Sunday, November 04, 2007

LA FUGA

Cactus, coirones, molles, chañares, caldenes, sombras de toro y piquillines, zorros, pumas, guanacos, ñandúes y la sombra de Johnnie moviéndose hacia el sur, arrastrando los pies por la ruta vacía, con el mismo sol apuntando la misma nuca.

Ya había estado bien de maíz para los chanchos. Los cuatro billetes serían suficientes para dejar atrás el insoportable desierto. Se despidió de Tresdientes como de un hermano, pero no paso a saludar a Suárez ni a los faenadores. Al carajo con esos aspirantes baratos a duques del descampado. Dejar Cuchillo-Có, era dejar atrás una plaza llena de cadáveres, enterrados debajo de las hamacas que se movían en el corazón del pueblo. Era liberarse de una pesadilla y pensar en El Griego, viviendo en una casa de madera en Colonia Suiza, 500 kilómetros al sur.

Después de caminar infinitas leguas escoltado por los sonidos de caranchos y chimangos que crujían desde el salitral, vio como Semilla detuvo el camión unos metros más adelante; tenía la radio rota y necesitaba distraerse. Johnnie no creyó que la suerte pudiera, por una vez, estar de su lado, aunque el motor del Scania indicara lo contrario. Se acercó despacio y no preguntó nada. Semilla tampoco. Los dos intuían que el destino final no era lo importante en ese momento. Johnnie iría adonde Semilla lo llevara.

Abrió la puerta, dio un salto, y pudo sentir como los músculos mustios le agradecían ese asiento. La cabina del camión estaba armada para vivir adentro un mes entero sin necesidad de salir. El tablero estaba minado de estampas de santos y vírgenes, un banderín desgarrado de Racing Club, y dos fotos blanco y negro. Tomaron mate, un poco de ginebra, comieron algunos sándwiches de miga y se entretuvieron inventando historias de mujeres que ninguno de los dos podría volver a repetir con exactitud al día siguiente.

Semilla hacía dos veces por semana la ruta que une Avellaneda y Esquel, llevando y trayendo materiales. Podía dibujar un mapa de memoria, con el detalle de cada curva, cada monte, cada estación de servicio y los nombres de los encargados y las cajeras. De muchas maneras, esas líneas en el pavimento eran su verdadera casa. En la parte de atrás de la cabina, el catre le dio al Rompevidrios un respiro o una condena.

Cuando se durmió, Johnnie soñó la Sopapa (y la Sopapa lo soñaba).

2 comments:

Sancho said...

Qué se puede decir? Johnnie se nos ha hecho carne, sonrisa dolorida, acción y camino. Johnnie y su superviviente indolencia, Johnnie y nada que perder; todo abierto en el destino rompevidrios. Siento el viento de Fitzgerald, Kerouac, Carver y Sheppard en la cara. Pero es un viento argentino. Esto va para novela. La road novel criolla del siglo XXI.

Gilgalad said...

Efectivamente, todos pedimos que se transforme en un road movie criollo.

A por ello vamos.