Friday, June 13, 2008

Miércoles de Granizo (Daniel Donamaría)

Maniquíes con cara tipo animé y pollo con almendras (¡qué ricas que son las almendras!). La doctora (es hermosa) me pregunta si estoy nervioso y no sé si le miento pero le digo que no. Son unas caras así, raras, como angulosas, con ojos grandes, pelo de color verde, abundante, tipo animé. Un aroma exquisito, y el sabor de las almendras que extraña. Cómo llovía, estuve veinte minutos tratando de cruzar Rivadavia. Iba y venía por la misma cuadra, a un lado, a otro, pero el agua se subía al cordón y llegaba hasta la puerta de los negocios, las galerías, los edificios. Tenía que ser Julio Bocca para dar un grand jette por sobre todo el agua y seguro que igual me empaparía. La ropa, puaj, qué asco. Tanta agua por todos lados, como si después ya no quedara más y no fuera a llover de nuevo. No sé por qué pero me parece que todo tiene un tinte místico. Su pelo es ensortijado y sus ojos son azules, me levanta la camisa y me pone el estetoscopio en mi espalda, me dice que respire por la boca y lo hago. El agua va y viene, como olas, los colectivos levantan agua y gente, pero más agua y menos gente. Se cae el cielo a pedazos, en gotas, con furia, con fuerza, tanta fuerza, mucha. Somos tantos bajo la marquesina angosta del negocio, que las esquirlas de las gotas caídas igual nos van mojando. Unas camperas enormes en tono beige, las camisas blancas de seda y los pantalones de tiro bajo, las camisas están fuera del pantalón, hay un maniquí de un niño y al lado un afiche de Emmanuel Horveillur con cara de película clase b de la década del setenta. El olor no proviene de mi cocina, ¡cómo lo lamento!

4 comments:

Maro said...

Gloria al zurubí! El Tano is alive y anda con la pluma inqieta!
Tano querido, tu texto me llevó directamente al laberinto fantástico en el que se convierte Baires cuando pluvia. Para mí siempre fue inevitable, durante esos días, sentir que el tiempo transcurría a otra velocidad. Fueron días buenos para adoptar un punto de vista particular y disrutar del extrañamiento.
Me pareció muy interesante el ida y vuelta que hacés con el adentro y el afuera, la calle y el consultorio, etc.
Cuando llueve en Baires uno quiere estar afuera (el que se lo pierde es un logi), pero el respiro hogareño que da abandonar las calles torrenciales para guarecerse a techo-cuberta, resignifica la sensasión de lo que pasa en Baires cuando tormentea.

Gilgalad said...

Yo suelo ir embozado en un piloto a sentarme a las escaleras del ACA de Libertador, sobre todo de noche y con tormenta eléctrica.

Es lo más.

Sancho said...

Muy bueno eso de ser el sin techo cuando llueve o anochece o se está cocinando algo en las casas y uno arafue como un marciano. Me pasaba siendo notificador, que terminaba en Devoto, a las ocho y media, en invierno y ya veía las luces, los hogares, en olorcito a vacío al horno con papas, a mesa servida, el ronroneo de los teleisores y el noticiero y la realidad interior, y a mí me esperaba todavía una hora y media de 108 hasta Palermo y después ir a la rotisería de la esquina. Dicho sea de paso ¿qué pasó con las rotiserías? ¿Todavía existen? Pero ojo.... yo digo rotisería rotisería, eh

Ramon said...

Muy lindo, Tano. Un momento como tantos, descripto con simpleza y mucha sensibilidad. Me encantan este tipo de poesías.
En cuanto a las rotiserías, no se si existen aún, pero si desaparecieron, mejor para mi. De mis 8 a los veintipicos de años, no supe nunca de la comida cocinada en casa. Rotisería todos los días. Pedis lo que queres cada día y sin embargo todo te parece insípido y sin corazón.
Una mierda, bah.