Monday, March 07, 2011

Excursión a Formosa (primera parte)


Siempre me llamó la atención que también hubiera una Formosa en Asia: la isla de Taiwan. Googleo un poco y averiguo que la denominación tiene que ver con la descripción del conquistador europeo sobre el lugar (hermoso, formosa), misma opinión que originó el nombre de la provincia argentina por los mismos. Ya dentro del avión, y en ocasión una misión de laboral de circunstancia hacia la nuestra, me pregunto si una Formosa se parecerá a la otra.
Soy de los pocos que se ponen nerviosos por volar. Digo pocos porque todavía no conocí, salvo en informes relleno en noticieros de TV, otro temeroso, ni supe de él, por lo que supongo que no debe ser algo tan común; o tal vez los verdaderamente temerosos andan por ahí (aquí, ahora digo) abajo, trasladándose mediante otros medios. Lo cierto es que mientras más vuelo, menos nervios me provoca volar, así que este viaje a Formosa, por estar precedido por otros recientes, fue digerible, tanto que no sufrí en demasía los dos peores momentos: el despegue y el aterrizaje. Y debo admitir que esto también tuvo que ver con el hecho de que viajé en uno de los nuevitos embraer brasileros. Chiquito, coqueto, cómodo, sutil de movimientos, el avión. Y con olor a nuevo, como los autos cuando tales.
El revés del asiento de adelante me aguardaba una sorpresa: una mini pantalla plasma personal, que, perdón a los acostumbrados viajeros, hasta entonces sólo había visto de refilón cuando pasaba por el sector business. Cual new rich, comencé a tocar los botones (tanto los de plástico como los de pantalla), pero la cosa no comenzó a funcar hasta que la aeronave llegó a la altura crucero. Que nada altere la atención a la seguridad necesaria del despegue, imaginé.
Arriba, la programación de la pantallita se mostró fatalmente chata; si era música, Shaquira o algún tema de la última Mercedes Sosa con algún artista invitado, entonando canciones que ya tuvieron las mejores versiones de la primera; si era cine, tan poco interesante que ni recuerdo las películas que había, pese a que eran 11 propuestas (eso lo recuerdo, porque deambulé el menú varias veces). También había documentales sobre la historia del petróleo en la Argentina, y algún episodio de pseudorevisionismo histórico conducido por Pigna. Bodrios. Series: los Simpson, a esta altura un comodín como el sensible y latinoamericano Chavo, por lo que suena a otra vez sopa, y había una que se llamaba Glee, o algo así, que ahora no pienso googlear y que, por su imagen de presentación, me daba a a un Casi ángeles yankee.
De repente, me vi: estaba con el dedo índice como un poseso, intentando esquivar la peor programación nac pop, que curiosamente incluía “las empresas más queridas” o algo así, referida a simpáticas y modernas multinacionales con empleados que fuman porros luego del almuerzo. Al asimilarme zombie, desistí seguir digitando, para alivio del pasajero sentado delante de mí, que ya estaría histérico, sufriendo espasmódicas punciones cerca de su nuca.
No tenía que pensar que estaba a 11 mil metros del suelo, volando en una máquina piloteada por humanos y que luchaba humildemente (no puede ser de otra manera) contra la ley de la gravedad, por lo que pronto busqué nueva actividad. Esta vez, ojear la revista de a bordo antes de abrir el libro que venía leyendo en esos días (Corrección, de Thomas Bernhard). Estiré el arnés de elástico que está debajo de la tabla rebatible, y saqué la revista. Por suerte para los árboles era una sola, ya que hasta hace unos meses había comprobado que en los aviones de Aerolíneas había dos publicaciones de a bordo, una que subsistía como prolongación del contrato con una editora de cuando la empresa aérea era privada, y otra de una editora vinculada a los amigos de la nueva administración estatal. Una de las dos ganó (por lo menos por ahora), por lo que el automatismo de leer por arriba una revista con casi el mismo escaso atractivo que las de los diarios dominicales duró la mitad que mi anterior viaje.
En eso, se prepara el carrito de aluminio. Se venía el rito del tentempié, ya a esta altura un excesivo ceremonial malhumorado de las y los azafatos que lo realizan. Cada vez disimulan menos que se sienten serviles, con lo que hay que atajar la bolsa de galletas y hasta admitir tímidamente que lo que se quiere ante el ofrecimiento es un vaso de coca. Pero bueno, pasó.
Estaba ensimismado en la lectura del mencionado libro cuando la sensación de montaña rusa en picada me sorprendió. Hacía hora y media de la partida desde Buenos Aires. Momentos después el capitán anunció el aterrizaje. Miré de reojo por la ventanilla antes de sumergirme en párrafos que leería y no podría procesar por los nervios ante el inminente aterrizaje. En ese golpe de vista aprecié espesura vegetal, ríos; e imaginé humedad, mosquitos, calor, precarias embarcaciones cruzando ríos con personas y mercaderías. Tal vez escenarios no tan distintos de otros de la Formosa asiática.

3 comments:

Gilgalad said...

Que siga!

el gloria said...

formosa cronica amigazo, que siga el baile

una tal condesa barthory said...

yo que no ando por los blogs,me quedé sumergida. Me deslice literalmente.Es raro,me sentí en un lugar que de seguro no conoceré jamás. Los viajes no son un línea en la rayas de mis manos.