Thursday, August 25, 2016

La Calle de los Árboles Ausentes


Nací en la calle de árboles ausentes.

Angosta para el humo de tantos colectivos.

Al atardecer el sol se reflejaba en los vidrios cegando a las amas de casa que hacían su propio humo de churrascos. Cual pequeños soles, uno en cada casa y cada casa con sus olores.

Siempre que entraba a una casa nueva me impactaban los olores de la gente que allí vivía, en sus cientos de ventanitas, asesinando bifes de chorizo.

Yo, que no tengo recuerdos de mi mismo,
bajaba al garaje en supuestas emboscadas de armas de plástico y gritos enfrentando a esos monstruos unívocos como ascensor de servicio o incinerador que era una puerta trampa con un tobogán hacia el misterio.

¿Te acordás de los incineradores?

Había sólo miedos, pero no dudas.

Y en algún momento de esa infancia, cuando era transparente y anónimo, los incineradores fueron reemplazados por las compactadoras que vinieron con escaleras mecánicas, mangueras contra incendio, matafuegos y sala de ascensores.

En ese planeta-niño las palabras eran entidades casi siempre amenazantes y los adultos eran gente caprichosa que hacía lo que quería. Y yo deseaba ser adulto para también hacer lo que quería.
Hacía ecuaciones contando años como los presos. Decía por ejemplo: me quedan catorce años para no ir más al Club.-
Decía: faltan dos mil trescientas levantadas temprano para no ir más al colegio.-
Eran cuentas fantásticas, que iban y venían, un poco como los algoritmos que fabrica la NASA para no errarle a un planeta.

Me regalaron mi primer vaso de cerveza un verano en Luján y con él se escaparon los monstruos queridos.
Vinieron otras palabras heladas, falsas capas de lo indecible: Dictadura, Escolaridad, Obra Social, Marcha, Carnet, Sociedad de Consumo, Escalafón, Trámite, Examen, Servicio Militar, Agrupación, Organización, Inflación, Tecnología, Unión Soviética, Primera División, Derechos Humanos, Partido Político, Movimiento.

El cuerpo y el presente dejaron lugar a construcciones de entelequias inestables. Ya no era, ya no estaba, ahora y cada vez más sólo pensaba, solo me proyectaba en pensamiento.

Mi cabeza con cierta lucidez llegó a leer sus nombres esquizofrénicos de Derecho-Partido-Unión pero tanto quería llegar, que llegué.

Porque yo deseaba ser adulto para también poder hacer lo que quería.

Y ahora, en los pocos momentos en que no me anestesia el ruido, pienso en esos queridos monstruos míos con alegría. Y cuando paso por la calle de mi infancia sólo hay algo que no cambia:

La ausencia de los árboles.

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