y escucha
y bien celebra.
La línea visceral,
capaz de convertirte en ella.
Música del amoral acorde y
espada melodía,
en lance vertical
del ojo al ojo
porque todos sabemos:
se escucha con la tripa.
Música o masa o sombra o tiburón
cebado en paladar ¿cómo seguía?
Ah, sí: música intangible
que solamente a sí
se pertenece,
de ebriedad musculosa.
Y al obrero de cuerda, tecla, gola,
labio parco partido en mil bemol
o pulsación a cien, tambor,
la misma pura suerte, buena y dura,
del musicante ronco en ciudades.
Única vez
de pertenencia real en la cornisa
de habitar la rompiente del mar crudo.
Música que hasta pudo
escucharse en los campos de tortura
y no dejó de ser
música sacra.
Música que hasta quiso
rondar, rumiar entre los muertos
y no dejó de ser
música viva.
Canción;
nos puso de rodillas,
fue la desatanudos,
llegamos a creerle,
a algo tan inútil
sin ejércitos
y sin reservas financieras.
Cadencia que transforma
un lapso en lo inmedible:
un sinsentido intrínseco,
vasto,
ocioso.
Apenas
un fenómeno físico en la Tierra.
Música de parirse a uno mismo sin memoria.
Eso, quizás,
sea lo imprescriptible;
la respuesta que implora la pregunta.
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