Monday, May 01, 2006

Platón en el nido

Ya resignamos las vanguardias.

La pasión, que movía en sus hilos el vértigo del hombre, es hoy el estudiado ciclo de un tren furioso, que jamás descarrila.

El riff legendario, un barco de papel meciéndose en el océano, a la espera del pescador que llega a soplarlo en su fuera de borda. Apenas si logra conmover un esqueleto, él, que se contorneaba en Memphis con el frenesí que hoy sólo conservan las bestias en celo durante las gastadas primaveras.

La gambeta de potrero es un bono contribución que busca un comprador acaudalado, como el luchador aquel que trocó su cinturón mundial por una corbata en el Consejo.

¿Y qué quedó de los sagrados escribas? Si los viera Pessoa, en fila, pugnando por una silla en el ring side, con la radio puesta en la emisora que transmite las últimas listas y la mano repasándose los testículos en busca de un tajo de buena suerte.

Veanlo! No somos más que vagones uniformes girando en círculo por las mismas vías, sin posibilidad de detenernos a observar la luna que se levanta entre los edificios.

Vagones cautivos de la máquina que arrastra nuestro pesado andamiaje.

¿Qué quedó, pequeños camaradas, de las velas ardientes que hacían retorcer de gozo a los intrépidos bufones que apoyaban sus manos en la llama?

Sólo la poesía, postrada, ausente, milenaria, vínculo incólume entre el que es nadie y los nadies, permanece ignorada y feliz, en el rincón de los retazos gastados, en ese margen de paraíso sobre el cual el tren todavía no avanza.

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