Friday, August 24, 2007

El Invencible


Para que te quede bien claro, a mí de campeón no me ganó nadie. Nadie. Me tiró Valdez, es cierto, pero porque lo sobré. Entré con la pelea en el bolsillo. Lo fui a buscar así, medio abierto, y bueno, el negro justo me embocó una mano, una derecha, pero de pura casualidad. No la sentí, ¿eh? Pero me sorprendió. Apoyé la rodilla y me levanté fenómeno; lo relojié al referí, para que se diera cuenta. Después lo envolví al negro, le di para que tenga, no quería más. Yo hacía bastante que no peleaba porque estaba dedicado al cine. Al negro ya le había ganado para unificar la corona un año antes, y fui a pelearlo tranquilo, porque nadie pudo aguantarme jamás una revancha. Se ve que entraban sabiéndose perdedores. Y claro, yo les iba comiendo despacio las piernas y la cabeza, los punteaba todo el tiempo, los iba cansando hasta que no podían más. Por ahí bajaba los brazos para que creyeran que me descuidaba o me empezaba a cansar, y entonces, cuando me buscaban confiados, se iban a la lona. Porque yo estaba entero después de diez o doce vueltas. En el box lo que cuenta es la cabeza, el laburo y las pelotas. Algunos decían que era lento, porque yo no era de noquear con una sola mano, pero muy pocos me aguantaron parados una pelea por el título. Bennie Briscoe hasta me pudo haber ganado en el noveno, pero reaccioné, y después Griffith y Bouttier cuando les di revancha, pero los tuve controlados siempre. Les gané a todos hasta que me quedé sin rivales, y sin ganas de ir al gimnasio. ¿Sabes que me dijo don Amílcar después de pelear con el negro?, “Largá pibe, vos ya tenés una carrera en el espectáculo sin necesidad de repartir piñas”.

¡Más bien que me gustaba salir de noche! como a cualquiera. Llegaba a fumar hasta dos atados por día. Pero cuando Tito me confirmaba una pelea, don Amílcar sabía que estaba en sus manos. Se acababa todo. Al día siguiente, ya estaba corriendo a las seis de la mañana por Palermo y no te tocaba un pucho ni un vaso de vino. Al principio me costaba mucho recuperarme de tantas trasnochadas, pero el viejo me conocía de memoria, no me sacaba los ojos de encima. Si el no estaba en el rincón, no subía. Por eso no le faltaba nunca. Hacíamos un buen equipo, pero eran otros tiempos, ahora cualquier muerto gana un millón de dólares. ¿Sabes la bronca que me da? Pensar que a mi en Roma, cuando gané el cinturón, me garparon quince lucas nada más, ¡Quince lucas! La única bolsa grande recién la tuve al final, medio palo, la última vez. Ya no estaba Tito, pero había hecho trece defensas, ¿que te parece? Una locura. Me comparaban con el negro Robinson, el mejor mediano de todos los tiempos. La diferencia es que yo los peleaba en cualquier lado, en Montecarlo, Paris, Nueva York, en el Luna. Donde ellos me decían, yo iba. Me daba lo mismo. Si arriba del ring es uno contra uno. Los que están ahora saben que si vuelvo no me aguantan. Me enteré por ahí que ese Hagler estaba obsesionado con pelear conmigo, pero Amílcar tiene razón, si puedo ganar la misma plata actuando, para que volver. Tengo una mujer, hijos, y siete años de invicto como campeón mundial. Si ese negro me alcanza, capaz vuelvo para voltearlo, pero le va a ser difícil.

Ya estoy afuera del boxeo. El otro día, cuando iba al boliche La Cuyanita a la tarde, los pibes de la parada de diarios me avisaron que los del Madison me iban poner con los más grandes. Después me llamaron a la noche desde Los Angeles para hacerme un reportaje. Pero si no me avisaban los pibes ni me enteraba. Ellos lo leyeron en La Nación. Al boliche voy todas las tardes. Desde que me abrí de la concesionaria de autos no tengo nada que hacer, así que enfilo con el Mercedes para Martínez después de almorzar. Ahí me junto con el Mono Más, Rimoldi Fraga, Tocalli, y otros muchachos para jugar al truco y al billar. Vuelvo temprano, a eso de las 10, porque Alicia me espera para morfar. Pero si no salgo, en casa me aburro como loco. Ya se me paso la época de andar de joda. Salgo, seguro que salgo, pero con el nene mucho no se puede, es muy chiquito. Los fines de semana, el boliche cierra, así que voy al Club Pringles, a jugar a las bochas con los jubilados, y me como una buena raviolada con mis suegros.

Allá en Francia no se olvidan de mí. Era más ídolo que acá. Me llaman todavía para hacer cine, pero no quiero viajar mucho después del garrón ese del Winchester, ¿te acordas? Lo tenía colgado en uno de mis departamentos de Santa Fe y un buchón me denunció por tener armas de guerra. ¡Armas de guerra! Treinta y un días y ocho horas en cana por culpa de ese perejil. No sabes la soledad que tenía. Ni Alicia estaba, porque se había rajado para Uruguay unos días antes, después de una agarrada que tuvimos. Estaba más solo que en el ring, desesperado. Lloré como cuando tuve que suspender la pelea con Valdez en Montecarlo por la lesión. Encima venía de perder mucha guita por un negocio que salió mal. Me metí con todo en la importación de televisores y radiograbadores. Alquilamos cuatro pisos en Santa Fe y Talcahuano, los dejamos muy lindos, bien arreglados. Ocho meses de laburo. Cuando estaban terminados, se fue todo al diablo, el dólar a las nubes, no podíamos vender nada. Perdí casi todo lo que había ganado. Me pasó todo junto, una racha que no se podía creer. Pero bueno, a mí me cuesta mucho estar con los brazos cruzados. No sirvo para estar en casa y mirar tele.

Yo digo siempre que arriba del ring hay que saber de todo, no es solo fuerza. La fuerza te ayuda, pero no te salva. Te salva la voluntad, la cabeza. Los pibes creen que para ser fuerte y ganador hay que tener brazos grandotes, pero en realidad hay que tener las de abajo bien grandotas. Con esas, ganas un título, y no te lo saca nadie. Eso es lo que le quiero dejar de enseñanza a mi pibe mas chico. Los otros ya crecieron, viven en Santa Fe. Voy para allá cuando empiezan la escuela, a ver si necesitan algo, porque yo no desatiendo a nadie. A este lo tengo todo el día encima mío. Quiero que estudie, que viva una vida diferente a la mía, porque el boxeo no es para cualquiera, pero me salió zurdo, igual que yo. Es un atorrante este, fuerte y zurdo. Hay veces que lo veo enfrente al espejo y lo imagino campeón mundial, invicto, como yo. Porque ¿te conté que a mí de campeón no me ganó nadie?


Fuente Principal: Las mejores entrevistas de Carlos Irusta en El Gráfico

4 comments:

Gilgalad said...

Buenísimo Fiera! Merece una foto del Carlos.

Sancho said...

Genial. La anécdota del Winchester no la conocía. Dan ganas de ver una de esas peleas en las que el flaco iba trabajando despacito, despacito. Como gota que horada la piedra hasta pegar ese uno-dos bestial, esa estampida en dos tiempos. Dan ganas de boxear. Y de tener los brazos largos como el campión.

Sancho said...

Dicho sea de paso, hoy murió Don Santos Zacarías, maestro de Palma y Coggi, entre otros.

Maro said...

La fiera no se jacta de su fieritud, la fiera salta.
¡Para adelante!