Friday, September 14, 2007

Tercer y Último Repago

Hay veces que el amanecer de la gente no se corresponde con la salida del sol. Hay veces que el amanecer de una población es más fuerte que la salida del sol. Es el caso del amanecer de la Navidad, cuando los niños rayando la claridad se levantan de la cama para abrir los regalos, pero solo se levantan, ya que se habían despertado mucho antes de que el sol ni siquiera pensara en salir.

El día del mercado de invierno, era una de estas ocasiones. Todos los habitantes de la región, después de haberse pasado encerrados en sus casas las últimas semanas asomando la nariz apenas para buscar leña, sacaban sus productos e inauguraban la temporada de mercado. ¡Era día de fiesta! Todos los habitantes de los alrededores, incluso de los pueblecitos más pequeños y de los caseríos, se acercaban a festejar la inauguración del mercado llevando sus productos que habían dormido el sueño del invierno y a medida que el día clareaba los caminos se llenaban con el tránsito de carretas cargadas de tomates y cebollas, personas transportando jaulas con cabras y gallinas, canastas con limones, uvas, perros y gatos, corderos, cochinillos, huevos, jabalíes cazados recientemente, jaulones con pájaros, tratantes de caballos, falsos médicos, falsos curanderos, falsos adivinadores de la suerte, falsos curas, alguno que otro verdadero, osos amaestrados sostenidos por una cadena gruesa, gitanos, y decenas de personajes variopintos que provocaban un verdadero caos a medida que avanzaba la mañana.

Dániel Döbröghy se había recuperado meses atrás de sus dolores y sabía que este día encontraría la oportunidad para vengarse del malvado pastor de gansos que lo había avergonzado públicamente, que lo había hecho pelear con su amigo el Doctor Fargas quien se negaba a dirigirle la palabra y que lo había dejado en ridículo ante toda la población. Döbröghy sabía con certeza que ese día Ludas Matyi tendría que ir al mercado a vender sus gansos, por tanto había dispuesto que toda la guarnición revisara uno a uno a los que pretendieran entrar a la ciudad y de paso, recolectaba personalmente los impuestos de los granjeros. El pastor lo había engañado en dos oportunidades disfranzándose de constructor italiano y de médico del ejército alemán. Pero no lo engañaría una tercera. Esta vez Dániel Döbröghy se saldría con la suya. Estaba preparado y acechante.

Sin embargo al promediar la mañana Döbröghy empezó a ponerse nervioso. Los solados revisaban uno a uno a todos los que querían entrar pero no encontraban nada ni a nadie y no encontraban nada ni a nadie porque Ludas Matyi, que estaba allí con sus gansos, simplemente no se había disfrazado y se paseaba sonriendo, disfrutando de la situación que era por demás caótica. Los campesinos y buhoneros que venían por el camino empujaban a los que querían entrar que a su vez empujaban a la guardia de Döbröghy que empujaba hacia afuera (o al menos lo intentaba). Los revisados en el medio de ese sandwich humano se quejaban a viva voz mientras sus quejidos se mezclaban con el croar de ranas y sapos, el granznar de patos y gansos, el rebuznar de mulas y burros, el relinchar de caballos, el mugir de vacas y terneros, el ladrar de perros, el maullar de gatos, el piar de pájaros, el cacarear de gallinas, aullar de lobos y otra vez los quejidos de los empujados, que a esta hora no se distinguían para nada de los empujadores.

Döbröghy se puso más nervioso. Sabía, por su olfato para con el populacho, que esas situaciones eran caldo de cultivo para una rebelión general, más en un día con un significado tan importante. Sabía que si el pastor no era atrapado rápidamente él debería dejar el paso libre a la multitud antes que ésta se rebelara. Sabía que si hacía esto perdería su única oportunidad y entonces se afanaba en buscar con la mirada a Matyi entre los desfilantes sin darse cuenta que el pastor estaba justo detrás suyo, sonriente y sin ningún tipo de disfraz.

Sin embargo en el momento más álgido del tumulto, Dániel Döbröghy tuvo razones para sonreir cuando vió que ante una requisa un jovencito montaba un caballo y se alejaba a la carrera atropellando a varios soldados e hiriendo a otros. Y con esa sonrisa diabólica Döbröghy ladró varias órdenes y contempló con satisfacción como toda la guarnición abandonaba el retén y montando se dirigían en persecución del supuesto pastor de gansos. Hasta donde Döbröghy pudo ver, antes que el camino se adentrara en el bosque, el pastor era un hábil jinete, muy hábil, pero era imposible que se le escape a toda una guarnición de soldados que contaba con expertos hombres de a caballo. Cuando pensó en esto, Dániel Döbröghy volvió a sonreir. Sin embargo esa iba a ser otra sonrisa emífera y vivió hasta que Ludas, con una agilidad que el obeso y vacilante Döbröghy no podía igualar, lo tomó del brazo y lo metió en el cepo que estaba ubicado en el medio de la plaza del Mercado, el mismo cepo en el cual Dániel Döbröghy había soñado con poner a Ludas Matyi.

Y Ludas, en conspiración con el chico de los caballos que había servido de señuelo y ante toda la población le devolvió a Dániel Döbröghy lo que le había prometido y por última vez levantó la vara, una, dos, tres y tantas veces hasta llegar a las veinticinco. Al final el silencio cubrió la plaza y mientras los soldados fatigados volvían sin haber capturado a nadie, tan solo se escuchaba el graznar alegre de muchos gansos.


3 comments:

Sancho said...

Lo escondido siempre está a la vista. Me encantó. Y el dibujito también. Además noté que la palabra "máscara" se dice también en ruso, o el didoma que sea en que esté hablado.

Gilgalad said...

En magyar! Qué no te escuche un magyar porque te parte los huesos!

La Fiera said...

Es cierto! No hay mejor escondite que a la vista de todo el mundo.

La melancolía del final de historia apaga la alegría de los ganzos que festejan los últimos 25 bastonazos.

Una pena que se nos acabe la más perfecta y popular de las vanganzas Magyares. El pueblo siempre vence a los tiranos.