Veinticinco Bastonazos

Veinticinco bastonazos en la espalda no son fáciles de olvidar para nadie justamente porque nunca consisten en veinticinco como la gente piensa. Por el contrario hay uno que es el primero, luego el segundo, después el tercero, y al cuarto el dolor probablemente te haga perder la cuenta entre grito y grito.

Veinticinco bastonazos no son para cualquiera, pero el doctor Fargas podrá afirmar sin temor a cometer error alguno, que mucho menos son para Ludas Matyi. A Fargas se lo escucha parlotear eternamente en la taberna acerca de lo desquiciado de la mente del Sr. Döbröghy para enfrentarse a Ludas de esa manera, ganarse su enemistad con el fin de quedarse con sus gansos. Verdaderamente lo de Döbröghy era vergonzoso.

El Doctor Fargas le había dicho hace un tiempo, cuando Döbröghy lo participó de sus planes para robar a Ludas Matyi, que la idea le parecía una locura. Ludas no era un vulgar pastor. Primero que nada pastaba gansos, animal mucho más inteligente que una vaca o una oveja. En segundo lugar, los gansos de Ludas no eran gansos vulgares tampoco sino que estimulado por su amo habían desarrollado una capacidad de dicernimiento totalmente incomprensible. Y en tercer lugar claro, estaba el mismo Ludas, un joven rockero, un Brando en The Wild, al filo de la navaja de destruir el pueblo con su banda de motociclistas. Un Dean estrellándose a toda velocidad y bajando del auto con una sonrisa cayéndosele de la cara. Un rockero. Eso era Ludas. Un puro, bajo, arrastrado, sucio, mocoso y sonriente rocanrrolero que bamboleaba su cintura con los gansos alrededor.