con un vaso a punto de ser derribado
por el manotazo descoordinado
de las manos doloridas que dejaron jirones
para poder volar lejos
a otros bifes.

Duele en un directo al ojo del que ya está groggy primero por el afecto
luego por la pérdida
y finalmente por el sistema capitalista
o el problema del cambio climático
que lo tiene a mal traer con el peso.
Ese mismo peso muerto que se cae a la lona
con otro manotazo descoordinado
con las manos doloridas, con los ojos morados
mientras el segundo tira la toalla
para poder volar lejos.

Duele que hoy duela tanto
y que mañana sea un recuerdo
Porque duele olvidar y ser olvidado
pero más duele no sentir el golpe
Duele que te amansen y te anestesien
y duele irse para siempre.

Un montón de cosas duelen.
Lo que seguro no duele
es estar muerto.

Sonata

La cera cae como una lágrima por el costado liso de la vela.
El olor que se desprende de ellas (de la cera, del fuego, del aire)
es filoso, agudo, tanto como para penetrarme
por dos orificios expuestos en mi cara que no pueden dejar de sentirlos.
La noche es tan oscura, la luz es tan breve,
tiembla la llama, como huele tiembla.

Se imitan, una a otra las velas. Su altura es similar,
la lágrima que ha quedado quieta en uno de sus costados
es escultura donde antes había liso y ya no es una lágrima.
Ahora no temen las llamas. Se mantienen erguidas.
Triangulares con su base redondeada
y apenas puedo adivinar que se pierden en un alto reflejo casi anaranjado.

La llama se hace cada vez más finita pero nunca llega a su vértice.
Una ha crecido un poco más. Es más alta. Aquella, donde, en el vaso,
un montón de lágrimas arracimadas en cera
trepan hasta el pie de la vela y tocan con sus manos suplicantes
el lugar de donde han sido expulsadas y a donde ya no podrán volver.

El tiempo se sucede de este modo: escucho el tren que pasa tocando bocina,
el bramar de sus ruedas contra la vía, ahora otra vez la bocina,
otra vez, ya un poco más lejos, como si no quisiera irse;
la reunión familiar de mis vecinos: las voces más agudas de las mujeres,
los niños ya menos, por la hora, los choques de los cubiertos en los platos,
las manos pisándose unas a otras en desordenados clústers en el piano;
arriba unos pasos, más cerca, el impasible andar del reloj
que no necesita de nada para seguir.

Son dos velas las que me tomado el trabajo de posar
sobre dos vasos de plástico amarillos.
El calor de la llama parece poco, más si se siente como frío
el viento que se escucha afuera siseando entre los árboles…
lejos, pero por poco que sea parece suficiente.

Lo sé breve, lo sé un momento, pero espero, miro, confío y creo.
Ya no queda tiempo. Ya no hay más ceniza.
La cera derretida se escapa de la cumbre y cae
lentamente, por la ladera de la vela. Tan lentamente que cuando la miro
ya está quieta, ya es otra vez parte de ella (de la misma vela)
y va formando los cimientos de esa torre increíblemente erguida,
desde antes, desde siempre.

Cabeza de Vaca Guateada


1º Lavar bien la cabeza de vaca con agua y dejarla escurrir.
2º Adobar con vinagre, sal fina, ajo picado, ají molido y orégano.
3º La cabeza adobada envolverla con una lona de arpillera.
4º Cavar un pozo en la tierra, y hacer un gran fuego.
5º Sobre las brazas encendidas, colocar una chapa, sobre ésta la cabeza adobada envuelta en lona, colocar otra chapa encima y sobre ésta colocar brasas encendidas.
6º Tapar con ladrillo y barro, dejar cocinar unas 16 horas.

Yo la comí asi preparada en Cafayate, Salta, pero Aimé Tschiffely en su viaje a caballo por toda América, mientras se encontraba en una corrida de toros en un pueblo mejicano llamado Matehuala, narra lo siguiente:

"El día siguiente comimos una barbacoa hecha con las cabezas de los toros muertos a la manera mexicana . Se practica un agujero en la tierra y sus paredes se recubren con piedras. Allí dentro se hace un buen fuego, y cuando todo está bien caliente se retiran el fuego y las cenizas, cubriéndose las paredes y el fondo con hojas de maguey. Entonces se coloca la carne en el hueco, que se encuentra a muy alta temperatura, se la cubre de nuevo con hojas de maguey, y finalmente se cubre todo con cenizas y tierra. Cuando se la prepara por la tarde, la barbacoa está lista para ser retirada y servida al mediodía siguiente. Las cabezas de toro estaban aún muy calientes cuando las sacaron del hoyo y tan tiernas que la carne se separaba de los huesos"...


En el bosque (7) Ultima entrega


Versión del muerto narrada por la médium:

-Después de violar a mi mujer, el bandido se sentó junto a ella y le habló, tratando de consolarla. Naturalmente, yo no podía hablar; estaba atado al tronco del cedro, amordazado. Sin embargo, intentaba decirle con los ojos una y otra vez: “No creáis a ese canalla, es mentira todo lo que dice”. Pero ella, sentada con las piernas recogidas, sobre las hojas de bambú, se miraba las rodillas con obstinación. Esa actitud me hizo suponer que estaría escuchando las palabras del hombre. Los celos me torturaban.

El bandido, hábil en la conversación, le hablaba de una cosa y otra, hasta que llegó a proponerle con el mayor descaro: “Ya que has sido injuriada en tu honor, no puedes seguir junto a tu esposo. A cambio de eso, y puesto que ya no serán felices, ¿no prefieres ser mi mujer? Fue el amor que me inspiraste lo que me llevó a cometer tal violencia contra ti”.

Mi mujer le escuchó fascinada y alzó la cabeza. Nunca la vi tan hermosa como en ese momento. Pero, ¿qué respondió ante su mismo esposo, víctima como ella de ese malhechor? Ahora vago perdido en el espacio, pero no podré evitar la rabia y los celos mientras recuerde sus palabras: “Bien, llevadme adonde queráis”. [Largo silencio.]

Y no fue éste el único delito de mi mujer. Si se tratara sólo de esto no sufriría lo que sufro en esta oscura eternidad. Cuando, como en sueños, se disponía a partir del brazo de aquel hombre, palideció repentinamente, y señalándome, exclamó: “Matadle. No puedo unirme a vos mientras él esté con vida”. Y repitió varias veces, enloquecida: “¡Matadle, matadle!” Aún ahora sus palabras quieren arrastrarme hacia el negro abismo.

¿Habrán salido alguna vez palabras tan atroces de labios de un ser humano? ¿Habrán entrado tan odiosas frases en oídos de algún mortal? Alguna vez, semejante... [Súbitamente, ríe con desprecio.]

El mismo bandido se quedó perplejo al oírlas. “¡Matadle!” Ella continuaba gritando y se aferraba al brazo del delincuente. Él la miró fijamente y no contestó. Antes de pensar en una respuesta, la arrojó al suelo de un puntapié. [Nuevamente una carcajada desdeñosa.]

Luego se cruzó de brazos tranquilamente y mirándome, dijo: “¿Qué piensas hacer con esta mujer? ¿La matas, o la perdonas? Contéstame con la cabeza. ¿La matas?” Sólo por estas palabras perdonaría la acción del individuo. [De nuevo largo silencio.]

Mientras yo vacilaba en contestar, mi mujer dio un grito y echó a correr, bosque adentro. El bandido se abalanzó tras ella, pero no logró alcanzar ni la manga de su kimono.

Fugada mi mujer, el hombre tomó mi katana, mi arco y mis flechas. Luego cortó en un solo sitio la soga con que me había atado. Recuerdo que al salir del bosque murmuró: “Ahora se juega mi suerte”. Siguió un profundo silencio. No, oí que alguien sollozaba. Mientras me quitaba las sogas escuché con atención, y noté que era mi propio sollozo. [Largo silencio.]

A duras penas separé del árbol mi cuerpo entumecido. Delante de mí brillaba la pequeña daga que había dejado mi mujer. La recogí y la hundí en mi pecho. Un coágulo de sangre subió a mi garganta, pero no sentí ningún dolor. A medida que mi cuerpo se enfriaba, todo a mi alrededor se volvió silencioso y solemne. Ni el canto de un pájaro se oía en el aire de aquel lugar en la cañada de la montaña. Apenas una débil claridad descendía sobre las hojas, pero también eso fue desapareciendo, hasta que los cedros y los bambúes se borraron de mi vista. Tendido en el suelo, un hondo silencio me envolvía.

En ese momento alguien se acercó a mí con pasos cautelosos. Traté de ver quién era; pero la oscuridad me lo impidió. Alguien... alguien que no pude ver, una mano invisible, quitó suavemente el arma hundida en mi pecho, al tiempo que otro coágulo me volvía a llenar la boca. Y de nuevo me hundí en el oscuro espacio; por última vez, para siempre.

Monday, November 12, 2007

La Patria Sindical (Parte III)

La cosa se estaba poniendo jodida. Yo por el sesenta y ocho hacía dos años que ya era delegado. Con lo que sacábamos de las fichas manteníamos un boliche ahí en la esquina. Los zurdos habían intentado coparnos la fábrica, primero metieron uno, después otro y cuando quisieron meter el tercero ya estábamos preparados: escondimos las cadenas en el local y a medida que salían para la parada del bondi les dábamos para que tengan y guarden. Nunca más se aparecieron por ahí.

En el bolichito había de todo. La verdad es que se nos iba un poco la mano, éramos pendejos y nos pasábamos de la raya. Cuando la alquilamos la esquina se venía abajo pero el gremio nos dió una mano fuerte. Un fin de semana estábamos tomando mate en la puerta del local, ahí justo en la esquina y vemos aparecer doblando por Necochea una Estanciera con dos o tres de los gordos arriba. Yo los junaba bien y enseguida me di cuenta que eran los jetones del secretario general, que siempre andaba acompañado. La cosa es que los tipos se bajaron y ahí nomás nos dijeron que venían a colaborar, así que ese fin de semana con la ayuda de los muchachos al local lo dimos vuelta como una media: dale a la rasqueta y a la brocha.

Nos habían mandado diez tachos de veinte litros desde Avellaneda, una gentileza de los compañeros de la zona, que la habían sacado de un lote que se había caído de un camión justo cruzando el puente. La sorpresa fue grande cuando vimos que la pintura era de color lila, pero como dicen los muchachos, a caballo regalado no se le miran las muelas. ¡Cómo se rieron los jetones! En realidad todos nos reimos mucho así que al local lo terminamos llamando "Lo de Lila" y nadie supo que la tal Lila no existía. Nadie preguntó, tampoco, pero entiendo yo que serían muchos los que pensaban que Lila era la dueña del local.

Una vez que estuvo lindo y bien puesto ya casi ni pasábamos por la fábrica, y con el tiempo, eso demostró estar mal. Nos quedábamos tomando mate todo el día en el local y veíamos entrar y salir a los compañeros. Teníamos bastantes de confianza como para que chiflaran si algo iba mal pero esos dos meses de la primavera del sesenta y ocho fueron tranquilos. La calma que viene antes del temporal.

Dos veces al mes, Alonso, que era el capanga de Metalúrgicos, mandaba a alguno de los jetones del camión para contarnos como iba la cosa. Esos días mangábamos sanguches en la panadería e invitábamos a los compañeros más comprometidos para que asistieran a la reunión. Y nos fuimos dando cuenta que la cosa estaba cada vez más jodida. Ahí mateando en Lila fue que me enteré que Vandor lo había traicionado a Perón y que nosotros que éramos fieles teníamos que mantenernos al lado de José, que por supuesto estaba con el General.

Como si fuera poco no sólo había quilombo entre nosotros sino también con los zurdos, que querían coparnos el movimiento. Y eso no se podía permitir. Yo la verdad ya a esa altura no entendía nada. Los zurdos siempre habían sido de otro partido. Eran socialistas, troskos, comunachos pero peronistas nunca habían sido. ¿Y cómo ahora eran peronistas? ¿Qué les había agarrado? Encima al poco tiempo se dividieron todos en mil grupos. El jetón de José siempre trataba de explicarnos que diferencias había entre cada grupo: la Tendencia, las FAP, las FAR, no sé, había muchas siglas más pero la verdad ya se me mezclan los años y las organizaciones.

Lo que sí puedo decir es que la cosa se estaba poniendo jodida. Nosotros pispiábamos ahí tomando mate en la puerta del local a todos los compañeros que entraban y salían de la fábrica, todos los turnos. Nunca habíamos tenido quilombo pero cuando ya vino el verano de ese año, no me acuerdo si antes o después de navidad pero era uno de esos días que te morís de calor y que parece que la suela de los mocasines se te pega al asfalto, tipo cuatro de la tarde vemos doblar por Necochea, igual que había doblado la Estanciera, un Fiat Milquinientos con los caños asomando por los vidrios. Yo me tiré por la ventana adentro del local y la zafé pero a Luisito Quinteros le pegaron un plomo en el tobillo y se lo quebraron y en ese momento no lo sabíamos pero los zurdos lo habían condenado a muerte: Luisito quedó rengo y años después lo sorprendió el Sarmiento cuando cruzaba la vía y con semejante renguera no tuvo tiempo para bajarse del auto. A la viuda se lo devolvieron en una cajita.

Como dije, la cosa se había puesto jodida. Nos llevó unos días averiguar quienes nos había entregado pero al tobillo de Luisito le correspondieron dos fiambres que aparecieron flotando a la altura del Docke. Después, a través del jetón de Alonso, me llegó el dato de que eran dos verdes que no tenían nada que ver con el asunto del Fiat pero esos dos fiambres no hicieron más que echarle nafta al fuego.

Para cuando fue el Cordobazo, al año siguiente, no había semana que no tuvieramos alguna novedad. Dormíamos en el sótano, tapados con los fierros por miedo a que nos coparan el local. Ya no tomábamos mate en la vereda, teníamos tranca y cadena en la entrada, las ventanas clausuradas con tablas. Cada tanto nos reventaban la puerta con un cóctel Molotov y del lila de las paredes que tantos chistes había causado sólo quedaban manchones negros del humo.

Para mitad del año siguiente lo único que nos alegró fue que Boca venía puntero, pero ya no sólo no íbamos a la fábrica sino que estaba toda tomada por los zurdos, tantos los nuestros como los otros. El jetón de Alonso había desaparecido, no daba charlas ni mandaban guita para ayudar. Yo me había quedado en el local solo, que estaba cerrado todo el tiempo porque el otro pibe que estaba conmigo, Margarito, había desaparecido de los lugares que solía frecuentar para aparecer en los lugares que nunca debió haber frecuentado. También a ese, como devolución de cartero, lo encontraron flotando cerca del Docke.

Eso fue lo último que aguanté. Una mañana encandené la puerta de Suarez y Necochea y me fui en el 152 hasta Olivos y de ahí al Tigre. Un amigo lanchero me cruzó a Carmelo, y aquí vivo desde entonces, de sereno del Hotel Bertoletti. Me pagan poco pero me las rebusco y la verdad ya no tengo ganas de volver. Vivo en una casita en la barranca del río. De este lado del río.

A veces me pongo a pensar que estoy condenado a no abandonar las orillas. Antes de allá, ahora de acá, siempre cerca. Cuando se pudrió todo mucho más en Argentina y vino la dictadura y acá también se puso bravo tuve miedo que me vinieran a buscar, pero nadie vino nunca. Un día me miré al espejo y vi que estaba viejo. Por eso ya no venían.

El mudo, poco antes de dar las hurras

Para mis amigos gardeleanos, que van por la vida de viejo smoking, secos y enfermos.
Esta filmado en el Hotel Miramar, en Venezuela, en abril de 1935.
Salute

En el bosque (6)


Confesión de la mujer que llegó al Templo Shimizu:

-El hombre que vestía el kimono de seda azul, después de ultrajarme lanzó una mirada sarcástica a mi esposo, que estaba atado al tronco de un cedro. ¡Cuán humillado se habrá sentido mi marido! Cuanto más se empeñaba en liberarse, más se hundía la soga en su cuerpo. Desesperada, corrí hacia él. No, mejor dicho, quise correr. Pero al intentarlo, el bandido me derribó.

En ese preciso instante advertí un brillo extraño en los ojos de mi marido, tenía una expresión indescriptible... Lo recuerdo y todavía me hace estremecer. Él, al no poder hablar, procuraba expresarse de ese modo. Sus ojos no denotaban ni furor ni angustia...; despedían un brillo frío, que reflejaba su desprecio hacia mí. Más herida por esos ojos que por el golpe del ladrón, dejé escapar un gemido y me desvanecí.

Después de largo rato (creo), recobré el conocimiento, y advertí que el hombre del kimono azul había desaparecido. Estaba solamente mi marido, que continuaba atado al árbol. Me incorporé sobre las hojas de bambú y dirigí hacia él mis ojos. Pero el brillo de los suyos no había cambiado; me observaba con la misma frialdad, reafirmando su desprecio, y en lo más profundo, también su odio. Vergüenza, rabia, angustia...; no sé bien lo que sentí entonces. Me levanté, vacilante, y me acerqué a él:

-Takejiro –le dije-, después de lo sucedido, no podría seguir viviendo con vos. He decidido matarme, pero... pero vos también debéis morir. Visteis lo que me ha hecho: no puedo dejaros vivir.

Hube de hacer un gran esfuerzo para decirlo. Pero él seguía mirándome sin inmutarse. Sentí que mi corazón latía con violencia. Busqué afanosamente la espada de mi marido. En Vano; por lo visto, el bandido había robado sus armas. Fue una suerte que allí cerca encontrara mi puñal. Sosteniendo el arma en alto, volví a decirle:

-Ahora, dadme vuestra vida. Yo os seguiré inmediatamente.

Al escucharme, movió apenas los labios. Con la boca llena de hojas, no podía articular palabra. Sin embargo, con sólo mirarle adiviné su voluntad. Con profundo desprecio me decía: “Matadme”. Sin poderme dominar, enloquecida, clavé la daga en su pecho, a través del kimono de color lila. Volví a desvanecerme. Cuando tiempo después me recobré, mi marido había muerto. Un rayo del sol poniente, filtrado a través del follaje, iluminaba su rostro sin color. Llorando, quité las ataduras de aquel cuerpo. Después... No tengo fuerzas para narrar lo que me tocó vivir después. Hice todo lo posible para darme muerte; clavé el puñal en mi garganta, me arrojé al lago, cerca de la montaña; pero todo en vano. Heme aquí, frustrados mis intentos, soportando el peso agobiador de mi deshonra. [Sonríe tristemente.]

Es de creer que a una mala mujer como yo, hasta por la misma Bodhisattva le sea negada la piedad.

En fin yo, que maté a mi esposo, que fui violada por un bandido, ¿qué debo hacer? ¿Qué es lo que yo... yo...? [Estalla de pronto en violentos sollozos.]

Saturday, November 10, 2007

Salmo Pontificio

Pueden reptar
vociferar nuevos salmos
y jurar por su abstinencia
haber dormido
junto al reflejo del eterno.
Pueden calentar sus miedos
en el resplandor
de la hoguera del olvido
porque allí bailó, desnudo,
el que conoce todos los senderos.
Pueden tomarse de las manos
elevarlas al cielorraso
beber vino y sangre
o masticar los restos de su dios
en cada ceremonia.
Pueden caminar arrodillados
hacia la ciudad
donde el profeta enjuago su frente
antes de sentir el remolino de la turba
en feroz estampida.
Pueden, pueden, y pueden.
Así lavan todos los días
los pesados pies de la duda.

Requiem por Norman- Mailer in memoriam




Requiem por Norman - Mailer in Memoriam


Estimadores pescadores, estamos de luto. Norman Mailer ha muerto. Mando algunos comentarios de sus entrevistas o frase celebres; cuando un maestro escribe o habla, prefiero no decir mas:


Hay una ley de vida, cruel y exacta, que afirma que uno debe crecer o, en caso contrario, pagar más por seguir siendo el mismo.


El éxito es sólo la mitad de bonito cuando no hay nadie que nos envidie.


La revolución feminista ha convertido a la mujer en ese tipo de hombre que a mí me entristecía cuando era joven, ese que tenía que trabajar de nueve a cinco de manera aburrida y nunca era dueño de su destino. Ahí es donde acabó su revolución, su asalto al poder.


A fin de cuentas, un héroe es alguien que quisiera discutir con los dioses, y así debilita a los demonios para combatir su visión.


Hay que ser un artista para entender a otro. Los críticos de arte no se parecen mucho a los grandes pintores.


Siempre sabemos mucho más de lo que pensamos, si no, no podríamos ser escritores.



Estas frases son con motivo de su último libro


Es imposible no sentirse identificado en algún pequeño punto con el protagonista [Hitler], así que el libro les resultará ofensivo a muchos judíos. No les va a gustar. La derecha lo odiará. ¿Dios no es todopoderoso? ¿No es un ser lleno de amor? Sí, tengo la certeza de que habrá una resistencia considerable”, continúa regocijándose. “Y a un montón de radicales no les va a gustar porque la mayoría de los radicales creen que hablar de Dios y del diablo es retrógado

“¿Sabes? El verdadero daño que infligió Hitler a los judíos, tras matar a seis millones, fue machacar las mentes de los que no murieron. Antes de Hitler, la mente judía era mucho más inquieta y mucho más elegante”.


“mil palabras son llevaderas. No lo hago todos los días. Puedes descansar un día, pero debes saber que, entonces, te has tomado un día libre. Si te dices que vas a trabajar al día siguiente entonces es que estás metido en faena y que ya estás pensando en lo que vas a escribir. Lo peor es acceder a ir a un picnic cuando te habías prometido que trabajarías”. Cuando le comento que en su larga trayectoria los picnics han afectado a su trabajo, replica: “Los picnics son un coñazo”.


“Escribir una novela es, en cierta medida, como una escalada. Si eres ambicioso, intentas retos que están más allá de tus fuerzas. Hay muy pocos novelistas realmente ambiciosos, Martin Amis, Pynchon, Cormac McCarthy... Sentí que había llegado el momento de intentar una cumbre más dura, de intentar algo más allá de mis costumbres y técnicas. Pensé: ‘te estás haciendo viejo, así que debes intentar algo muy grande’. Y pensé que tenía que hacer el intento, porque era realmente interesante, como en realidad he estado haciendo toda mi vida. Eso es lo que te esperea si eres un profesional. Tienes que aprender más y más qué es lo que estás haciendo”.


“Mira, creo que he ejercido cierta influencia en la conciencia de nuestro tiempo, pero no la he cambiado. No, todo ha ido a peor. Todo lo que detesto ha empeorado. La arquitectura de los rascacielos, el plástico, los coches han prosperado. Y la mala escritura. Sí, todo lo horroroso ha prosperado de verdad. Cuando era joven, los escritores solíamos pensar que las novelas podrían cambiar el mundo, pero no, es la televisión la que lo cambia”.

Friday, November 09, 2007

En el bosque (5) Segunda Parte





Como le dije, no había matado al hombre; era innecesario, después de haber conseguido a la mujer. Me disponía a huir cuando sucedió lo inesperado. Ella se aferró a mis brazos con desesperación, y patéticamente, con palabras entrecortadas, me gritó que uno de nosotros, su marido o yo, tenía que morir; si no ella misma moriría antes que soportar el dolor y la vergüenza de saber vivos a los dos hombres que la habían poseído. Dijo más: que sería de aquel que sobreviviera. Al oír estas palabras, el deseo de matar al hombre me ofuscó. [Sombría excitación.]
Contándolo de esta manera debo parecer muy cruel. Pero no; usted no vio la cara de la mujer en ese momento, ni soportó su mirada ardiente, como yo. Al mirar esos ojos juré casarme con ella, sí, hacerla mi mujer a riesgo de todo; ése era el único pensamiento que me absorbía.
Tal pensamiento no se debía al solo deseo carnal, como usted puede suponer. Al contrario; si en ese momento sólo hubiese sentido sensualidad, habría escapado, sin importarme golpear a la mujer. Y de ser así, no habría tenido ninguna necesidad de manchar mi katana con la sangre de ese hombre.
Pero viendo el rostro de aquella bella mujer en la penumbra del bosque, juré no abandonar el lugar sin haberlo ultimado.
Sin embargo, no tenía intención de matarlo en forma cobarde: solté sus ligaduras y lo desafié. (La cuerda que se encontró junto al tronco fue la que yo utilicé y que luego dejé olvidada.) Encolerizado, el hombre desenvainó su katana. Inmediatamente me atacó iracundo, sin pronunciar palabra. Huelga explicar lo que pasó después. Mi katana atravesó su pecho a los veintitrés asaltos. Recuerden esto; veintitrés asaltos. No consigo salir de mi asombro. Nadie hasta entonces me había resistido más de veinte. [Sonríe jovialmente.]
Muerto el hombre, con la katana aún mojada en su sangre, me volví hacia donde había quedado la mujer.
Pero ante mi asombro, había desaparecido. En vano registré el bosque tratando de encontrarla; ni el menor rastro. Escuché con atención: se oyó el estertor del hombre; nada más.
Pensé que al empezar el duelo ella habría salido en busca de ayuda. Y puesto que era cuestión de vida o muerte, me apoderé de la espada del hombre, junto con el arco y las flechas, y huí hacia la carretera. Una vez allí, encontré pastando el caballo de la mujer. De lo que siguió después, le diré únicamente que antes de entrar en la capital me deshice de la katana robada.
Esta es toda mi confesión. Siempre tuve la convicción de que mi cabeza colgaría algún día de un árbol; senténcienme a la pena capital. [Actitud desafiante.]

Thursday, November 08, 2007

En el bosque (5) Primera Parte


Confesión de Tajömaru
--Sí, señor comisario; yo maté a ese hombre, pero no a la mujer.
¿Qué, adónde fue? No sé nada. ¡Eh! Déjeme en paz; no me apremien porque no podrán obligarme a decir lo que no sé. Además, no tengo esperanzas de salvarme, así que no veo por qué he de ocultar detalles.
Bueno, fue así:
Ayer, poco después del mediodía, me encontré con esa pareja. Justamente una leve brisa levantó el velo de seda que cubría el rostro de la mujer, y la vi apenas. Digo apenas, porque inmediatamente volvió a ocultarlo. Quizás por eso me pareció tan hermosa como la sagrada Bodhisattva. Y desde ese instante decidí conquistarla, aunque tuviera que matar al hombre que la acompañaba.
¿Qué dice? Vea, para mí, matar a un hombre no significa gran cosa, como usted creería.
De todos modos, para poseer a la mujer había que eliminar al hombre. Pero le aclaro, señor, que yo mato con katana, y no como ustedes, que matan con el poder, con el dinero, hasta con el pretexto de hacer un favor. Es cierto que no derraman sangre y sus víctimas siguen viviendo, pero así y todo son muertos, sombras de vivos. Si medimos los alcances del delito, es muy difícil fijar quién es más criminal, yo o ustedes. [Sonríe con ironía.]
Sin embargo, era mejor proceder evitando la muerte del hombre. Y opté por ello. Pero era imposible ejecutar mi propósito en la carretera (que conduce a Yamashina). Entonces inventé una historia para internar a la pareja en la montaña.
Resultó fácil. Empecé a caminar con ellos, y les conté que había descubierto una vieja tumba en la montaña, hallando una considerable cantidad de sables y espejos antiguos, que luego había trasladado clandestinamente al bosque de bambúes, y que de encontrar a algún interesado, estaba dispuesto a venderlos a bajo precio. Al oír esto, el hombre comenzó a interesarse, y ...
¿No les parece terrible la codicia que es capaz de abrigar el hombre? En menos de media hora, los tres íbamos camino de la montaña.
Al llegar al bosque de bambúes me detuve, les dije que más adentro estaba oculto el tesoro, y les pregunté si querían verlo. El hombre, por codicia, no puso objeción; pero la mujer, que ni siquiera se molestó en desmontar, dijo que esperaría allí. Era comprensible su deseo, ante el aspecto de un bosque tan espeso. Y eso era justamente lo que yo quería. Me apresuré a conducir al hombre, sin insistir en que ella nos acompañara.
A la entrada del bosque hay bambúes solamente, pero a cierta distancia existe un lugar más despejado con algunos cedros. No podía haber sitio más apropiado para el logro de mi propósito. Abriéndome camino a través de los bambúes, engañé al hombre diciéndole que las piezas estaban ocultas al pie de un cedro. Él apresuró los pasos hacia unos cedros que se divisaban entre los bambúes. Caminamos aún algo más, y llegamos al lugar señalado.
En un segundo, lo ataqué y lo derribé. Aunque el hombre llevaba katana y era bastante vigoroso, al ser tomado por sorpresa y atacado por la espalda nada pudo hacer por evitarlo. Lo até sin demora al tronco de un cedro. ¿Dónde conseguí las cuerdas? Gracias a que soy ladrón siempre las llevo, por si me veo obligado a escalar algún muro. Naturalmente, es fácil impedir que el otro grite si se le llena la boca con hojas de bambú.Terminada mi tarea con el hombre, volví en busca de la mujer y le dije que fuera a reunirse con su marido, que se había indispuesto repentinamente. Demás está decir que el plan tuvo éxito. La mujer, que se había quitado el ichimegasa, se dejó conducir hasta el lugar; pero al llegar, ni bien advirtió la situación del hombre, sacó un puñal -no supe cuándo-, y me desafió. Nunca conocí una mujer tan impetuosa. De no ponerme en guardia, nada me hubiera extrañado que en su arremetida, terminara atravesándome el vientre, o peor aún, matándome. Pero como sabrá, yo soy Tajömaru. Pude arrebatarle el arma sin hacer uso de la mía; y aunque valiente, una vez desarmada, nada pudo hacer. Así, por fin, pude satisfacer mis deseos de poseerla

Continuará....

Wednesday, November 07, 2007

En el bosque (4)


Declaración de una anciana interrogada por el oficial del Kebiishi:
--Sí, señor; el cadáver es del hombre que se casó con mi hija. Él no era de la capital; fue samuraí en la ciudad de Kokufu, en la provincia de Wakasa. Su nombre es Takejiro Kanazawa y tenía veintiséis años. No, señor, él era una buena persona y no creo que haya sido víctima de alguna venganza.
¿Mi hija? Su nombre es Masagu, y tiene diecinueve años. Es impulsiva, pero dudo que haya conocido otro hombre aparte de Takejiro. Es de cutis moreno y su cara es pequeña, ovalada, y tiene un lunar cerca del ojo izquierdo.
Ayer, Takejiro y mi hija salieron para Wakasa. ¡Quién podía imaginar esta tragedia!
¡Qué será de ella! Pues si bien estoy resignada por la suerte de mi yerno, quisiera saber qué ha ocurrido con mi pobre hija.
¡Por los cielos, señores, no dejéis piedra sin remover hasta encontrarla!
A quien odio es a ese asesino, Tajömaru, o como se llame... A él, que no sólo es mi yerno, sino también a mi hija... [llora y no se entienden sus palabras].

Con esto toca Björk

En el bosque (3)


Declaración del policía interrogado por el oficial del Kebiishi:
--¿Quién es el hombre que arresté? Es el famoso bandolero Tajömaru. Cuando procedí, él había caído del caballo, y gemía echado sobre el puente de Awataguchi. ¿Cuándo? Fue en las primeras horas de anoche. Recuerdo que aquella otra vez en que fracasé al intentar arrestarlo, también llevaba ese kimono azul y esa larga katana. Esta vez, como ustedes ven, lleva además arco y flechas. ¡Ah! ... ¿De modo que el arco y las flechas son iguales a los del muerto? Entonces es seguro que este Tajömaru es el asesino. El arco enfundado en cuero, la aljaba negra y las diecisiete flechas de pluma de halcón, seguramente eran del samuraí. Sí; el caballo era, como usted dice, un alazán de finas crines. Pastaba cerca del puente, con las riendas sueltas. Seguramente por una ironía del destino, Tajömaru fue arrojado por el mismo caballo que robó.
Este Tajömaru es el mujeriego más famoso entre los bandidos que merodean por la capital. El año pasado una creyente y su criada fueron asesinadas en un monte, detrás de la estatua de Píndola del Templo Toribe, y se rumoreó que había sido obra de este bandido. Si es Tajömaru el asesino del samuraí, vaya uno a saber qué ha sido de la dueña del alazán.Si se me permite una palabra, sugiero la conveniencia de averiguar la suerte que corrió la dama.

Tuesday, November 06, 2007

En el bosque (2)


Declaración de un sacerdote budista interrogado por el oficial del Kebiishi:
-Es cierto. Ayer me encontré con el desdichado hombre. Ayer ... sería cerca del mediodía. El lugar es la carretera que conduce de Sekiyama a Yamashina.El hombre caminaba en dirección a Sekiyama acompañado por una dama que iba a caballo. No alcancé a ver el rostro de esta dama pues lo llevaba cubierto por un velo. Únicamente pude ver el color de su kimono, que era lila claro. El caballo era un alazán de finas crines. ¿La estatura de la dama?... algo así como un metro y medio. Como sacerdote, no estoy habituado a fijarme en esos detalles. El hombre iba armado con katana, arco y flechas. Particularmente recuerdo la aljaba negra, donde llevaba unas veinte flechas.
No podía imaginar que a ese hombre le aguardara semejante destino. En verdad, nuestra vida es comparable al rocío del alba o a un destello fugaz. ¡Lamento tanto la suerte de ese hombre que no encuentro palabras para expresar mi sentimiento!

En el bosque (1)


Declaración de un leñador interrogado por el oficial del Kebiishi:
--Sí, señor, es verdad; fui yo quien encontró el cadáver. Esta mañana, como de costumbre, había salido a cortar leña y encontré al muerto en el bosque que está detrás de la montaña. ¿El lugar exacto, dice usted? Pues, a unos ciento cincuenta metros de la carretera a Yamashina. Es un lugar solitario, poblado de bambúes, con algunos cedros entre ellos.
El cuerpo estaba tendido de cara al cielo; vestía un kimono de seda violáceo y llevaba un gorro al estilo Kyoto. Una herida de katana le atravesaba el corazón, y las hojas de bambú que lo rodeaban estaban teñidas de rojo. No, no perdía más sangre en ese momento. Creo que la herida estaba seca; un tábano, de tan pegado que estaba a ella, ni siquiera sintió mis pasos.
¿Si vi alguna katana o algo parecido? No, no vi nada de eso, señor. Solamente encontré una cuerda junto al tronco de un cedro que había cerca el cadáver. Y..., ah, sí; también junto a la cuerda había un peine. Eso fue todo lo que vi. Daba la impresión de que ese hombre había luchado antes de ser asesinado, porque las hierbas y las hojas que había a su alrededor estaban bastante pisoteadas.
--¿Había algún caballo cerca del lugar?
-- No, señor. Es un lugar inaccesible para esos animales; está separado de la carretera por un bosque de bambúes.
Continuará

Monday, November 05, 2007

SLOW TRAIN COMING


La Sopapa Maltesa roncaba contra la ventanilla del desvencijado Greyhound. Llegó a la Florida de la mano de su héroe. La había rescatado de las calles de la Habana Vieja, donde bailaba con éxito escaso repartiendo sonrisas a pocas cuadras del Malecón. Se habían conocido en la desembocadura del río Almendrares, porque la Sopapa estaba necesitando alguien que le pegara el taco que se acababa de romper de uno de sus zapatos rojos. Y ese fue Johnnie, que miraba a los pescadores de la rambla sin ninguna intención de pescar nada. Puesto a elegir, prefería que ganara el pez, siempre que él no fuera quien luego iba a comérselo. Era lógico que cuando la Sopapa metió la punta del taco en la rejilla, haya sido él quien acudió al rescate. Todos en el puente estaban demasiado ocupados en sus anzuelos pero el único que pescó fue Johnnie.

Esa noche la fue a ver bailar al Hotel Riviera, y entendió que la chica no estaba para el famoso Cabaret Nacional. Entendió que su futuro en aquella ciudad iba a ser apagar velas a pocas cuadras de la Plaza de la Revolución por pocos dólares, y se propuso rescatarla.

Llevársela al East Village fue más sencillo de lo que creyó en un principio. Inventó una Compañía, una gira artística por Centroamérica, inventó un cantante colombiano de fama internacional con cuatro bailarinas, llenó los papeles en el consulado, y la Sopapa ya estaba viajando al lado suyo en un avión rumbo al continente. Ella se dejó llevar. Sabía que no volvería jamás a la isla, pero se había preparado para eso desde que tenía doce años. Esa ciudad era muy chica para dar respuesta a tantos sueños.

Ahora que escuchaba sus ronquidos, el Rompevidrios supo que había hecho lo correcto. Estarían atravesando Georgia o South Carolina. Daba lo mismo, era de noche. Ella hubiese querido ir primero a Nueva Orleáns, a escuchar las voces que parieron ese jazz que tan bien se había amoldado a su Isla, pero el presupuesto no permitía más lujos. En DC tomarían un tren y alguna cosa fuerte para poder aguantar el resto del viaje.

La Sopapa ahora se apoyaba en su hombro, y él la acariciaba. Se imaginó con ella en su departamento de Houston Street, y por primera vez se le ocurrió que se había apresurado. Pero no, al siguiente ronquido volvió a creer que había hecho lo correcto.

Gamberro, si, puede ser, pero lo quiero de mi lado




Mi Constante.


Desierto,
seco hasta perder el sentido,

Silencio.
Ausencia.
Vacío.
Sin promesas de muerte,
Sin promesas de nada.

Solamente una sábana amarilla extendiéndose hasta el fin.

Exprimo un limón,
retuerzo el alma, doy limosna a los que tienen poco
pero no puedo sacar nada de mi.

Soy Desierto, seco, silencioso, vacío, ausente.
Eso que se extiende hasta el fin.
Piedra.
Arena.
Seco hasta perder el sentido.

No hay vida
no hay muerte
no canta ningún pájaro ni transita ningún insecto.
No se ven restos de nada
como si nadie hubiera estado por allí.
Nunca.

No es virgen,
vende su cuerpo por palabras y
está lleno de nones, de arena
de vacíos, de desalientos.

No transita nada y no se ven los fantasmas (que igual están).
No se ven,
no se sienten,
no se tocan,
no se oyen.
Sabe como todas las cosas
Piedra.
Arena.
Seco hasta perder el sentido.

Todos los huesos como quebrándose
son ramas secas para el fuego.
y un cuerpo de arena, de polvo,
todo un cuerpo de desierto, todo para olerlo, para comer, para olfatear, metértela por la nariz, taparte la garganta de arena, apuñalarte para crear más y más arena, más y más fina.

Soy Desierto.
Me prostituyo.
Me vendo por palabras.
Exprimo un limón y no sale ni una gota.
No conservo nada
salvo la arena.
Salvo la ausencia.

Mi constante.

Sunday, November 04, 2007

LA FUGA

Cactus, coirones, molles, chañares, caldenes, sombras de toro y piquillines, zorros, pumas, guanacos, ñandúes y la sombra de Johnnie moviéndose hacia el sur, arrastrando los pies por la ruta vacía, con el mismo sol apuntando la misma nuca.

Ya había estado bien de maíz para los chanchos. Los cuatro billetes serían suficientes para dejar atrás el insoportable desierto. Se despidió de Tresdientes como de un hermano, pero no paso a saludar a Suárez ni a los faenadores. Al carajo con esos aspirantes baratos a duques del descampado. Dejar Cuchillo-Có, era dejar atrás una plaza llena de cadáveres, enterrados debajo de las hamacas que se movían en el corazón del pueblo. Era liberarse de una pesadilla y pensar en El Griego, viviendo en una casa de madera en Colonia Suiza, 500 kilómetros al sur.

Después de caminar infinitas leguas escoltado por los sonidos de caranchos y chimangos que crujían desde el salitral, vio como Semilla detuvo el camión unos metros más adelante; tenía la radio rota y necesitaba distraerse. Johnnie no creyó que la suerte pudiera, por una vez, estar de su lado, aunque el motor del Scania indicara lo contrario. Se acercó despacio y no preguntó nada. Semilla tampoco. Los dos intuían que el destino final no era lo importante en ese momento. Johnnie iría adonde Semilla lo llevara.

Abrió la puerta, dio un salto, y pudo sentir como los músculos mustios le agradecían ese asiento. La cabina del camión estaba armada para vivir adentro un mes entero sin necesidad de salir. El tablero estaba minado de estampas de santos y vírgenes, un banderín desgarrado de Racing Club, y dos fotos blanco y negro. Tomaron mate, un poco de ginebra, comieron algunos sándwiches de miga y se entretuvieron inventando historias de mujeres que ninguno de los dos podría volver a repetir con exactitud al día siguiente.

Semilla hacía dos veces por semana la ruta que une Avellaneda y Esquel, llevando y trayendo materiales. Podía dibujar un mapa de memoria, con el detalle de cada curva, cada monte, cada estación de servicio y los nombres de los encargados y las cajeras. De muchas maneras, esas líneas en el pavimento eran su verdadera casa. En la parte de atrás de la cabina, el catre le dio al Rompevidrios un respiro o una condena.

Cuando se durmió, Johnnie soñó la Sopapa (y la Sopapa lo soñaba).

Friday, November 02, 2007

Una terrible pesadilla





Iba en busca de mi coche. No sé de donde salía. El caso es que el coche estaba en la paralela a Marqués de Urquijo. Parece ser que era sábado por la noche. Había bastante gente en la calle. Bastante tráfico. De improviso, un coche que iba anómalamente despacio, se acerca por la calle perpendicular a las dos. En él, asomado por la ventana del coche, cintura para arriba iba un hombre de camisa y pantalón negro pelo rapado. Con el brazo Levantado, gritaba “fuera los negros de España“. Le escuchaba como si llevara un altavoz. Alrededor del coche otros tipos vestidos al estilo de la banda de la naranja mecánica caminan a ritmo por la vereda de la carretera.
Esa situación me causó intranquilidad, pero de momento no tenía miedo. Pensé que tan sólo era una protesta de extrema derecha. El tema se torna dramático cuando los tipos vestidos de blanco con sombrero negro y taparrabos de plástico se abalanzan sobre un chico de color y empiezan a darle patadas y porrazos con bates de béisbol hasta dejarle moribundo. Miro alrededor, me entra el pánico y veo que no soy una excepción. Todos nos asustamos al unísono y empezamos a huir. Busco con desesperación la calle donde se encuentra mi coche. No la encuentro. De nuevo me fui en dirección contraria, pienso para mi. Se oyen gritos y veo skins por todos los lados. Tengo miedo. Miro mi aspecto; chaqueta universitaria, levis y Chuck Taylor. No voy a tener problemas. Aparentemente. Intento tranquilizarme, para mi no tiene sentido correr; tengo que aparentar tranquilidad; al fin y al cabo soy un puto blanquito rubio con pinta de teddy bear. Intento no mirar para atrás.
En ese momento veo un chico que va delante mía, lleva una sudadera con capucha, y la lleva puesta, sobre la cabeza. Me fijo n su cara. Dios Mío, pienso para mi, pues me doy cuenta que es moro. El se gira y me ve, y me pide ayuda, me dice que por donde podemos ir.
El miedo es tremendo, pero la necesidad de ayudar por alguna razón, que no acabo de entender, es mucho mayor. Le digo que corramos calle abajo, el peligro parece mas lejano ahora. Nos perdemos y acabamos como dentro de una obra ¿Cómo hemos podido llegar allí? No me lo puedo creer, no puedo ser mas idiota.
En caso de un ataque extraterrestre quizá sea el mayor lugar para esconderse, pero como nos vean ahí los skin heads pueden hacer lo que quieran con nosotros sin ser vistos por nadie. Por un momento me doy cuenta que es imposible que vengan hasta acá, que en seguida estarán lejos y todo quedará en una terrible anécdota NO obstante, estamos nerviosos. Mientras la situación me supera, intento buscar una salida y no la encuentro, en el lado contrario esta en barranco como si de las Vistillas se tratara.
Es inútil, les veo llegar. Dos de ellos nos encuentran, sin dudarlo uno se abalanzan sobre el chico marroquí. El tipo tiene la cara pintada como si fuera el joker y con una navaja le abren el cuello al instante, veo la sangre brotar pero no la cara del chico pues me pilla de espaldas. Deseo con ilusa esperanza que el navajazo no haya sido mortal. ¡Hijos de puta! Que impotente me siento, no puedo hacer nada y sólo rezar porque mi aspecto me salve.
En ese momento el otro se me acerca, me extraña ver que es cuarentón, tiene la cara marcada y con una gran cicatriz. Me mira. Me doy cuenta, en ses momento que ni un caperuchón del KKK me salvaría, esta claro que si no me mata me va a joder sin consideración, sonríe y me pregunta:
- Y tú, ¿qué piensas de los negros?
En ese momento me despierto, gracias a Dios porque iba a responder:



- Qué todos somos iguales ante los ojos de Dios.

Thursday, November 01, 2007

aunque no lo crean, es un pate foie, un capo Ugo


La grande abbuffata