La Sardina
recorría la playa
entre los restos del naufragio.
Se confundía entre las tablas sueltas, los cabos y las gaviotas
las cuales se aprovechaban de la impasibilidad reinante,
del caos producido,
para atacar a picotazos
los cantos de sirenas.
Sabiendo de antemano lo que traían los ecos
la Sardina se paró en puntas de aleta
en el promontorio
y cantó una canción de brisas y de arena:
Todo está acá a la vista del Mar. Las carcajadas irónicas en respuesta a las palabras que he dicho. Los golpes, las heridas, las branquias palpitantes de mi cuerpo de escamas. Los ojos helados, sin párpados ni emociones.-
Porque vine a hablar del Principio y del Fin. Porque vine a hablarle al mundo del mundo y a la mosca de las moscas. Porque los ignorantes saben lo que los sabios callan. Porque si el sol se abraza con el reflujo de la marea de nada vale el graznido de hambre de las gaviotas, de nada vale el caos pintoresco del naufragio ni las olas cubriendo los cascos y las señas.-
El Océano y yo que estamos frente a frente consumidos por todo lo suave y lo terrible. El Mar y la arena y la Sardina, uno en trino, trino en uno, en dos y en cincuenta.-
¿Por qué debo rezar, entonces, por los peces, si la carnada mejor son mis propias aletas? Me entrego a las gaviotas y así subo montañas, sacrifico un cordero, así redimo al mundo.-
-Me entrego a las gaviotas, y así redimo al mundo.
Eso y ni una palabra menos fue lo que dijo la Sardina entre las tablas sueltas, en puntas de aleta sobre el promontorio, mirando al infinito
y al Mar
que terminaba en cielo.
Friday, June 28, 2013
La Sardina cavila en voz alta
Publicado por Gilgalad en 11:40 AM 1 comentarios
Etiquetas: poemas de la sardina, serie de la sardina
Sunday, June 02, 2013
Todo huele a tornado
que no habla nuestro idioma.
Huele todo a mercurio y a metales,
huele al borde en que queman
las pesadas urgencias,
nuestra voracidad,
nuestras necesidades.
Todo huele a la suerte de personas
que viven enviciadas entre sí,
encajetadas del amor por sus deudas,
sus cuentos, su orfandad,
su minucia de ombligo.
Todo
huele a guerra,
a salto ciego.
Y todo tiene dueño.
Pero a veces hay algo que se escurre
por las amables grietas
que abre el cuchillo amigo.
Y esas veces las cosas,
las mejores,
se quedan olvidadas,
sin que nadie reclame pertenencia,
en “objetos perdidos”.
Son acorde que vuelve
cuerda a bordo
de una infancia borrosa.
Son algo de alguien nadie
como esos pueblos verdes
de cuarenta habitantes.
Publicado por Sancho en 9:47 AM 0 comentarios
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