Había en esta legión dos centuriones valerosísimos, que pronto iban a ascender a los primeros órdenes, T. Pulón y L. Voreno. Andaban éstos en continua competencia para ver quién era preferido, y todos los años se disputaban los grados con la mayor emulación. Pues bien, cuando mayor era la furia del combate al pie de las fortificaciones, dijo Pulón: “¿A qué esperas, Voreno? ¿ O cuándo piensas demostrar tu valor? Esta jornada decidirá nuestras competencias”. Dicho esto, sale de las fortificaciones y arremete contra los enemigos donde la parecieron más apiñados. Entonces Voreno tampoco se queda al abrigo del vallado, sino que, temiendo la censura de todos, le sigue inmediatamente. Al llegar a una distancia conveniente, dispara Pulón su pica contra los enemigos y atraviesa a uno de la multitud, que avanzaba corriendo: herido y muerto éste, los enemigos lo protegen con escudos y todos dirigen contra Pulón sus disparos, cerrándoles el paso. Atraviésanle el escudo y se clava un venablo en el bálteo. Este accidente le desvía la vaina y, mientras con la derecha se esfuerza en sacar la espada, cércanle los enemigos. corre a ayudarle su competidor Voreno, socorriéndole en el peligro. Al punto se vuelve contra éste toda la multitud, dando a Pulón por muerto de la estocada. Voreno maneja con ímpetu la espada y, matando a uno, hace retroceder un poco a los otros; al seguirlos con excesivo ardor, se mete en un hoyo y cae. Entonces Pulón, viéndole rodeado de enemigos, corre en su ayuda, y ambos, después de matar a muchos, se retiran al campamento incólumes y cubiertos de gloria. La Fortuna guió a uno y otro en la emulación y en la contienda de tal modo que mutuamente, a pesar de sus competencias, se salvaron la vida, sin que pudiera juzgarse cuál aventajaba en valor al otro.
Julio César
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