Wednesday, October 04, 2006

JOHNNIE ROMPEVIDRIOS

1. LA SOPAPA

Johnnie no tolera la vanguardia, porque fue él quien la inventó y le dio la difusa forma con que hoy arrastra de las narices a decenas de babosos. Si grita es porque mil esquirlas han recortado su esqueleto, y su estilo no es el de un bandido de retazos.

Fue él quien le enseñó a cantar a la Sopapa en St Marks Street y en Coney Island, cuando la princesita estaba lista para ser una prostituta mas en las calles de la Habana. Y le enseñó porque le gustó lo que veía cuando la Sopapa sonreía, dejando esos huecos descomunales, indescifrables, babosos y redondos en las mejillas. Sabía que terminaría arrodillada, pero le enseño a afinar entre la niebla, en los confines de esas noches en las que cualquiera apostaría su novia con tal de estar en la vereda soplando tragos.

Cuando la Sopapa pudo cantar sola, eligió la autopista que lleva al norte, donde en cada casa se puede encontrar una despensa con suficientes latas de atún para alimentar al séptimo de caballería. Ahí se movía bien esa zorra, mejor que en la cama de sábanas de nylon del cuarto húmedo de johnnie.

En ese momento la pérdida no le dolió más que un buen vaso de vino tinto volcado en la entrepierna. Ya había estado bien de canzonetas amarillas.


2. WITH THE MEMPHIS BLUES AGAIN

En San Cristóbal, el barrio, había un tipo que decía ser Bob Dylan. Johnnie fue a darle el pésame.

“Eres demasiado blando para ser Bob, aunque la chaqueta no te queda mal”.

El tipo dejó correr una lágrima, y se arrinconó junto a la biblioteca de miniaturas rusas traídas por su abuelo de un pueblo de Ucrania en el año 47.

“Igual todavía te falta estrellar varias motocicletas” dijo Johnnie sonriendo, antes de bajar treinta y dos peldaños hasta Carlos Calvo para ponerle mostaza a un sándwich de vacío.

En eso estaba cuando la Maltesa le cambio el color al mediodía. La turra había hecho un largo camino para dormir con el tipo que decía ser Bob.

“Ya habrá tiempo para reflexionar Johnnie, pero quiero ir con Roberto a las manifestaciones, antes de que sea demasiado tarde y se escuche nuestro silencio”

Demasiado tarde para convencerla de cualquier cosa. Al menos el tipo tenía una bonita chaqueta de cuero para conquistarla.


3. HABITACION 304

Al último asado en la Ciudadela fueron todos los pitucos portando chicas con Carolina Herrera. Por supuesto que Johnnie.

Y tuvo que preparar jugos con granadina en polvo. Tuvo que poner a hervir una Coliflor. Tuvo que cantar una falta con veintiséis. Y tuvo que encularse a la señora de Vidal, porque Vidal no sabía ponerle el cascabel a un gato en medio de la lluvia.

Después de eso levantó una copa y brindo en voz alta, para que todos oyeran, pero se acordó de la Sopapa cantando en una terraza del East Village y las piernas lo abandonaron cuando la banda empezaba a tocar su canción. Se cayó sobre el mantel de hule, oliendo a la Habana vieja, a tetas morenas y a Ron sin infectar.

Alguien lo acercó al hospital, y estuvo mucho mas cómodo en la habitación 304 que en el asado donde los perros se comían la mejor carne.

La enfermera resultó ser compañera de viaje en Centroamérica de un amigo que había dejado de ver cuando se lo llevaron de Manhattan porque descubrieron que tenía pasaporte musulmán y era judío.


4. RUTA 8

El cuerpo desmembrado de la Sopapa Maltesa fue encontrado debajo de una alcantarilla en la ruta a Castelar. A Bob le dieron 15 años, pero estará libre antes de los 7 por buena conducta.

El Comisario Primero Rodríguez se quedó con la chaqueta, pero él nunca escuchó hablar de un tal Bob Dylan.

Tuesday, September 05, 2006

pescadores anonimos

B - Los señores son plomeros?
L - Sí! Somos plomeros!
M - Somos los mejores plomeros!
C - Los mejores plomeros que plomean el plomo!

(sustraido a los tres chiflados, capítulo "A Plumbing We Will Go", traducido sino me equivoco como "Plomeros A Go Go")

Monday, August 28, 2006

Sacerdocio

La poesía es un sacerdocio
un poco de sa
un poco de cer do
y un poco de ocio

Mr. Peel and Mrs. Steel

-Excuse me, would you come with us Sir?

La frase detuvo movimiento. La gente dejó de caminar. La estatua de Cupido congeló los chorros de agua. Dos tipos de traje, impecables. Uno a la derecha y el otro a la izquierda. Sin chances. Igual no hubiera corrido porque no soy suficientemente valiente para eso.

Contesté un extranjerizado off course y me fui con ellos. Me fui. Un decir. Hicieron dos pasos y se metieron en una puerta minúscula que había en una columna, en la calle. Una de las columnas del negocio de deportes. La puerta era un agujero oscuro. Una boca de lobo a plena luz solar y en el centro de una ciudad que es uno de los centros del mundo. Parecía eso justamente. Como si el mundo fuera un gran remolino de agua y el centro negro, minúsculo, fuera esa puerta.

En el agujero bajaban unos dientes como si fueran escaleras, y al final de los dientes había luz. Pasó uno de los men in black primero y después yo y después el otro y bajé, bajé pensando vertiginosamente y todo era negro salvo la luz del final y ese tunel era mi cabeza pensando argumentos y excusas, disculpas y teatralizaciones y todas eran ridículas y sonaban mal.

La luz finalmente era una pequeña oficinita, evidentemente en el sótano de la casa de deportes. Sobrio. Minimalista. Escritorio, puerta (además de la de la escalera) dos sillas y nada más. Me pedirán que abra la bolsa, pensé yo.

-Sir, I'm sorry for saying this but we think you forgot to pay for one of the goods you're carrying. Could you please give us your bill and your bag?

Los lentes habían sido lo primero que me había robado.

No lo primero en el sentido de un numero mayor de objetos sino lo único pero lo primero, el resto de los objetos los había pagado. Había sido cuidadoso y me había paseado por el negocio unas dos horas. Además era enorme y había de todo. Había paseado un poco por plan y bastante por gusto. Había salido del local y vuelto a entrar para ver si alguien me paraba. Nada. Era pan comido. Fue pan comido. En fin... nunca la fiesta es completa.

-Yes sir, you see, this pair of glasses are not in the bill.

Salí a la cancha con orgullo. Sentí un calor en el pecho y el argentino busca tomo la posición como un sargento veterano que se hace cargo de una situación dificil. Una parte de mi respiró tranquila.

Pedí disculpas. Me deshice en disculpas. Les dije que no había chequeado lo que la cajera estaba tickeando y había salido completamente confiado en que no había existido ningún error. Les gané. Les gané. Era una historia impresionante. Estaba la duda y la duda es inocencia.

-But of course sir, of course. Would you like to buy this good or you would rather leave it.

Les dije que lo iba a comprar. Eso sí fue por cobarde. Ahí el sargento desapareció, confiado en que lo peor había pasado, y salió al que lo cagaron con el corralito.

El que había hablando se fue y me quedé con el otro, que hasta ahora era como Bernardo, el sirviente del zorro. Yo me quedé igual porque el sargento, desde algún remoto refugio me gritaba que cualquier diálogo era para para arriesgar lo valientemente conseguido.

Al rato volvió Mr. Smith con una bolsita del negocio.

-Sir, this is your purchase aaaaaaaaand this is your bill. We're going to scort you to the door.

Los dientes, el agujero, el ruido de la llave y luz, mucha luz. No se veía nada. El sol a pleno y yo venía de las entrañas, de la oscuridad. Respiré. Fue lo primero que me vino a la cabeza, el primer deseo. Respiré hondo.

Me di vuelta y miré a los agentes. Le agradecí a Mr. Smith y mientras le estaba dando la mano a Bernardo, la misma voz de siempre, detrás de una sonrisa gigante me dice:

-Sir we have to say you that if the same situation repets, I regret it but we are going to call the Police...

...but anyway, we really would rather not to see you anymore.

Frase suelta

La moral es la ética de las Cavernas.

Thursday, July 27, 2006

Quince Rocanroles (Volumen II)

Noelia llego al ruedo de blanco altivo, con un padre resignado que le tomaba una mano que ya no le pertenecía. Subió la escalera hasta el primer piso del Cuartel, donde la esperaban impacientes los comensales. Avanzaba confiada al ritmo de una canción del grupo Sombras, entre la pegajosa emoción de sus invitados que la abrazaban como si fuera la última vez o la primera. Una lluvia de papeles coloridos empezó a descender del techo, y el vals surgió uniforme de los cuatro costados de salón. Noelia pasaba de mano en mano como el trofeo de un equipo campeón. Se les notaba la emoción con que se retiraban los engominados compañeros de colegio cuando alguien los relevaba en la pista.

Empezábamos a entender el ánimo de los gladiadores antes de enfrentar la arena de las fieras.

Salimos por el túnel a enfrentar la cumbia de los suburbios, sin dejar de preguntarnos que hacíamos ahí, nosotros, réplicas informes de aquellos luzbélicos hombres del rock que nos habían impresionado desde los grabadores. Los invitados nos estudiaban con la frialdad de un boxeador experimentado en los primeros minutos de una pelea por el título. Se relamían adivinando el fracaso de esos indolentes forasteros.

El silencio previo al primer compás demora lo que tardan las noches de verano en hacerse amigables a los sentidos. Las horas de ensayo se hacen tan inútiles. Todo se reduce a entretener sin agua a una manada sedienta.

Nos quisimos acomodar tocando una de esas que salen de memoria, pero una maraña de acoples nos dejó desamparados. Se puede masticar el pánico cuando el toro está tan cerca. Alguno de nosotros sonrió en la desgracia, y arrancamos una gastada seguidilla de Creedence Clearwater Revival que terminó por salvarnos de las púas de la bestia. Esa noche entendimos que unas viejas canciones del vientre de Norteamérica pueden pagar deudas en un cuartel de bomberos de Florencio Varela.

Los invitados comenzaron a mover las cabezas sin dificultad, hasta que dos o tres saltaron a la pista, y ya no quedó lugar para la timidez ni para el reproche. Ya éramos parte inseparable de la sucia noche de Varela, donde una tal Noelia cumpliría quince eternamente.

Terminamos nuestra faena desafinados pero airosos, algo entumecidos, balbuceantes buzos en un mar oscuro. Terminamos nuestra faena y otra vez la cumbia en los parlantes, que hería un poco el orgullo del que se cree portador de un mensaje y no encuentra discípulos capaces de descifrar un simple y elemental salmo.

Quince Rocanroles (Volumen I)

Otra vez éramos el número de la noche. Fuimos a tocar por los tragos, por la expedición mas allá de una frontera conocida, con la esperanza de que alguna morocha nos guiñe el ojo tímido de sus quince años heridos por la impaciencia, y con nuestra propia herida expuesta cuando ninguna morocha guiñaba un ojo, ahí abajo.

Ya se entretejían las copas que chocaban cargadas de sidra Real; felicitaciones de familiares que vinieron de tan lejos y se tomaron la molestia; comentarios penetrantes de una tía Beatriz que no resistió la tentación y le dijo a su cuñada que el rojo no le quedaba bien en el pelo, arruinándole para siempre la fiesta de quince de su hija mayor, Noelia, que ya estaba camino al Cuartel de Bomberos de Florencio Varela, donde todos la esperábamos.

Indiferentes a la excitación previa de toda gran ceremonia, disponíamos los instrumentos en sus rincones, listos para blandir sus estocadas cuando nos fuera dispuesto, aun en ese terreno que parecía poco propicio a nuestros instintos. Lo sospechamos al llegar al salón, adornado con globos y guirnaldas multicolores que dejaban intuir que se trataba de una fiesta infantil, aunque los rostros dijeran lo contrario. Lo confirmamos cuando el ritmo inconfundible de una cumbia orillera comenzó a expandirse por el salón, y los cuerpos empezaron a agitarse, con las manos entrelazadas mientras giraban sobre sí mismos sin despegar las piernas del suelo.

- Cumbiaaaa!!!

Gritaba exaltado un improvisado DJ y la gente levantaba sus manos como invocando una oración pagana que todos parecían entender menos nosotros, que empezábamos a sentir pánico por los quince rocanroles que guardábamos en las cartucheras. Sólo el Peluca, que había venido a colaborar con nosotros, parecía disfrutar la noche mientras ponía sus piernas en piloto automático hasta la madrugada de esa mañana de marzo.

El gran pez

revienta sus entrañas contra mi ventana.

Ven venir los batallones en retroceso?
Y este hielo en pleno verano?
Y los labios que me prestaron las escamas?

Vuelco esperma en otro refugio,
mientras intuyo que ya nadie podrá ofrecerme
angélicos brazos escudo
para poder olvidar estas lágrimas en un regazo.

Thursday, June 15, 2006

pescadores anonimos

Canción del borracho tardío

Dime por donde me voy
ya no puedo ni caminar
me tomé un par de copas de más
y el mareo no esperó

No puedo ya ni andar
no puedo ni caminar
me tomé un par de copas sin reir ni pensar
y el mareo no esperó

¿Por donde caminar?
no puedo ya ni andar
me tomé un par de copas sin cambiarme de bar
y el mareo no esperó.

Friday, June 09, 2006

Spanish ladies

Farewell and adieu unto you Spanish ladies,
Farewell and adieu to you ladies of Spain;
For it's we've received orders for to sail for old England,
But we hope very soon we shall see you again.

We'll rant and we'll roar like true British sailors,
We'll rant and we'll roar across the salt seas,
Until we strike soundings in the Channel of old England,
From Ushant to Scilly is thirty-five leagues.

Then we hove our ship to the wind at sou'-west, my boys,
We hove our ship to our soundings for to see;
So we rounded and sounded, and got forty-five fathoms,
We squared our main yard, up channel steered we.

Now the first land we made it is called the Deadman,
Then Ram Head off Plymouth, Start, Portland and Wight;
We sailed by Beachy, by Fairlee and Dungeness,
Until we came abreast of the South Foreland Light.

Then the signal was made for the grand fleet for to anchor,
All in the downs that night for to meet;
Then it's stand by your stoppers, see clear your shank-painters,
Haul all your clew garnets, stick out tacks and sheets.

Now let every man toss off a full bumper,
And let every man toss off a full bowl;
And we'll drink and be merry and drown melancholy,
Singing, here's a good health to all true-hearted souls.

Sol y amarillo

Y pasaban temporadas de desierto, años de desierto, litros de desierto, cuarenta minutos de desierto. El auto era una pulga. Pasó por el puente Allenby, cerrado con la guerra, pero repleto de gente, gente como llena de tela, como apasionada por tanta tela que los hacía gritar en un mercado tan versátil que sólo requería tela y presencia.

El puente se abría de la ruta hacia la izquierda a medida que el auto corría hacia el Sur. Entró, vió y salió. Nada de Vince y sólo un poco de alcohol. Unos kilómetros más allá, imposible de saber cuantos entre tanto desierto, se abría otra ruta. Frontera. Papeles. Buena educación y decenas de taxis vacíos y con ganas de gente.

Pasó. Negociaba con uno de los miles, se llamaba Abdul o por lo menos su cara respondía al nombre. Había olor a menta, mucha menta. Y agua caliente.

Abdul era un héroe. Se había casado a los 14. Arreglo familiar. Igual se amaban. Ahora tenía 19 años y cinco hijos. Trabajaba como un chino. Un genio Abdul. Un sobreviviente.

Combi y mercado. Enfiló hacia Jericó y palmeras y desierto otra vez, aunque nunca se habían ido. El paisaje era rico, pero sin un centavo, con intensidad de lo que hay que ver, con la calidez de una marquesina. Palmeras en fila, roca y arena. Roca y arena, palmeras en fila. Palmeras en fila, roca y arena. Roca y arena, palmeras en fila. Aparecen unos ranchos de adobe y de golpe empieza la ciudad. Como Rosario, que viniendo por la autopista de golpe empieza.

El cartel decía: "Bienvenido a Jericó. La ciudad más antigua de la Tierra. Fundación estimada: 10.000 AC.

Exacto.

Wednesday, May 03, 2006

Arroyo "El Gualicho"

El negro lo sabía por su sangre. La tierra es pampa cuando el horizonte se pavonea por los cuatro costados. Es dominio de caranchos y pajonales, reino de comadrejas y teros. Viento que arrastra campo afuera las calaveras de los indios de Catriel, pintadas por el payador que pinta, que viene galopando en su tobiano negro, justo cuando la huella se nos hacía camino.

Treinta leguas hasta el rancho, cuarenta vacas con sus terneros prendidos en las ubres jugosas, tres o cuatro jinetes, seis caballos, cinco perros, atravesar a nado dos canales que se desangran en el matadero del Samborombón, y amuchar cielo en cada amargo. Puro cielo. Como los ojos de la Parca cuando se clava en las costillas y sonríe.

Sonríe la turra porque nos conoce a todos, pero galopa a la par del negro Cordomí, como paleteando un malacara de guampas.

Al pie del estribo, un trago lento de vino nos deja los labios tintos. Es vino de bota, de la bota del payador que pinta las calaveras de los indios de Catriel. Sirve para empujar un costillar con ramas de eucaliptus.

Me dicen que viene a lo lejos, pero se siente en la nuca.

Ahora me dicen que puede ser que ya este llegando.

Los tres o cuatro miramos mas allá de la línea roja, mientras cavilamos un almuerzo postergado, una tira flaca que tiene un gusto que se perderán los siberianos. La galleta, me dicen, es la galleta, le da otro sabor. Asiento. Me siento. Para mí que la leña.

Ya no me dicen que viene, no hace falta.

Volvemos a ensillar y la huella. La de las Calaveras de los indios de Catriel que vuelven del malón grande, y el payador que pinta las ve volver de a una, con sus lanzas quebradas. Nosotros las corremos desde atrás con cuarenta vacas flacas con sus terneros babosos.

Le ganamos el tiro a la noche; antes de que despliegue su fuselaje, ya habíamos cruzado el arroyo El Gualicho. El frío se afloja con el filo de una botella de Bols que viajaba entre los cueros. Se guardan tragos para el desayuno, los más valiosos. Se duerme punteando estrellas en la bóveda, masticando rocío con las muelas, con el olor de la bosta fresca en las narices. Se duerme.

Con el primer gajo, se desprende madura la mañana de su planta. Ya estábamos duros en los recados, los tres o cuatro éramos sombras fúnebres de un Cid altanero, con un ejército vacuno. Los perros no perdían ni un pedazo de horizonte rojo, ni un garrón de ternero guacho. Soplábamos humo por las bocas mendigantes. Ya pisábamos nuestro destino.

Treinta leguas y ahí estaba el rancho, cuarenta vacas con sus mamones, seis caballos, cinco perros, tres jinetes, no cuatro. El alma del negro se había quedado pastando en las orillas del Canal que se desangra.

Tuesday, May 02, 2006

Gloria, Dios

a los creyentes,
los evangelistas bravíos
con la camisa limpia
en el centro de la plaza polvorienta
a voz en cuello
proclamando salvación
entre palomas obesas
y pancherías.
Creyentes como espejos
que nos bautizan huérfanos de ritmo.
Creyentes como brasas
quemando el césped seco.
Credo barco campeón,
brioso, atado al muelle.
Creencia desde el nido, con un rigor de abeja.
Creyentes que se mueven
en lengua mansa en voz definitiva.
Creer grito cerrado, girar llave
de hielo en el vacío,
de hielo envejecido esperando la tierra,
alguna forma en la combinación del viento.
Hay creyentes de duda entretejida
a las tres menos cuarto de la tarde,
eructando su rayo que entra al ínfimo,
al fiel departamento
y casto baño
donde Faustina cuelga ropa,
donde recuerda al compañero de bailanta
que amanece apedreado por la suerte
en la misma plaza, el domingo
donde invoca el creyente con la Biblia en la mano,
donde pide el creyente (de buena fe, porque el creyente cree)
más arrepentimiento.
La fe es, en efecto,
menos amigable que un cocodrilo.

carrera de bondi

Habíamos dejado Dublin a las 8,30 am con las caras desbordando de lagañas. Habíamos hecho tres horas y media de autobus. Habíamos llegado a Belfast al mediodía de un domingo, una ciudad desierta y militarizada, con tanquetas y patrullas en las calles.

"-Henryyyyyyyyyyy!"

Al llegar a la estación de autobus, lo primero que hicimos fue preguntar a qué hora salía el micro de vuelta para Dublin. La respuesta "-En una hora." nos borró el sueño de la cara. Incluso con el objetivo poco claro que teníamos, el tiempo no nos alcanzaba.

"-Henryyyyyyyyyyy!"

Habíamos llegado a Belfast con la idea de pasar el día. "-¿Qué hay en Belfast?" me preguntaron el Negro y Cancho. "-¿Qué hay en Belfast?" me preguntó en su acento pelirrojamente irlandés la dueña del Bed & Breakfast donde nos hospedábamos, al vernos salir tan temprano ese día.

"-Henryyyyyyyyyyy!Are you fucking sleeping?" gritó el inspector.

El inspector de barba, de uniforme, de acento arrastrado, fue la primer persona que nos preguntó qué demonios habíamos ido a hacer a Belfast. Henry apareció, evidentemente dormido, y recibió una cascada de explicaciones en ese inglés gaelizado inconfundible e inentendible. Salió corriendo, se metió en el garage y apareció montado en un autobus vacío con la puerta delantera abierta. "-Come on guys! Hurry up! You've not much time!" gritó el inspector y acto seguido, pese a la inverosimilidad de la situación, los tres nos subimos a las corridas.

Ruido de gomas, frenadas y curvas. "-THERE!" gritaba Henry después de alguna frenada poco sutil. A la voz de THERE! los tres turistas evidentes, bajaban corriendo del bus, disparaban las cámaras y volvían corriendo a subir al bus. El ritual estaba ordenado a repetirse tantas veces como fuera posible, en los 45 minutos que nos quedaban antes de tomarnos el último autobus, el que nos llevaría, después de solamente una hora en Belfast, de vuelta a Dublin.

En la estación, Henry se negó a aceptar nuestra propina, que tampoco era gran cosa: unas 20 libras. "-No thanks. Has been a pleasure!" respondía ante cada intento y el único argumento que demostró su validez fue el último: le pedimos que usara el dinero para tomarse unas cervezas con sus amigos. Nos despedimos entre grandes abrazos, menciones a Maradona, a Irlanda, a la Copa del Mundo, cuando no, a Inglaterra, "-dirtynaughtydogs" dijo él y nos fuimos con la sensación de qué, de haber contado con más tiempo, Henry y nosotros hubiéramos sido amigos entrañables.

Cuando llegamos a Dublin, muertos de frío y hambre, nos metimos en un lugar en el Temple a comer algo. El pub estaba semivacío y el dueño nos preguntó de donde éramos, qué hacíamos, en fin... lo habitual.

"-But what on Earth did you go to do at Belfast?"

"-Fuimos a ver los murales del IRA" le respondí en inglés. "-De hecho, es lo único que conocía de Belfast y la verdad que valieron la pena".

Monday, May 01, 2006

El olor del electricista que tomó cerveza en el almuerzo

De la bosta fresca.
De la bosta seca.
De la bosta quemada.
El olor filoso del plástico ardiendo.
El olor necio del metal.
El olor del pelo.
El olor a café.
El olor a colimba que no se va jamás.
El olor a banco.
El olor sabio del gimnasio.
El olor implacable de los guantes
El que queda en los vasos.
El olor de Liniers.
El que buscaba mi abuela para saber si yo había fumado.
El olor abierto del caballo.
El olor cerrado del perro.
El olor a basura, a cuero, a gin.
El olor triste de la linea de subtes “A” .
El promisorio olor de los supermercados.
El olor del mar. El olor de la comisaría.
El olor de muchos billetes limpios y lisos.
Todos los olores juntos en el
agrio, laberíntico olor
interrogante de alguien negándose a dormir.

Platón en el nido

Ya resignamos las vanguardias.

La pasión, que movía en sus hilos el vértigo del hombre, es hoy el estudiado ciclo de un tren furioso, que jamás descarrila.

El riff legendario, un barco de papel meciéndose en el océano, a la espera del pescador que llega a soplarlo en su fuera de borda. Apenas si logra conmover un esqueleto, él, que se contorneaba en Memphis con el frenesí que hoy sólo conservan las bestias en celo durante las gastadas primaveras.

La gambeta de potrero es un bono contribución que busca un comprador acaudalado, como el luchador aquel que trocó su cinturón mundial por una corbata en el Consejo.

¿Y qué quedó de los sagrados escribas? Si los viera Pessoa, en fila, pugnando por una silla en el ring side, con la radio puesta en la emisora que transmite las últimas listas y la mano repasándose los testículos en busca de un tajo de buena suerte.

Veanlo! No somos más que vagones uniformes girando en círculo por las mismas vías, sin posibilidad de detenernos a observar la luna que se levanta entre los edificios.

Vagones cautivos de la máquina que arrastra nuestro pesado andamiaje.

¿Qué quedó, pequeños camaradas, de las velas ardientes que hacían retorcer de gozo a los intrépidos bufones que apoyaban sus manos en la llama?

Sólo la poesía, postrada, ausente, milenaria, vínculo incólume entre el que es nadie y los nadies, permanece ignorada y feliz, en el rincón de los retazos gastados, en ese margen de paraíso sobre el cual el tren todavía no avanza.

Saturday, April 29, 2006

El vinagre

Pablito clavo un clavito,
y Boons está dormido en el sofá de piel de chino.
dormido sobre la piel de chino.

Es como un éxodo de cucarachas sobre el mantel de seda
perfumado está en blanco, perfumado
entalcado sin ánimo para manchas ni para orquestas
sin la rabia característica de los relojes.

Durmio la mona de su voz cascada
de seis a diez enumerando tickets de medialunas y earl gray tea.

Tomando Earl Gray con la Reina de Inglaterra en una suerte de pajarera de cables
anotando en la arena llena de petroleo de derrame.

prolijos los ladrones de diamantes.