Friday, January 30, 2009

París

Una vez, L me dijo que jamás volvería al Chaltén porque sus vacaciones allí habían sido tan maravillosas, que por nada del mundo se arriesgaría a arruinar el recuerdo con un nuevo viaje.
La definición me ganó por KO. En lugar de mirar para adelante me aferro al pasado pretendiendo revivirlo con la misma intensidad que la primera vez. Soy una puta nostálgica de mi virginidad perdida. Y no hay cirugía que repare el himen de los recuerdos.

Me reencontré con G en el Facebook después de dieciocho años. Habíamos pasado un año nuevo juntos en París. Bah, juntos es una manera de decir: viajamos un grupo de apenas-post-adolescentes a estudiar inglés a Inglaterra, que justamente es un buen lugar para estudiar inglés. El programa era pasar año nuevo en París y luego de dos días en Londres, los más grandes nos íbamos a Oxford y los más chicos a Bournemouth, un pueblo sobre el canal de la Mancha cuyo nombre siempre me resultó imposible de pronunciar. Del hormiguero, cuyas edades oscilaban entre los quince y los diecinueve años, yo era el único que había estado ya dos veces en Francia y acorde a la timidez frente a la gente de mi edad, me agencié la autorización para vagabundear solitario.
Además no cualquiera viajaba a Europa a esa edad; la composición sociológica del grupo era de los que venden la soga con las que serán ahorcados: recoletenses, nasales, papales, con anécdotas esteñas, mucha plaza vicente lopez y colegios de santos, y fue mi primer golpe con otra realidad, golpe que se consolidaría con mi ingreso a la UCA. Yo chamuyero, mientras los demás visitaban Les Invalides, pateaba por Paris yendo de Pigalle a Montparnasse y espiando, con miedo y de costado, el espíritu de la boheme.
Y entonces se armaron las historias, de que H estaba atrás de C y J se acaramelaba con T. Y todos aspiraban a una franela y la chica que más suspiros atraía era justamente G.Como me movía por afuera del hormiguero, de todas estas novedades me enteraba por mi compañero de cuarto, P que me recibía cuando yo venía de vagabundear (una de las prerrogativas que tenía era llegar de noche al hotel). Y entre las novedades, las más sabrosas siempre decían que G arrasaba con los corazones de todos.

Hay que decir la verdad, G era alucinante. Rubia con pelo de trigal, ojos redondos y grandes llenos de asombro, una de esas bocas deseables, chiquitita, linda, una muñeca. Era todo lo que no podía tener. Aunque pocos me creen siempre fui una persona muy tímida, y entre G y yo había toda una población de varones con los cuales me sentía fuera de competencia. Para que quede transparente y brillante: con tristeza, estaba absolutamente convencido de que G jamás le podía dar bola a un tipo como yo. Pero me equivoqué... volví al hotel una tarde, anocheciendo, con la intención de dejar unas bolsas que tenía y salir a caminar más liviano y libre. Y ahí estaba G, mágicamente sola, sin ningún tipo alrededor... y G me preguntaba donde iba y que hacía. Le dije que iba a salir a dar una vuelta. Me preguntó, o más bien exigió acompañarme. Le dije que París era peligrosa de noche pero se lo dije sabiendo que me había vencido, y la derrota me llenó de felicidad.
Salimos del hotel, que estaba por la Banque de France, y nos fuimos por Italians, pasamos por Pigalle y vimos las putas y los fiolos. G caminaba de mi brazo y parecía un pájaro aterido y a mi me explotaba el corazón. Vimos el Pompidou, cruzamos por St. Louis y comimos un greek en el Barrio Latino. Nos perdimos, caminamos, encontramos el camino, nos mirábamos y a mi el pánico me mataba tanto que nunca pasé de acariciarle el pelo y las mejillas y ella me miraba a los ojos, y me miraba.

Nos separamos al día siguiente. Ella fue para Bournemouth y yo para Oxford. Nos volvimos a ver, en el aeropuerto, el día que G se volvía a Buenos Aires, el mismo día que yo decidí quedarme. Me acuerdo que mientras nos reencontrábamos y nos despedíamos en el mismo acto, lagrimeábamos, y nunca supe el motivo.

Y nunca más nos vimos.

Yo me enamoré de G. Me enamoré en el momento en que se propuso acompañarme. Y ahora me reencontré con G en el Facebook después de dieciocho años. No hablamos aún, pero parece que tiene dos hijas. Y yo tengo mis libros, mis CDs, mis DVDs, mi departamento, mis cuchillos de cocina, mis comidas, mi whisky. Y ella me preguntó de donde la conocía. Y yo se lo dije. Y ella me dijo lo que todos ya saben, -¡Pero qué memoria! Ahora que me contas toda esta historia tengo un vago recuerdo de esa tarde por París...que loco. y si...paso mucho tiempo...pero lo loco es que te acordaras tb de mi apellido, no? yo no me acuerdo del nombre de nadie de ese viaje...-

Y hoy, después de ducharme me miré al espejo y me pregunté: ¿cómo se pueden recordar las cosas que jamás se olvidaron?

Como dijo el Pelado... Mejor no hablar de ciertas cosas.

3 comments:

La Fiera said...

Cualquier parisina bien vale una misa, un bar mitzvá, una escapada a la Meca, aunque haya nacido en Baires o Madrid.

Me gustó mucho el ritmo, la nostalgia, la ilusión de amar lo que no se tiene y escaparle cuando se lo puede tener. Me hizo acordar a la rubia mireya que paraba en lo de Hansen y cuando la veo por la calle tan vieja, doy vuelta la cara y me pongo a llorar.

Homero Beltrán said...

Notable, el viejo y querido realismo sucio. Tal vez el preámbulo, de más, ya que luego someramente y con cadencia se dice todo. Me confundieron un poco al principio las iniciales. Claro, acá el problem es el lector.
En fin, palabras que descubren algo que creía imposible: que facebook tuviera consecuencias loables.
Fiera: y sí, casi como una ley de equivalencias, el tiempo es implacable con las mejores bellezas. ¡Como la resaca después de la mejor noche de lujuria y copas!

Anonymous said...

Ahhhhhhhh.... es tan romántico de tu parte que no te creo nada de lo que me dijiste esta mañana...