Los hechos que se narran a continuación están basados en una historia real. Sólo han sido omitidos los nombres propios, para proteger la identidad de los protagonistas. El lector atento podrá advertir que ciertos sucesos acontecidos, que en una primera lectura parecieran no tener mayor importancia, son en realidad, moralmente imprescriptibles.
Lo único que esperaba el Negro de esa Noche Buena era fumar y comerse un buen pollo a la parrilla. La Chica del Vivero iba a ser de la partida, pero él lo tomo con la naturalidad de un hecho consumado, del que no cabía esperar demasiado. Tenían que pasar la noche en una casa a orillas del lago de los sueños, al pie del Cerro Negro, porque estaban a más de siete horas de viaje de sus casas. Un mes atrás no se conocían, no podían imaginarse esperando juntos al hombre de la barba. Ahora les tocaba surfear la navidad en compañía, aunque seguían sin conocerse, más que por haber trabajado juntos los últimos diez días en el invernadero. Una moneda que alguien tiró al aire tiempo atrás y aterrizaba de compromiso en las sierras uruguayas.
No es fácil trabajar adentro de un tinglado en diciembre. El calor y la humedad se espesan hasta un punto donde es posible derretir cualquier ímpetu. Cerca del mediodía es preciso medir cada pala que se entierra, para sacarle algún provecho. Nada se compara con la frustración que se siente cuando el acero choca con las rocas ocultas en las entrañas de algún surco. Adentro de ese infierno luchaban los dos, cubiertos de sol, polvo, moscas y transpiración.
La Chica del Vivero reía a veces, y esa risa pagaba alguna mirada. Apenas rubia, con un encanto infantil que se podía volver pesadilla en cualquier momento, el Negro la vio venir el primer día e intuyó que era mejor quedarse en el banco de suplentes. Era preferible mirar el partido antes que jugarlo. La noche, que tuvo poco de buena, no hizo más que darle la razón.
Desde el primer momento, él se hizo cargo de los festejos. Compró los víveres necesarios para el asado y hasta buscó en esa geografía hostil un regalo: un pequeño cactus que rescató entre las piedras. Lo puso en una colorida maceta y lo guardó para cuando llegara el momento. Cuando el sol fue languideciendo, transformándose en recuerdo entre el bosque y las sierras, dejó la pala y prendió fuego en la parrilla mientras pitaba un “semilloso”. Destapó una botella de Pilsen fría, el premio mayor después de una jornada en el tinglado, y se recostó en la noche, mirando como su gato olfateaba las huellas de un ratón del monte.
Las próximas dos horas las pasó en soledad. La Chica había decidido irse a dormir un rato, antes de que este lista la comida. Una comida que cualquier noche hubiera pasado desapercibida, cualquier noche que no fuera la víspera de la Navidad para dos personas que estaban a siete horas de sus casas.
Esperó paciente que las llamas hicieran brasa. Espero que el pollo estuviera dorado como la piel de un puma. Esperó, hasta que supo que si no hacía algo, se quedaría celebrando solo con su gato.
Fue a despertarla a su propio cuarto, ya que compartían una de las dos habitaciones que había en la casa. La despertó con la comida lista y las 12 campanadas a la vuelta de la noche. En lugar de la Chica del Vivero apareció un espectro, que comió su ración y tomó su regalo sin pronunciar palabra.
El Negro se quedó pensando si el error había sido elegir pollo para el menú o un cactus para el regalo. O ambas cosas. En cualquier caso, su gato y las estrellas fueron la mejor compañía navideña. Dickens podría haberlo imaginado de mil formas distintas, pero nunca de esta.
Antes de volverse a dormir nuevamente sin decir ni buenas noches, con los primeros destellos del viento del 25 de diciembre, la Chica del Vivero le dejó al Negro un consuelo a todo su esfuerzo: Por lo menos, lavó los platos.
Tuesday, January 08, 2008
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8 comments:
ja!
Buenisimo, me cae bien el Negro ese, yo puedo recomendaro para el ingreso a un Club de Perddedores al que pertenezco desde hace algun tiempo
Pobre negro!! Una sonrisa navideña no se le niega a nadie... De todas maneras, me queda una duda: ¿será la rubia tan insensible y despiadada como la pinta el relato? ¿O habrá cometido el negro (consciente o inconscientemente) alguna maldad previa a la nochebuena (tal vez en ese mismo invernadero del demonio)que lo hizo acreedor a tanto desaire?
Muy bien escrito, pero yo saco una única y jodida conclusión:
la mina esa es una gilipollas de cojones.
Siento ser injusto porque no la conozco.
Por lo menos lavó los platos!
El negro jura haber tenido un comportamiento intachable, y no hay razón para desconfiar de su palabra.
Con gilgalad podemos dar fe que durante los días que compartimos en tierras uruguayas se comportó como un dandy.
el despiado femenino es un arma lacerante. la conozco. y supongo que también lo conocen ustedes, pescadores.
buen relato. y buena birra... la pilsen, que manjar!
me gustó ver en la fotografía al guitarrero astroso, a la fiera lunar, y la guitarra que bien custodia don gilga.
hermosa tierra oriental, tesoro rioplatense.
brindo por todos ustedes. y cuando nos volvamos a ver, que sea fiesta.
Che avisen al negro para que escriba algún comentario a esta historia, tan del negro.
Está en Uruguay a cargo del vivero. No creo que esté cerca de una computadora hasta febrero/marzo.
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