Monday, September 17, 2007

BLACK JACK JOHNNIE

“Tenes suerte de poder abrir los ojos chico. Tu coche no puede decir lo mismo” Dicen que dijo la gorra de reojo mientras pedía carta. Dama de tréboles y a la bolsa, un Black Jack de los buenos, de los imbatibles. El grito dio una vuelta a la manzana y volvió a pararse en la puerta de la comisaría. La gorra le ganaba al escribiente, como siempre. Bajó los pies del escritorio, y en medio del festejo, ignoró la celda abierta. Estaba demasiado apurado metiéndose las monedas en los bolsillos.

En el camastro duro, Johnnie escuchó el susurro, vio entre sueños un techo verde agua agrietado, una bombita de luz sucia colgando, un lavamanos con una sola canilla, una ventana estrecha con gruesos barrotes, una haz de sol que penetraba la ventana estrecha con gruesos barrotes y se perdía en su cara, dándole una tibieza extraña. Apenas recordaba una banquina de álamos ralos y sus manos otra vez en el volante. Debía estar preso en alguno de esos pueblos que esquivó durante leguas. O en un hospicio, quien sabe, se preguntó Johnnie.

No adivinaba con certeza si sus huesos estaban sanos como para intentar incorporarse. Lo pensó un instante y decidió que lo mejor sería permanecer acostado un rato, escuchando, tratando de recordar. A primera vista, lo mas extraño era estar en una celda con la puerta abierta. De todas formas, la situación hizo que por primera vez en muchos días, no pensara en la Sopapa.

“Mucha suerte chico, te revisaron en el hospital pero no había camas, así que te mandaron para acá”

El mareo que sintió al sentarse no era desconocido, lo podía disimular. Vio restos de sangre en su camisa abierta, golpes en las rodillas, una venda en la frente. Todo parecía funcionar, la gorra decía lo correcto.

“Podes irte de acá cuando quieras. Te puede demandar el árbol que volteaste, pero no creo que tenga abogado. Nosotros estamos demasiado ocupados para mandar tu caso a un fiscal.”

“Ah, tus cosas están encima de ese escritorio. El coche no sirve más. Nos lo quedaremos para cubrir los costos del alojamiento.” Dicen que dijo la gorra, y se rió a carcajadas. “¿Fueron dos o tres noches Dany? ¡Pensión completa!”

No le dolió tanto el Chevy como la billetera, que apareció vacía. Ya no estaban los tres mil pesos con los que dejó Buenos Aires, y Johnnie no era hombre de tarjetas ni seguro social. Articuló su primera palabra y pudo averiguar el nombre de ese pueblo en el desierto pampeano. Cuchillo-Có.

4 comments:

Gilgalad said...

Nada que marcar Fiera, nada que decir. Johnny camina solo, mejor que su Chevi.

La Fiera said...

Una calle de Cuchillo-Có perpetúa la memoria de Gabino Ezeiza, legendario payador vinculado a este pueblo a través de una memorable payada realizada en este parajes a principios del siglo XX. Fue cuando Maximiliano Santillán se animó a confrontar con Gabino durante tres días y tres noches.

Cien años después, los descendientes de los dispersos pobladores rurales que fueron testigos del duelo, mantienen vivo el recuerdo de aquel mítico intercambio criollo.

Sancho said...

A la pipeta! Con nota al pie y todo!. Muy bueno, como siempre, cada vez mejor. El personaje crece y crece. La historia da ganas de rutear, de beber, en fin...

Sancho said...

Quiero agregar: muy lindo esto, sencillo y bukowskiano (perdón por mi recurrente analogía)
“Ah, tus cosas están encima de ese escritorio. El coche no sirve más. Nos lo quedaremos para cubrir los costos del alojamiento.” Dicen que dijo la gorra, y se rió a carcajadas. “¿Fueron dos o tres noches Dany? ¡Pensión completa!”
Excelente resumen visceral con sonrisa a contrapelo. La magra suerte de un aventurero que no llora y sigue su camino.
Nos vemos en Cuchillo-co.